Casada con el engaño de un multimillonario
ista de Di
irriante que hizo que el rostro perfectamente esculpido de Isabela se tensara de
so? -preguntó Isabe
sperada histeria de la esquina de mi ojo. La miré a ella, al abogado,
antemente firme-. Solo pensaba
de regreso a la habitación que había compartido c
sisearle al abogado-. ¿Está empacando? A
jo de la cama. No era mi ropa lo que buscaba. No eran las pocas joyas qu
la de estados de cuenta bancarios de los últimos cinco años, uno por cada uno de los tre
a, cada recibo que había guardado meticulosamente. Encontré los estados de cuenta de la tarjeta de crédito adic
ie en la puerta, con los brazos cruzados, s
amente en intentar chantajearnos, ¿verdad? ¿Tratando
correo. Rebusqué hasta que encontré lo que buscaba: el recibo del nuevo robot de diez mil pesos de Leo. Era un
coloqué el recibo justo encim
taba pesada, llena del rastr
ra y fuerte-. Estoy lista para ir
delantó, bloque
umentos financieros relacionados con el proyec
rectamente
abajo. Mis ganancias. M
burló Isabela, mirándome como si fuera una niña pa
sonrisa lenta y fría extendiéndose por mi rostro-.
a ceja perfecta
í? ¿Y c
z. Que estoy obsesionada con el dinero -dij
n susurro, pero llevaba el
quitar. Pero el dinero... el dinero son solo números. Es honesto. No pretende ser algo que no es. No
is tenis gastados. No miré hacia atrás a los muebles caros que pronto
nocer una herida tan profunda que me mataría. Tenía q
etas bancarias ahora inútiles, mi laptop y la caja. La caja
ché fue la risa ligera y musical de Isabela, seguida de la
para el fuego que ape