La Curandera Sin Poder
y a tierra húmeda, un aroma que
eño pueblo. Mis manos conocían el lenguaje de las hierbas
día, todo
ció en el aire. Sentí cómo mi poder, esa corriente cálida que siempre fluía por mis venas, se secaba de golpe. Mis manos
en una humil
no a verme. Sus ojos, que antes me miraban con supu
teje
ra fría,
ujer sin poder, Ximena. Mi
se había comprometido con mi hermana adoptiva, Sofía. Ella era u
r a polvo de huesos del Mictlán, me envolvió en el mercado. Mi cuerpo se convulsionó, y cuando el espasmo pasó, mis
o en una simple ve
s mismos que antes buscaban mi ayuda ahor
la gran c
ve para vender
. Era Emiliano, el respetado cacique del pueblo vecino. Su presencia imponía
autoridad. "Te daré el honor y la protecció
la mañana, pasé de ser el hazmerreír del mercado a la esposa del cacique de un pueblo prósper
veces son pesadi
había comenzado a afectar nuestro pueblo, marchitando los cultivos. Buscando a Emiliano pa
go. Reconocí la voz profunda y retumb
odas las sequías de S
nquila, como si estuviera
el aire
on el viento del Mictlán, transformándola en vendedora de elotes solo para debilitar su espíritu y su conexión con la tierra. Si sigues carg
soltó una
tuales, preferiría que Sofía se convirtiera en la Gran Bruja sin ningún obstáculo. En cuan
abra era
ger a Sofía de las consecuencias de su propia magia ambiciosa. La sequía que azota
da... todo había sido orquestado por el
yarme en la pared para no caer. Me reti
il, mareada. Buscando un lugar fresco donde esconderme del agobiante poder que me estaba dre
tr
un almacén ni un estu
estaba dedi
s exhibidos en maniquíes, sus libros de hechizos
ca me amó. Ni siquiera me veía a mí. Solo me usó como un instrume
ecreta justo cuando Emi
s pálida," dijo, su rostro
imera vez al monstruo que se esco
extrañamente calmada. "Dale el pésame a Sofía. Par
helado, confundido
derarse de mí. El dolor seguía ahí, pero a
trar una salida. No podía seguir siendo el sacrificio silencioso de na
amigo,
n recordaba, tracé un símbolo en la palma de mi man
uxilio. Una promesa