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El Imperio Secreto Multimillonario de Su Sustituta

Capítulo 2 

Palabras:1167    |    Actualizado en: 29/09/2025

Sofía

o lija contra mi piel. Las luces de la Ciudad de México se filtraban por los ventanales, pintando patrones estériles en las p

leve clic desde la dirección de la puerta principal de la suite. La sangre se me heló. L

ombres enormes con ropa oscura y pasamontañas llenaron el umbral. Mi grito fue ahogado cuando uno de

adrillos. El otro hombre sacó un rollo de cinta adhesiva. Ataron mis muñecas y tobillos con una eficiencia brutal, luego me amordazar

contra un omóplato duro. Me sacaron de la suite, por un elevador de servicio que ni siquiera s

do. El vehículo se puso en marcha bruscamente, lanzándome contra un costado. El pánico, frí

neta finalmente se detuvo. Las puertas traseras rechinaron al abrirse, y me sacaron arr

denso y viciado, pesado con el olor a cuerpos sin lavar

quitaron la cap

o cerrar los ojos con fuerza. Cuando los abrí a la fuerz

en un e

us ojos recorrían mi cuerpo, vestido solo con un fino camisón de seda, con un hambre que me revolvió el est

ado contra la cinta adhesiva-. ¡No tie

rato subió al escenario, con un micrófono en l

ono. La multitud se rio-. Ahora, caballeros, comencemos la puja por esta hermosa

araron al aire. Se gritaron cifras

ro mil

Si

z mil

Ya no era una persona. Era un objeto, un premio a ser ganado. El precio subió con una velocidad aterradora: vein

or, golpeando un mazo-. ¡Al caballero de

me invadió. Se acab

un pasillo oscuro, y me empujaron a una habitación pequeña y sin ventanas. La pu

e corpulento, de frente sudorosa y ojos pequeños y porcin

Más te vale que lo valgas. -Dio un paso más cerca, su mirada recorrié

lpeó como un pu

-murmuré a trav

abios. Se acercó y me arrancó la cinta adhesiva d

ón-. Dijo que necesitabas una lección. Que te creías mejor que él. Me vendió a ti. Bue

ó. Él había orquestado esto. Me había arrojado a los lobos para que me despedazaran. El hombre que yo había constr

mprador, dio otr

amián dijo que podía divertirme, y l

e mi camisón. Retrocedí, apretánd

oble de lo que te debe. Cuatrocientos millones. Puedo

r

no se trat

e quedó en blanco. Era el fin. Así terminaba todo. Despojada de mi nombre

ando la seda de mi vestido. La tela

ó de mi garganta, c

erta de la habitación salió volando de sus bisagras, e

llo, estaba Damián. Y aferrada a su brazo, asomándose a la hab

-

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