Una Esposa Invisible
años
Yo no recuerdo a mi madre biológica. No sé si me a
zado de caridad. Las monjas parecían ángeles a los ojos de quienes donaban dinero, pero detrás de las puertas cerradas, todo era gritos, castigos injustos, ayunos
a callarme. Nunca lo
ar a cumplir dieciocho años para ser libre. La libertad se toma, no se espera. Así que tomé mi decisión. Me escabullí cuando la oscu
que el cielo se sintió menos gris. Vagaba. Robaba sobras, me metía en trenes sin destino, cruzaba pueblos, evitaba a los policías y dormía en plazas públicas
or de basura detrás de un pequeño restaurante en un pueblo que no sabía cómo se llamaba. Me acerqué,
rbar, niña -dijo u
recogido, con un delantal manchado de harina y unos ojos oscuro
nes h
garganta ardía. As
iente, pero tienes que lav
ina del restaurante, me sirvió un plato de arroz c
preguntó mientras y
ler
apel
quería responder.
men. Y si te portas bien, puedes venir cada
l comienz
pa limpia, una cama. Me enseñó a lavar platos, a barrer, a picar cebollas sin llorar. Y, sobre todo, me
r nada para saberlo -me decía si
sin pensarlo. Me gustaba cómo son
scuela. Ella cocinaba con una pasión que contagiaba. Teníamos discusiones absurdas por lo pi
ante -me decía-. Pero nunca olv
olo quiero poder darle
es eso
hasta la madrugada, sin preocuparse
negando con
or me
niversidad, comenzaron los olvidos. Al principio era leve. Perdía las llaves, confundía los ingredientes. Luego, las cosas empeo
Val. ¿No me
, Luz... ¿Me
diar administración, quería construir algo. Ser alguien. Mamá ya comenzab
ba igual, se le quemaban las comidas, se olvidaba de los pedidos. Y yo... yo no podía con todo. El negocio cayó y tuvimos que entregar el local por la hipoteca. Terminam
pero ya no podía dejarla sola. Una vez casi se incendia e
ré como nunca. Me culpé. Me odié. Pero l
r la universidad, el alquiler, la residencia. Todo. Mandé más de cien currículo
uí en el Grupo Caballejo nos interesa su perfil para una vacante. Si pue
icieros o redes. Solo fui. Con mi carpeta en la mano, los
odos me miraban como si no perteneciera ahí. Recuerdo cómo una recepcionista ru
para consegu
al hombre que desordenaría cada parte de mi vida. León Dueño de un
l cabello negro. Cuando se giró, lo primero que noté fueron sus ojos: fríos, calculad
? -fue lo pri
ondí con firmeza, aunque por de
amable. Era una sonrisa de reconocimiento. C
personas débiles. Y usted...
o una amenaza. Pero me