Engaños en el paraíso
ta al hotel bajo la luz de la luna. Una vez en el lobby, mie
una sonrisa pícara-. Creo que pr
me recorrió como una descarga eléctrica. Dudé por un segundo. «¿Es esto lo correcto?», m
on una sonrisa que reflejaba la
vez dentro, cerré la puerta tras de mí, y me giré hacia ella. La luz tenue de la habitación creaba un ambiente íntimo y sensual. No hubo palabras
e desprendía su piel me embriagaba. La besé con ternura, con deseo, con una necesidad que no sabía que tenía. La noche transcurrió entre besos, caricias y susurros, en una intimidad que parecía haber nacido mucho antes de esa
andra, con una sonrisa
o entre nosotros en tan poco tiempo. Desde la pelea en la playa, pasando por el incidente en el restaurante donde Eduardo l
ramente la cabeza, con
qué t
e lo rápido que han cambiado las cosas entre nosotros. Hace apenas
una pequeña ri
un... bueno, de un idiota -añadi
. Y después de todo eso, a
z suave y una mirada intensa que me hizo olvidar por com
s, sintiendo la misma electricidad que me h
a? -pregunté, con la
ió, acercándos
n realidad, nuestro primer encuentro fue... -se detuvo un instante, juntando las manos como si estuviera a punto de recrear algo importante. De repe
increíble cómo algo que había empezado de una form
, vino el beso del atardecer, después de nuestra... -hizo una brev
consideraba el almuerzo de ayer como una cita? Supongo que, técnicamente, lo era. Me había invitado a un lugar especial, habíamos pasado tiempo juntos a solas, h
isa que intentaba ocultar mi repen
invadió. Sentí el aroma a vainilla de sus l
decir, buscando las
jandra, con una sonrisa
omo si estuviéramos destinados a encontrarnos. La forma en que nos mirábamos, la forma en que nos entendíamos sin necesidad de palabras, la forma en que nuestros cuerpos se atraían como imanes... Todo parecía indicar que éramos un
s llamadas, se la pasa con alguien, ¡no sé quién! ¡Y con gente que ni conozco! Y las pocas veces qu
ó. Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, reemplazadas por un silencio sepulcral. Sus ojos se abriero
esar lo que estaba viendo. Sus ojos iban de mí a Alejandra, una y otra vez