Señales del destino
, me llenaba de respeto, consideración, confianza y amor cada día. Era un hombre detallista y tierno que se debatía entre la ola de emocio
ndo para atacar. Una mañana me despertó el grito de Isabel proveniente de la cocina. Espantada salí corriendo del cuarto, presa de una enorme ansiedad y, al llegar, pude presenciar el rostro desencajado de la joven, que est
ima vez no correrás con igual suerte, no te podrá salvar ni tu empleado¨ ¿Cómo logró entrar
agitó la nota en el aire -
confundidos, incapaces
ando... y no vi nada sospechoso
dirlos – amenazó mi guardián
o. Yo solo atiné a subir para mi habitación y acurrucarme a llorar desconsolada. No sabría decir el tiempo que permanecí en l
o... Jerry...
hacerte daño – susurró, acercándose a mi oíd
por arte de magia, mi ansiedad. El destino había puesto a un á
al llegar a la casona y ver al equipo de protección, realizando su trabajo, mostraron señales de alarma. Ellos sup
adre con un tono que reflejaba impotenci
están ofreciendo el benefi
iedad – gracias a Jerry y su responsabi
o con una boba sonrisa d
o el gesto y abrió los ojos sorpren
enzado a sentir... cosas muy fuertes por J
ndo un balance de los últimos meses, pude palpar, con señales claras, el largo camino recorrido. Profesionalmente había abrazado el éxito en mi creación lit
enaza y también porque dormía a gusto a su lado, pegada a su cuerpo. Después de la peligrosa visita al parque, me mantuve en la casa, a vec
ía respirar aire puro. Ese, especialmente, después de la reunión, Danna había insistido en que la acompañara a su casa, pues su hija de quince años, quería conocerme y había pedido, como regalo de cumpleaños, un autó
Danna con cansancio – no t
a puerta del copiloto y me dejó salir. Me acompañó hasta el departamento,
o es poco – di
nida de un andador apareció en el umbral. Al verme, re
niste – repetía,
irmó con la cabeza - Felicidades – a
dolescente lo miró con especial interés. Ese era e
nna parecía maravillada, porque, finalme
contesté – guarda
nes la tomaro
- eres famosa y tien
tas y firmé el autógrafo. De repente, el sonido del teléfono de Jerry inundó el salón. Abrió la puerta y tomó la l
egunté con una mezcla
icitis, de urgencias. Dice Camila,
incité, mirando su rostro compungido. Du
idad, se montó en el auto y partió. Intenté ignorar la sensación de vacío que sentía, pero experimenté una
nido de las hojas de los árboles, al moverse. Bajé del vehículo con el corazón apretado. Tenía un extraño presentimiento. No había caminado más de tres metros cuando, un pañuelo, i
s, déjam