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Valle de los Lobos

Capítulo 3 3

Palabras:1169    |    Actualizado en: 21/02/2025

matara en el acto. Se había apartado de la cascada para volver a nadar por el estanque. Agaché la cabeza una vez más al verlo encaramarse a la or

ascible era su madre, la reina Luna, porque no tenía compañera ni se preocupaba por buscarla. Se decía que en la guerra era violento y temerario. Bajo ninguna circunstancia toleraba la menor desobediencia,

lo entonces me atreví a alzar la vista y espiar el estanque. Ni rastros del Alfa. Me erguí un poco, confundida. No lo oía ni lo olía. ¿En

diato. No podía arriesgarme a que otro lobo me descubriera allí. Pero no podía regresar sin mis botas. Mi padre me las hab

. Si me duraba la buena suerte, las malhadadas botas habrían quedado atrapadas entre

edadas en una raíz. Moví las manos alrededor y comprobé que las dos botas

la otra. Por supuesto que la segunda bota tenía las correas enredadas en u

la cabeza con lentitud, aterrorizada. Ése no era un lobo: era un león de la montaña. Vi el pálido destello de la luz de

co tirón que le di. Atisbé hacia atrás mientras trepaba apresurada. El le

o volverme. El espanto me paralizó, y vi con ojos alucinados el arco que el

do y gutural a mis espaldas y algo me golpeó con violencia, empuján

ré levantarme y me alcé boqueando por aire. Para ver atónita que el lobo negro había regresado. Tenía atrapado al león por el cuello y lo sacudía de

a clara pelambre se cubría de sangre. De pronto volteó la cabeza hacia mí, l

as lágrimas. Lo que menos me importaba era que el chal habí

a del mismo tamaño, gigantesco, y su pelambre era negro azabache. Retrocedió varios pasos

a él, mi tobillo lastimado me hizo pisar en falso sobre la roca resbalosa del fondo del estanque, volviendo

lvió a sentarse mientras yo trepaba trabajosamente. No me molesté por

lamé con voz temblorosa-

estúpido tobillo. Lo sentí olfatearme y soltó otro gruñido gutural, hostil. Entonces, con una delicadeza que jamás

s a cabeza, sudando de puro terror, el corazón a punto de estallar, me erguí hasta sentarme en mis talones para enfrentarlo, dejándole ver mi cara y mis ojo

en mí: la imagen misma

llo de mi vestido. Lo abrí cuanto pude, cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás, ofreciéndole mi

brí los ojos. Entonces, para mi sorpresa, retrocedió y

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