El silencio del violinista
largo, pero
lejos del concreto y del ruido. O al menos, del ruido que Elías ya no podía escuchar. El silencio era el mi
uando la empujó. Era una construcción sencilla: madera envejecida, ventanas pequeñas, un porche con una meced
che y lo primero que
leno de cosas q
o. Había fotografías antiguas colgadas en las paredes, libros olvidados en estantes torc
re un sofá raído
ante, no pens
en el a
nsó e
es transcurrieron
s árboles, siguiendo senderos sin marcar. Observaba las hojas moviéndose al viento, tratando de adivinar
ra una muchacha. Su cuerpo se movía con fluidez, girando y deslizándose sobre una pequeña tarima impro
vo a ob
a a un ritmo que nacía desde dentro. Bailaba con los ojos cerrados, los brazos abiertos al viento, los p
onido de la caída no llegó a sus oídos, pero sí la vibración en su cue
vista, ella lo
erzo. No dijo nada. Solo alzó una mano en un gesto de saludo tímido. Elías levantó la suya, incómodo, y asintió con torpeza. Ella sonr
hacha seguía en su mente. No sabía por qué le había impresionado tanto. Tal vez porque parecía tan conectada a algo que él
recorrieron el barniz brillante, las cuerdas tensas, el arco cubierto de polvo. No se atrevió a tocarlo. No aún
se volvie
pueblo, donde los rostros eran amables, aunque las palabras le llegaban como ecos p
ver a la
s, tres
ilando. Si
erdido en sus pensamientos, cuando la vio resguardada bajo un árbol con un impermeable amarillo. Ella lo re
uevo po
afo que ella le o
ne a quedarm
esta, asintió y es
amo A
omento antes
ía
sonrió d
más pa
la lluvia, compar
a vez, n