Del peón de él a la reina de ella
traía bebidas, se reía de sus chistes y mantenía una mano protectora en la parte baja de su espalda. E
o con ella. La calidez, la ternura, las muestras públicas de devoción, todo estaba reservado para Camila. Catali
su alrededor
an perfec
con ella. Ha p
alvaje de los Del Valle. Debe estar tan aliv
bebió su trago, el ardor del alcohol una di
escenario, anunciand
arecerían en una pantalla grande, y un invitado elegido tendría que
ta fue simple: "¿
respondió
iente Camila en una orilla ar
suave sonrisa tocando sus labios-. Solíamos
s montañas. Se lo había dicho una vez, en una rara noche en la que habían hablad
s, porque Camila tenía un golden retriever. Cada elección, cada respuesta, era un testimonio de su d
egunta final. El
Tienes que elegir. Si solo pudieras salvar
n en la pantalla, un
riendo dulcemente, la
espontánea de un evento de prens
na contuvo el aliento, una pequeña y estúpida chispa de esperanza encendiéndose en las ruinas de su corazón. Quizás, solo quizás,
bló, su voz c
o a C
hubiera existido. La sala estalló en aplausos. Era la respuesta perfec
la vuelta y se fue. Huyó al baño, el sonido de la fiesta desvaneciéndose detrás de ella
perse. Volvería a esa fiesta, con la cabeza en alto, y actua
bre le bloqueó el paso. Era uno de los borrachos del
sita está sola ahora -
o -dijo Catalina, su
ió y la
lo c
encontraron. Por un segundo, vio un destello de preocupación en su rostro.
ño y asustado grito vin
andro!
Ca
ndo acorralada por un depredador, a la puerta de dond
regreso a la fiesta, abandona
frente a e
lero de brillante ar
es, todo se fusionó en una furia al rojo vivo. No gritó. No lloró. Se acercó al pequeño carrito de bar
a avanzaba hacia él, el borde dentado de la botella ext
había agarrado el vidrio roto. El dolor físico era un lat
o caminaba hacia ella, con Camila aferrada
no! -gritó Camila, su voz gotea
ró, sus ojos fij
ó, su voz plana-. ¿Esta
o que estaba pasando. Sabía que Camila había fing
da. Tú puedes
darte sola. No era un cumplido. Era una excusa. Una excusa para abandonarl
na, una extraña calma inst
e, luego de vuelta a
na chirriando, sus neumáticos chillando sobre el pavimento. Iba demasiado rápido, fuera de control. Se dir
. Vio los ojos de Alejandro ab
ovió ha
protegiéndola con su cuer
dó completam
l y discordante de dolor y cristal