Valle de los Lobos
CAC
orte, que inclinaba las briznas en ondas continuas hacia los primeros árboles. El bosque descendía de las colinas que acotaban la entrada al valle, a
a cuesta que llevaba a la pradera, figuras oscuras y ta
está! -
sfuerz
se de
astimados, descalzos, el terror pintado en sus rostros. Los que iban solos se adelantaron en una carrera desesperada hacia los árboles. Las familias intentaban mantenerse unidas, llevando
ble de los cascos subía por la c
belleras recogidas, para que el viento no las echara en sus rostros pálidos de belleza etérea. Sofrenaron sus cabalgaduras, llevándolas al paso
ante mar de hierba. Nadie se detuvo a ayudarlos. Ya no había tiempo. Los demás siguieron corriendo hacia el bosque sin mirar atrás, el
corriendo. La mayoría de ellos continuó la persecución. Sus lanzas alcanzaban a los fugitivos, derribándolos aún con vida. Entonces, los jinetes saltaban de sus monturas sin moles
omó entre las nubes por un momento, iluminando los grandes lobos, del tamaño de
s fáciles de los perseguidores. Los lobos los ignoraron para saltar s
: el bosque embrujado protegía la entrada al Valle de los Lobos, enemigos jurados del clan que acababa de masacrar a toda su aldea. Y l
guir sosteniéndola, el aire parecía no llegar a su pecho. Lo único que la empujaba a continuar era el bebé en su vientre, que nacería en cualquier momento. Entonces sintió que un ardor lacerante l
y oyó su grito de dolor. Retrocedió horrorizado, hallándola prisionera en
to en una mueca de dolor y desesperación. El jinete se situó tras ella con sonrisa aviesa. Le aferró la larga melena enred
ó el herrer
bía la sangre de su esposa, al mismo tiempo
colmillos desgarraron la carne de su esposa y la sangre manó de su herida, bañándole el pecho y los harapos que la cubrían. El jinete se irguió con una
de gracia. En cambio, cayó al su
peleaba con el jinete, que había
a atrás aterrorizado, inten
udió varias veces el cuerpo inerte entre gruñidos guturales, hasta que la cabeza del jinete se desprendió y cay
goteando de su hocico. No se atrevió a resistirse cuando el lobo apartó el cadáver del jinete con su p
largo, poderoso, que pareció golpear en el pecho al herrero. Cayó sentado hacia atrás y eso lo hizo
señor lobo! ¡Te
a cabeza. El lobo lo observaba con una mirada d
Toma mi vida! ¡Pero salva
ue a todo correr. No quedaban rastros de los jinetes, más que un puña
rnicería. Los hombres del bosque se separaban para ir al encuentro de los lobos, y pronto tres llegaron junto
da, mi señor! -exclamó
mujer moribunda. No retiraron la lanza que le atravesaba el hombro, para no provocar una hemorragia que la mataría de inmediato. El he
mbra de los últimos árboles, se alzaba una aldea iluminada por antorchas, las calle
ales. Una mujer desaliñada, la cabeza envuelta en tiras de tela de colores brillantes, los guió a
ra! -
o negro de ojos dorados entró cuando se disponían a salir. Los hombres incl
apartarlos para volver a entrar a la casa-. Tu esposa no verá la lu