Mi Corona, Su Fin: Un Corazón Vengativo
para un funeral al que solo yo asistiría. Mientras descendía la gran
un bastón, pero su postura era desafiante. Con un gesto deliberado y teatral, se bajó el
roneó, sus ojos brillando con mali
cerca, su voz bajando a
rpo conveniente y capaz para hacer su tr
dejando que las
¿qué sigues haciendo aquí? ¿
anos, de repente se sintió fría como el hielo. Giré la cabeza lentamente, encontrando
un gruñido bajo y peli
cupió, su bravuconería regresando-
Dejó caer su bastón y se abalanzó, no con un arma
¡No te l
desde lo alto de las escaleras. Ya se es
rcepté su torpe ataque, le torcí el brazo detrás de la espalda y le estrellé la cara contra la pared. Una pequeña y
inmovilicé allí. Me agarró del brazo,
riana -dijo, su voz p
con la cara presionada contra el yeso-. ¡Pr
er señal de que todo esto era una mentira. No encontré ninguna. Solo
a confirmación
la sorpresa, me liberé del brazo, arrebaté la daga del sue
y penetrante, ll
quitó la daga de la mano de una patada. Se paró sobre mí,
divorcio -dijo, su voz de
Ayer, había dicho que solo la muerte nos separaría. Ho
jó. Cayeron revoloteando, aterrizando en mi vest
ose, agarrándose el hombro sangrante, caminó hacia la pequeña mesa junto a la puerta donde había c
a llama prendió el bor
su voz tranquila, pero sin
unca fue. Intenté arrastrarme hacia adelante, para salvarlos, pero un mied
una sonrisa victoriosa en s
surró, su voz ronca-. Deberías habe
como una máscara fría e impasible, y
mosa, me invadió. El dolor, la pena, la traición, todo se
jo y desquiciado que resonó
ose-. Cada pedacito. Vas a conocer mi dolor. -Me leva
final del camino de entrada se cerraron de golpe con un estruendo ensord
erta, su compostura
endrás. ¿Me quieres muerto? ¡Bien! ¡Pero déjala ir! -Tiró de Gisela detrás
vorcio y, con mi única ma
ando que los pedazos cayeran al suel
a media docena de sus guardias personales apo
eron. Se quedaron como esta
ó Emiliano, su rostro enro
tíbulo se giró. Las bocas de sus rifles de asalto se apart
pal habló, su voz
de la Señorita
o miró, de
e qué diablos
io, salvo por el crepitar del fuego que