La Venganza Multimillonaria Desatada de la Esposa Repudiada
ista de So
he después de que me trataran las quemaduras, una actuación de arrepentimiento que era a la vez patética e in
as contundentes e innegables de la infidelidad de Alejandro no solo para asegurar el divorcio, sino para gar
empre había afirmado que era para "asuntos confidenciales", y yo, la esposa obediente, nunca lo había cuestionado. Jimena una vez
fuente de humillaci
ba una pequeña caja fuerte biométrica debajo de su lado de la cama, un lugar que asumía que yo nunca
o. Nada. Mi cumpleaños.
ulso amargo y autocrítico, int
te se abrió
dolor, ni sorpresa. Solo una confirmación silenciosa y final de una verdad
asta el tercer piso y a
no a cuero y libros viejos que había esperado, sino un pe
onces
tudio. Era u
fotografías enmarcadas. Cientos de ellas. Era una histor
de su hombro. En su baile de graduación de la prepa, ella con un vestido brillante, él con un esmoquin, mirándola con una adoración que solo había visto en las película
pero no miraba a su novia. Miraba a Jimena, que estaba justo fuera del encuadre, con una sonrisa agridulce en su rostro. El
da con él era una mentira. Yo no era la e
llozo seco escapando de mis labios. Pero
fume en el escritorio. Fotografié una pila de cartas escritas a mano, notas de amor de Alejandro a Jimena, fechadas a
cito finalmente e
tar. Estaba de pie en la puerta, con los brazo
mena -dije, mi voz sorprenden
sonido fr
itos para llamar su atención. No funcionará. Pasó toda la noche en el hospita
jada porque él había mostrado una pizca de decencia hacia su esposa, que
atravesando mi dolor-. No ama a nadie más que a sí mismo. Eres solo una
e contorsio
Zo
a y punzante. Luego otra. Y otra. Retrocedí tambaleándome, mi cabeza zumband
ron y, con un gemido nauseabundo, la pesada estantería que
enorme peso de su historia compartida
borrón de movim
abía notado, una que debía conectar con su dormitori
r un segundo loco y fugaz,
jido nauseabundo de hueso. Lanzó su propio cuerpo frente a las estanterías que caían, no para pr
pero sus brazos estaban envueltos protectoramente alrededor de u
gonía irradiando por mi brazo. Es
a, llorando h
torpe, mira lo que has hec
os restos de su santuario. Vi algo en su clavícula, una cicatriz rosada y tenue donde solía estar mi nombre, tatuado en una
o de ti, Sofía -dijo,
ímbolo de nuestro vínculo desapareci
-