El amante que se convirtió en mi asesino
tar. Le di ocho años de mi vida, construí su imperio ladrillo por ladri
udiante de arte, me hiz
tores sacaba a nuestro bebé de mi útero. Escuché
ré -susurró él, su voz vacía de toda emoci
esecharan. Mi último pensamiento fue que yo solo era la reina q
mis ojos se abr
as al volante. La fecha en mi celular se grabó a fuego
el sacrificio. Esta
ítu
"Nata" R
Vega, mi hombre -el padre del hijo que llev
adas como las suyas. Yo era su estratega, su ejecutora, su otra mitad. Recibí balazos por él, literalmente. La cicatriz pálida y plateada sobre mi clavícula e
lirios y acuarelas i
tarde a casa. Su celular, que antes dejaba descuidadamente en la mesita de noche, ahora siempre estaba en su bolsillo, con la pantalla hacia abajo. Me sonreía, pero la
inocente y una complexión frágil que parecía que una ráfaga de viento podría partirla en dos. Las fotos me revol
ndo, Marco, conf
e, jefa. Le paga la colegiatura, le manda flor
o las rosas. El penthouse era una de nuestras propiedades seguras del cártel, un lugar que yo misma había aprobado para activos
ue sabía hacer. E
a. Atada a una silla, parecía solo una niña asustada. Pero
había visto dirigir a nuestros enemigos. Ni siquiera me miró. Sus ojos estaban fi
tada fue tan fuerte que mi cabeza
ido bajo y peligroso. Sostuvo a la chica llorosa contr
n el aire, una sentencia de muerte p
aba revelar en el aniversario de nuestra sociedad. Pensé que nos uniría,
quiv
la sonrisa más fría que jamás le había visto. Me elogió por mi iniciativa, me dijo que había he
zo efecto r
octores estaba de pie sobre mí, con un bisturí brillando bajo la luz t
ía de toda emoción-. Te dije que ella e
mientras el doctor me abría. El dolor era cegador, una agonía al rojo vivo que lo consu
el si
nó, su rostro a ce
que la amenace, la destruiré. Inc
mente y se dieron
a sus hombres que se habían reunido en las sombras
lación, mi último pensamiento coherente fue amargo. En su mundo, Alejandro era un rey. Yo solo era
uri
y cegadora. El chirrido d
aferradas al volante. Mi corazón latía como un tambor contra mis costillas, mi cuerpo b
uirúrgicas. Busqué a tientas mi celular. La fecha en la pantalla se grabó a fuego en
s esperaban mi señal. Adentro, Sofía de la
o del llanto de mi bebé, los rostros lascivos de los hombres de
tra v
un sacrificio
n profunda y temblo
-dije, mi
de Marco crepi
a unas cuadras de su departamento. Borren las grabaciones de s
cio.
ten
neutralizada. Ahora, la otra. La pequeña e inocente que crecía d
an mientras buscaba en Google el número de l
ría que Alejandro rescatara a su damisel
o con mis p
eco. Alejandro saltó antes de que se detuviera por completo, su rostro grabado con un pánico que nunca antes
he, y justo antes de entrar, levantó la vista, sus ojos escudriñando la oscuridad. Por un segundo aterrador, pensé que me había visto. Su mi
ra para un enem
ompió en un millón de pedazos más. Los vi alejarse, un
ños, la lealtad, el amor que pensé qu
una eternidad, el aire frío de la noche calándome hasta los huesos. Luego, con una resolución
la ll
-dije, mi voz inquietantement
ado. Mi vida como Natalia Ríos, su reina, ha
rev
último pedazo de él de mi cuerpo y de