La Mentira de la Conexión Mental: La Cruel Decepción del Amor
ciudad. Sofía había ido porque Valeria insistió, diciéndole que necesitaba salir de casa. Sofí
equiv
isky en la mano. Y Regina estaba pegada a su lado, su vestido rojo como un tajo de colo
. Vino para dejar algo en claro. No dejes que la presencia de R
da de Sofía. La notificación se sentía menos
ro con un toque moderno. Una aplicación de girar la b
rrer? -preguntó el
o Damián, su
o su oportuni
ero marcado má
odos sabían que estaba casado con Sofía
trión. Revisó el registro de llamadas. U
uego su corredor de bo
cómodo. Sofía no estaba en sus llamadas r
rovechó e
o como favorito? -Su voz estaba teñida de falsa simpatía, pero sus
Sofía por una fracción de segundo. V
voz plana y fría. Era un despido. Un borr
ras como un golpe físi
tella giró de nuevo. Est
mediato, una sonrisa d
borracho, miró entre R
. besar a la perso
su izquierd
nas murmuraro
igo, est
solo
-Miró directamente a Sofía, sus ojo
le, esperando. Era otra prueba. Quería que ella se
ueba definitiva. Demuéstrale que te importa. Detén esto ah
ostro era una máscara en blanco. N
stello de ira cruzó el rostro de D
o -dijo, haciend
uando ella "tropezó", cayendo en sus brazos. Su boca se en
itació
un breve destello de pánico en sus ojos antes de que fuera reemplazado por su habitual c
mente humillante, que cortó el últ
en silencio. Caminó hacia la puerta, co
ó Damián, dando u
agarró d
o hagas una escena. F
a vacilación, So
, por el pasillo y entró en el
na mano la agarró del brazo,
nfo-. ¿No soportaste ver la verdad? Él no te quiere. Nunca lo h
fía, su voz peligr
retando su agarre-. ¿Irás a l
zafó de
Regina. Y puede
ro Regina, enfurecida por su d
alón superior. Perdió el equilibrio, sus brazos se agitaron. El mun
ferior. Una agonía aguda en sus costillas, su cabeza golpeando contra el
Buscó a tientas su teléfono, sus dedos resbaladizos por su propia sangre. L
vez. Do
zón de voz. Había r
ió, la luz azul parpadeando e
tu llamada es un intento manipulador para interrumpirlos. Te est
onectadas de la realidad de ella sangrando en el suelo,
uponía que la amaba, el hombre cuyas cru
e, Sofía Ferrer finalmente entendió. E
te. Y ella misma la había
s se ce