Demasiado tarde para su disculpa
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ión futura de él apareció y le ordenó que eligiera a otra chica. Afirmó que nuestro
ues de pánico por encima de mi terror real, colgándome el teléfono mientras yo le
que unos matones me dieran una "advert
a mí me estaban golpeando brutalmente en una habitación
tor desde la infancia, había
e: "Terminamos". Luego, compré un vuelo de ida a otro país y de
ítu
Solí
para siempre, otro él -una versión mayor y más fría- ap
a corsages marchitos y a la promesa eléctrica de futuros que se extendían ante nosotros como un camino abierto. Las risas resonaban bajo
empre habíamos sido Joshua y yo. Nuestros futuros eran un mapa compartido, con las líneas tr
iliar era un ancla reconfort
seria, cortando el ruido. "Hay
omienzo oficial del "para siempre" que ya nos habíamos prometido mil veces. Él era el mariscal de campo est
a tranquilidad de las gra
nzó, su pulgar trazando círculos en el dorso de
nces,
de Joshua. Un hombre apareció de la nada. Se parecía a Joshua, exactamente a él, pero mayor. Más duro. Las líneas alr
e quedó helado, con los ojos d
alidez, como una grabación reproducida con una batería a punto de morir. No me mi
tamudeó Joshua, poniéndome p
uturo que estás a punto de destruir. Tu dest
ugar. Amelia Montero. Una chica tímida y apocada del otro
o Joshua, negando con la
, traerás la ruina a todos. Amelia sufrirá un destino peor que la muerte, y será tu culpa. Te arrepentirás
a. Me miró, sus ojos suplicándome que le creye
o. Es un amor que te definirá, un amor al que estás destinado. Esto", me señaló con desdén
futuro compartido, todo se disolvía como arena entre mis dedos. La escena
or aún, de confusión. Él era susceptible, siempre impulsado por un profundo, casi ingenuo, sen
ba siendo borrado, y el borrador e
rápido como había aparecido, dejando un silencio escalofriante. Joshua no me m
surré, con la
za se había ido, reemplazada por una sombra de miedo y un terrible y e
ó mi
oronada en el escenario improvisado, su tiara brillante atrapando la luz. Los padres de alguien estaban lanzando
jó de mí, sus anchos hombros caídos mientras escaneaba a l
ue me heló el corazón,
el
u anuario. Observé, paralizada, cómo se acercaba a ella. Dijo algo, y ella l
a se inclinaba ligeramente para escuchar lo que ella susurraba. La semana pasada olvidó mi color favorito, atribuyéndolo
pájaro frágil, y luego hizo algo que destrozó el último pedazo de mi compostura. Se quitó su chamarra del equipo -la que tení
ción. Un gesto que ant
tódicamente, pieza por pieza dolorosa. Estaba en medio de una celebración, p
ya no estaba en él. Se suponía que me llevaría a casa. Se suponía que hablar
elia hacia el estacionamiento
abía ol