El beso de despedida de cinco millones de dólares
de hospital. Estaba vacía. El silencio era pesado, roto s
moverse. Miró hacia abajo y vio el grueso yeso bla
ón profesionalmente alegre. -¡O
atropellado un cam
ral, pero se recuperará -dijo la enfermera, revisando sus
i a
justo en la habitación de al lado, con su novia. Pobre c
palabra fue
dad -continuó la enfermera, ajena a la agitación de Eliana-. Es tan tierno cómo
sonrisa tensa.
vuelto y ojeras oscuras bajo los ojos. Se detuvo cuando vio que est
r -dijo, con la voz áspera-.
. -Estabas buscando vuelos a Boston
. -¿Qué, pensaste que te iba a acosar? N
él también la veía como algo inferior, algo que podía dejarse atrás fácilmente.
dijo, sentándose en
ndo la cara-. Estabas preocup
icar-. No está acostumbrada a las
rque ella podía soportar el dolor, se esperaba que lo hiciera. La injusticia d
mente
ron... todo carecía de sentido ahora. En su mundo, la fuerza de una mujer no
de repente baja y urgente-. Y perdió algo de sangre. El
erle la espalda. Sabía a dónde iba
idecer, porque él s
oz quebrada-. Necesita una transfusió
apuros, sino por él. Un favor.
bía dejado rota y sangrando en una caja de metal, y ahora le pedía que le diera su sangre
o. Eliana podía oír los latidos
a sonrisa amplia, br
o se sentía como ácido en su
o por su fácil acuerdo, pe
habitación. -¡Señor Garza! ¡La presión de la señorit
iana, por favor -dijo de nuevo, con
tino envió una ola de agonía a través de su pierna, pero él no pareció notarlo. Co
cómo su propia sangre roja oscura fluía por el tubo t
ara un examen físico. Le tenía miedo a las agujas. Braulio había estado allí, sosteniendo su ma
os en la bolsa de sangre, su expresión ansiosa e imp
urva de su brazo. Braulio se apresuró, tomando la bolsa de sangre d
vena de Eliana, y su brazo ya era un
Tomó el algodón de la enfermera y lo p
en la herida, un fantasma de
tardía, fue la grieta final en su compostura. Una lágrima ca
, mirándola, con
exigirle cómo podía ser tan cru
-¡Señor Garza! La señorita Cantú está despierta, pero está agitad
l algodón cayó al suelo. Se fue en un
en el azulejo estéril, un símbol
e, su corazón un peso f
ndo las protestas del médico. Apoyándose pesadamente en sus m
l había comprado para ellos, la casa qu
us brazos, susurrándole palabras de consue