Su promesa incumplida, mi nuevo comienzo
sta de Espe
en el silencioso pasillo alfombrado fuera de la oficina de Alejandro, el frío latón de la perilla en agudo co
ará p
ando la veta de la madera pulida, viendo el reflejo de una chica que apenas reconocía: un fantasma, tal como había dicho Fernando.
en la lujosa alfombra. Bajé por el ascensor, atravesé el vestíbulo reluciente y est
an gala, la extravagante fiesta de veintiún años de Valeria, estaba en pleno apogeo al otro lado de la ciudad. Podía imaginarlo perfectamente: los
gante vestido de seda azul marino por el que había ahorrado du
de cansancio me invadió. Dejé que sonara hasta el final y luego vi aparecer el ícono de s
están esperando. Los del catering t
na que tuvimos hace cinco años. Un pequeño detalle calculado p
o t
favor. Llámame. Voy a
mueble era de segunda mano, cada libro en el estante había sido leído hasta que el lom
a vez, contesté, con esa extraña calma tod
frenético contra un fondo de música y risas-. ¿Dón
onando. La puerta del conductor se abrió y Javier Soto bajó, sus botas de trabajo gastadas golpeando el pav
esa especial, justo al lado de la mía. Tu lugar está puest
era una píldora a
ejandro -dije, mi voz
a conocido. Crecimos en la misma casa hogar, dos niños perdidos que encontraron un ancla el uno en el otro. Él fue quien me enseñó a cambiar una llanta, quien se
ra aguda por la confusión y la creciente irrita
a la superficie. No la hizo en una sala de juntas ni durante una cena elegante.
ación una lucha. Él había estado a horas de un fallo orgánico total, su i
temblando, las lágrimas trazando
partamentitos, no más vivir al margen. Te voy a llevar a casa. Un verdadero hogar. Haremos una fiesta, la fiesta más grande que
és de años de navidades solitarias, de verlo construir una familia pe
hora, la fachada de preocupación resquebrajándos
Javier se despegaba de su camioneta y comenzaba a cami
s engranajes girando en su cabeza, el pánico comenzando a in
palabras se sintieron más verdaderas que cualquier
sas que sabía que vendrían, terminé la llamada. Apagué mi celular y lo dejé sobre la b
contré a Javier allí, con el ceño
a para
mpacado. No hizo preguntas. Simplemente tomó la mal
-dijo mientras bajábamos las escal
estofado en una cocina cálida, hecho por una mujer que nos había acogido cuando éramos niños y nunca dejó de tr
mi h
nalmente abriéndose paso a través
-