Casada por venganza
paredes blancas, que a su vez reflejaban los destellos de los trajes perfectamente planchados, de los vestidos de gala y de los innumerables arreglos florales. Era la boda que cu
horizonte. Las luces de la ciudad se extendían como un mar de estrellas, pero él no las veía. En s
madre, siempre elegante, con el rostro sereno y la mirada
eír, un brillo en los o
palabras fueron tan frías com
n un vestido blanco de encaje y seda, tan deslumbrante que parecía una figura sacada de un cuento de hadas. El vestido se adaptaba perfe
atorio de la vida que había perdido, de la familia que estaba sacrificando y de la mentira que estaba aceptando como su destino. Felipe, el
una pareja en el día de su boda. Solo desconfianza y resentimiento. Martina lo veía, lo sentí
una escena sacada de una película romántica. Pero en lugar de romanticismo, había una atmósfera tensa, opr
Estaba tan distante, tan calculador, que parecía más un actor interpretando un papel que un hombre casándose. Y Martina, aun
les. No había nada sagrado en este momento. Solo había una obligación, una fachada de amor que no existía. Martina int
lla, sus labios casi rozando su oído,
aunque parecía preocupada, estaba car
ervaba, esperando los votos que sellarían el destino de ambos. Pero en ese momento, solo había silencio en su mente. La voz de
uebrada, pero no podía menti
emente asintió con la cabeza. No había necesidad de más p
s, Martina miró a Felipe, y por un instante, su mirada se encontró con la de él. En sus ojos no había amor, solo una especie de vac
enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte l
intió sin
lo ac
una certeza fría de que todo formaba parte de un plan mucho mayor.
do, Martina sintió el peso de la pregunta como
ptas a Felipe
hombre que no solo no amaba, sino que tenía la intención de destruir a su familia? Pero
s salieron de su boca, como
evemente, marcando el
marido y mujer. Pue
titud aplaudió, en el corazón de Martina, nada había cambiado. Ese beso no sellaba un amor, sino un pacto. Un pacto
que había elegido, o mejor dicho, que no había tenido más opción que aceptar, la golpeó c
a lo sintió. Sabía que, en
, pero la verdadera pru