El Imperio Secreto Multimillonario de Su Sustituta
Sofía
o lija contra mi piel. Las luces de la Ciudad de México se filtraban por los ventanales, pintando patrones estériles en las p
leve clic desde la dirección de la puerta principal de la suite. La sangre se me heló. L
ombres enormes con ropa oscura y pasamontañas llenaron el umbral. Mi grito fue ahogado cuando uno de
adrillos. El otro hombre sacó un rollo de cinta adhesiva. Ataron mis muñecas y tobillos con una eficiencia brutal, luego me amordazar
contra un omóplato duro. Me sacaron de la suite, por un elevador de servicio que ni siquiera s
do. El vehículo se puso en marcha bruscamente, lanzándome contra un costado. El pánico, frí
neta finalmente se detuvo. Las puertas traseras rechinaron al abrirse, y me sacaron arr
denso y viciado, pesado con el olor a cuerpos sin lavar
quitaron la cap
o cerrar los ojos con fuerza. Cuando los abrí a la fuerz
en un e
us ojos recorrían mi cuerpo, vestido solo con un fino camisón de seda, con un hambre que me revolvió el est
ado contra la cinta adhesiva-. ¡No tie
rato subió al escenario, con un micrófono en l
ono. La multitud se rio-. Ahora, caballeros, comencemos la puja por esta hermosa
araron al aire. Se gritaron cifras
ro mil
Si
z mil
Ya no era una persona. Era un objeto, un premio a ser ganado. El precio subió con una velocidad aterradora: vein
or, golpeando un mazo-. ¡Al caballero de
me invadió. Se acab
un pasillo oscuro, y me empujaron a una habitación pequeña y sin ventanas. La pu
e corpulento, de frente sudorosa y ojos pequeños y porcin
Más te vale que lo valgas. -Dio un paso más cerca, su mirada recorrié
lpeó como un pu
-murmuré a trav
abios. Se acercó y me arrancó la cinta adhesiva d
ón-. Dijo que necesitabas una lección. Que te creías mejor que él. Me vendió a ti. Bue
ó. Él había orquestado esto. Me había arrojado a los lobos para que me despedazaran. El hombre que yo había constr
mprador, dio otr
amián dijo que podía divertirme, y l
e mi camisón. Retrocedí, apretánd
oble de lo que te debe. Cuatrocientos millones. Puedo
r
no se trat
e quedó en blanco. Era el fin. Así terminaba todo. Despojada de mi nombre
ando la seda de mi vestido. La tela
ó de mi garganta, c
erta de la habitación salió volando de sus bisagras, e
llo, estaba Damián. Y aferrada a su brazo, asomándose a la hab
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