Su Cruel Obsesión, Su Agonía
scara de fría indiferencia, y me ofreció una opción:
guada. La llamaba su "terapia", afirmando que mi desobediencia la alteraba. Le recordé que Ernesto tenía fi
nas conscien
o lo hag
ento. La expresión de Damián se suavizó, a
u sonrisa s
en los ojos-. No eliges quién recibe e
ó a E
á los latig
pecho. No podía ver, pero oí todo: el chasquido seco del látigo, el golpe nauseabundo, el gemido ahog
ítu
atado a una silla de metal, su cuerpo convulsionando. Un tubo delgado iba desde una máquina hasta su brazo, pero en lugar de un medicamento que sa
mián Ferrer, sus manos aferradas
n. Detente. No pu
desgarrada por horas
de fría indiferencia. Se ajustó el saco de su traje de diseña
tranquila-. Puedo hacerlo. Per
delgado. A su lado, una fotografía de Isabella Montes, la mujer que s
mpleza-. Sintió que no mostrabas suficiente remordim
do que el peso de sus
atigazos con ese látigo, ahora
procesar la crueldad. No podía ser el mismo hombre que una vez la
ndo? -susurró, su
impaciencia en sus ojos oscur
terapia. Mantenerla feliz me mantiene estable.
. Dejaste que me abofeteara hasta que mi cara quedó irreconocible. ¡Ya has hecho s
sonrisa sin humor t
siento cuando Isabella está disgustada... no puedes imaginarl
e abrieron con un aleteo. Vio a su he
ido débil y gorgoteante-.
y luego al hombre frío e insensible que tenía delante. Se arrastró más
odo hacia mí. Lo que sea que ella quie
abeza hacia atrás. Su cuero cabelludo gritó en protesta, per
dijo, su voz baja y amenazante-. Despué
la cordura de Sofía. Miró a Ernesto, cuya respiración se volvía
ecir, las palabras sab
un susurro, un frag
ras a pasar por el nudo de terror en su garganta-. Solo... solo as
ruo desapareció, reemplazado por el hombre amoroso que
estará bien. Solo necesitaba saber que todavía me ama
y familiar, una cruel ilusión de seguridad
a de su mejilla. Entonces su sonrisa desapareció, re
dijo, su voz bajando a un susur
se hacia los guardias que
do con una luz terrible y oscura-. No eliges qui
n el dedo
opiado, ¿no crees? Tú desobedeciste, y tu may
sa y recogió el látigo. El c
de Sofía
¡
ndo de correr hacia su hermano, d
, sus brazos envolviendo su cintura c
nto caliente contra su piel-. No quiero q
s contra su camisa cara. La sujetó con fuerza, una espectador
, pero podía
udo del látigo
ndo al aterrizar en el fr
ogado de dol
o. Golpe
otra
va ola de agonía. Luchó contra el agarre de Damián, sus
so y sollozante en sus brazos. El hombre que la sostenía, el hombre que una vez había ama