Señales del destino
secuestro y, la forma tan fácil, en que lo llevaron a efecto. Comencé pensar en la posibilidad, no tan lejana, de la existencia de un cómplice dentro de mi casa
abrirse y comencé a temblar. Mi verdugo se posi
algo – rápidamente, anuló la distancia que nos separaba y me apretó, b
as de un ataque de ansiedad inminente. No... por favor... necesito pensar con claridad... ahora no. Se acercó más y, su nauseabun
do su lasciva lengua por mi cuello – yo te h
illé – yo n
a respirar, porque, al ataque de ansiedad, se le unió el dolor intenso de la agresión del hombre salvaje, que tenía frente
me temblará la mano para acabar con tu vida. Además –
da por recuperarme, me negaba a aceptarlo. Recibió una oportuna llamada telefónica y se a
o que dé con el lugar. Mantente a s
pensar en mi guardián y en el peligro que corría. Al diablo no le temblará la mano pa
encontrara más vulnerable de lo que, en condiciones normales, ya estaba. No se lo
l. El sueño fue ligero e inquieto, pero, en lugar de recuperar fuerzas, mis energías fueron drenadas. Me despertó la necesidad apremian
mproductivo, lo conseguí. Estaba oscuro, era de noche. ¿Dónde me encontraba? ¿Cuánto tiempo llevaba encerrada en este lugar? Me sentía débil, pues, en todo este tiempo, no había pr
No has comido? Se rió, él está consciente de
¿Por qué tendría y
ada – susurré – por
dose del amarre, acariciarme la mejilla. Comencé a temblar, inicialme
vuelta y, enseguida, te buscaste un suplente – Me tocó los senos con
s de ello, sin embargo, necesitaba ayuda. N
ura de Isabel apareció frente a mí. Frunc
lamé - ¿Qué ocurr
có a su lado y r
ustó la s
ción. ¿Isabel me había traicionado?
– no sabes lo que
? – pregunté
– exclamó riendo - ¿pe
gunté débil. Ya comenzaba a
había dejado un sabor amargo en la boca. La consideré leal y, ahora, al contempla
nfusión se hizo visible – la madre me contactó mientras es
reparó su venganza por años y ella lo ayudó a l
ansés está obsesionado contigo y no va
re y ni él ni nadi
presión libidinosa se me acercó. Me tocó el mentón y yo traté de apartarme. Por en
ta, eres toda una mujer y n
lpeé en la entrepierna. El sordo grito de dolor me causó placer, ya no me importaba sucumbir ante el desatino del agresivo secuestrador, solo debía aguantar, sin dejarme avasallar. Durante algunos minutos se mantuvo en silencio, pero, después volvió, a la carga, con mayores bríos. El ímpetu lo hizo golpearme una y otra vez, ya sentía el sabor metálico de la sangre, que fluí