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Mi Corona, Su Fin: Un Corazón Vengativo

Capítulo 4 

Palabras:1070    |    Actualizado en: Hoy, a las 11:17

para un funeral al que solo yo asistiría. Mientras descendía la gran

un bastón, pero su postura era desafiante. Con un gesto deliberado y teatral, se bajó el

roneó, sus ojos brillando con mali

cerca, su voz bajando a

rpo conveniente y capaz para hacer su tr

dejando que las

¿qué sigues haciendo aquí? ¿

anos, de repente se sintió fría como el hielo. Giré la cabeza lentamente, encontrando

un gruñido bajo y peli

cupió, su bravuconería regresando-

Dejó caer su bastón y se abalanzó, no con un arma

¡No te l

desde lo alto de las escaleras. Ya se es

rcepté su torpe ataque, le torcí el brazo detrás de la espalda y le estrellé la cara contra la pared. Una pequeña y

inmovilicé allí. Me agarró del brazo,

riana -dijo, su voz p

con la cara presionada contra el yeso-. ¡Pr

er señal de que todo esto era una mentira. No encontré ninguna. Solo

a confirmación

la sorpresa, me liberé del brazo, arrebaté la daga del sue

y penetrante, ll

quitó la daga de la mano de una patada. Se paró sobre mí,

divorcio -dijo, su voz de

Ayer, había dicho que solo la muerte nos separaría. Ho

jó. Cayeron revoloteando, aterrizando en mi vest

ose, agarrándose el hombro sangrante, caminó hacia la pequeña mesa junto a la puerta donde había c

a llama prendió el bor

su voz tranquila, pero sin

unca fue. Intenté arrastrarme hacia adelante, para salvarlos, pero un mied

una sonrisa victoriosa en s

surró, su voz ronca-. Deberías habe

como una máscara fría e impasible, y

mosa, me invadió. El dolor, la pena, la traición, todo se

jo y desquiciado que resonó

ose-. Cada pedacito. Vas a conocer mi dolor. -Me leva

final del camino de entrada se cerraron de golpe con un estruendo ensord

erta, su compostura

endrás. ¿Me quieres muerto? ¡Bien! ¡Pero déjala ir! -Tiró de Gisela detrás

vorcio y, con mi única ma

ando que los pedazos cayeran al suel

a media docena de sus guardias personales apo

eron. Se quedaron como esta

ó Emiliano, su rostro enro

tíbulo se giró. Las bocas de sus rifles de asalto se apart

pal habló, su voz

de la Señorita

o miró, de

e qué diablos

io, salvo por el crepitar del fuego que

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