EL Aborto No Es Accidente
e repetía una y otra vez, borrando cada recuerdo feliz, cada beso, cada promesa. Me quedé inmóvil en el pasillo, el frío del mármol subiendo por mis pies des
troceder sigilosamente hacia las escaleras, mis movimientos torpes y desesperados. No podían descubri
batalla de terror y rabia. Cerré los ojos con fuerza, fingiendo un sueño profundo cuando, minutos después, la puerta se abrió y Mateo entró. Se
surró en la oscuridad.
acer a mi lado, tocarme con tanta familiaridad,
ra una espectadora consciente. Durante la visita de
evitaron los míos. Pude ver la tensión en su mandíbula, la culpa grabada en las líneas
poco cansada," respondí, mi
poso preocupado, pero sus ojos estaban fijos en el monitor del ultrasonido, no en mí. Mi
e a Mateo. "Te lo dije, necesita cero estrés. Su salud es lo
tá organizando todo para la llegada del bebé. No podemos permitirnos retrasos ni problemas. Haz lo que te
credulidad y desprecio. "Mateo, ella
ló la sangre. "Se parece a Elena. La misma complexión, el mismo color de cabello. Cu
rísticas físicas adecuadas. El insulto fue tan profundo, tan deshumanizante, que por un momento sentí que me ib
as grietas rellenas de oro. "Kintsugi," había dicho él, sonriendo. "La belleza de la imperfección y la resiliencia." Me sedujo con
despierta, mirando el techo. El dolor inicial se estaba solidificando en una resolución frí
sido, por el amor que creí tener, por el bebé que me habían arrebatado y por el que ahora llevaba dentro, un pr
ligente que ellos. Ten
paré el desayuno, algo que no había hecho en meses. Cuando él bajó, me en
con una sonrisa que me costó tod
e buen humor como una señal de que su plan estaba funci
an radiante," respondió, abrazándome
lví el abrazo, apoyando mi cabeza en su pecho,
í. "Feliz por nuestro be
strara un sedante suave para "mantener la presión arterial bajo control". E
sario, Mateo," protes
o, su voz sin dejar
ojos, vi una chispa de vergüenza, de arrepentimiento. Era mi única oportunidad. Mientras Mateo estaba de
noraría, que su lealtad a Mateo era más fuerte que su conciencia. Pero luego
erré a esa pequeña esperanza. El cómplice culpable era m
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