Una noche con el Ceo millonario
cio, acariciándome la cara con su aliento a cerveza. Peor aún, el olor a
a muñeca con una fuerza sorprendent
arte porque nunca veía desconocidos. En casa, todos se conocían. Nadie en Hamming le agarraría
do amable para montar una escena. No tenía la complexión dura de aquella empresaria que se burló de mí
en la YMCA de mi ciudad, pero nada de lo
dos se clavaban en mi carne. Estaba atrapada, y la necesidad de sobrevivir y huir me invadió mientra
n qué carajo
avor dé
Ah. Qué educado, además. Tiró de
udad, ¿no? No, no, pero tal vez era una le
Suéltame. Tiré con fuerza, desesperada por soltarme. Solo quería
permanecieron aferra
siquiera le había dicho a Lina dónde estaba, así que si este imbécil me ar
enarios inundaron mi mente y empujé su brazo
tado contra mi brazo demostraba lo musculoso y duro que era. Maldita sea mi baja estatura, siempre tenía que levantar
aria, lo que sugería que no muchos le habían refu
mbre sobre mí. Y con ese hombre alto, moreno y guapo que no se movía del
desconocido más alto, con los ojos azules más oscuro
conocido. Casi parecía aburrido, relatando con
. Estaba aquí sola.
ánico. Este hombre sexy no me esperaba. No era su cita. Era imposi
icho raro que se aprovechaba de mí. Él, quienquiera que fu
odavía hay gente
es de intentar hablar lo suficientemente alto-. -S
nocidos, y quizá me estaba pasando un poco. Para mi sorpresa, no retrocedió ni me dedicó una sonrisa burlona. En cambio, se gir
a totalmen
de llevarse la botella de cerveza a los labios. Al darse cuenta de q
ba enfurruñado. Probablemente iba en busca de otra m
lejó demasiado. Su calor corporal irradiaba hacia mí, y con el toque picante de
razo, donde el borracho me h
mano para inspeccionar las marcas rojas en mi piel. ̶ Estaba revisando mi cuen
e la nada
escalofrío me recorrió el cuerpo y me pregunté cómo p
aquí sola
r que otro supiera que estaba sola, descarté la preocupación de que este tipo
o se deslizó hacia adelante y, al levantar la cara para mirarlo a lo
es se transformaron en algo parecido a una mueca de suficiencia. Quizás lo había divertido. Incluso lo había intrigado. N
llevaba un momento intentando llamar su atención, agitando una tarjeta y un di
areció darse cuenta de que aún me sostenía la m
erra, y me castigué mentalmente por desear que este extraño pudiera volver a tocarme. Hacía siglos qu
mí mientras firmaba la pantalla c
era apartar la mirada
stás cel
aritano al asustar a ese otro tipo, fingiendo estar aquí conmigo. Y cuanto más me fijaba en él, en la robustez que su camisa y