Los dioses olvidados.
las armas y corran a buscarnos dos buenas jarra
dirigió a palacio. Desde las alturas la
iempo, en
metros de distancia. La enorme roca es un lecho de muerte de la que sobresalen algunos pequeños aros de hierro con clavijas incrustadas, estos tienen como objetivo sujetar a los que serán ofrendados. En la piedra están meticulosamente tallados diminutos canales y hoyos por donde la sangre c
s más temidos y antiguos jefes de clanes
so les entrego cinco opulentos glotos y quince esclavos que s
e brazos se elevan blandiendo diferentes armas que bril
rodean el ensangrentado y tenebroso altar, los mugidos de los animales, que hoy no servirán como comida, se
s guerreros que llegaban, entre relinchos y remilgos, se contuvieron en el centro de las fogatas, y regresaban de alguna felonía, uno de ellos se encaminó hac
entre nosotros, trae noticias y botines de las tierras verdes, trae tres poderosas hechiceras y como cautivos a
ada, delante de los caballos de un grupo de rastreadores que los amenazaban contantemente con sus armas; más atrás, tres maltratadas y sucias adolecentes caminan
tiempo
la cabeza va Quonkor -el de poca vista, llamado así por la falta de un ojo. Es temido por sus crímenes y fechorías ya famosas en las vastas regiones más allá del imperio de Jakar, entre ellos cabalga su descendiente Yuntar y se encaminan a tierras verdes con el afán de captur
giones más
amas de gruesos árboles, como aferrándose a ellos. Es uno de los tantos caseríos ocultos en los bosques de la demarcación, haciéndolos así inaccesibles a algunos predadores del bosque. Las cabañas, rústicas y burdas, se unen entre sí por unos cortos puentes colgantes de fibra,
itos de guerra y portando enormes armas; uno de ellos, garrocha en mano, la avienta sobre la aterrada mujer, atravesándole el pecho; los demás atacan con furia incontrolable las maltrechas edificaciones y a sus despavoridos habitantes. Los forajidos trepan por los árboles ayudados con enormes garfios sujetos a
es y lo que encu
os desagradables servirán de esclavas, los más débiles alimentarán a las b
e garfoga manchada. El repugnante rostro se deja ver por entre las enormes fauces abiertas y sin vida del animal; al g
, en parajes más
rdazados y fuertemente atados contra árboles cercanos; los del caserío que habían saqueado días atrás, se unían a otros que corrieron la misma suerte. Tiempo antes, las bestias de carga fueron liberadas de su pesada carga, algunos fardos de pieles y baratijas se amontonaban cerca de ellas. En el bosque de las setas gigantes la vida nocturna cobraba vida, desde el atardecer varios rastreadores se había separado del grupo; los dirigía Yuntar, joven y experimentado saqueador y se encaminaban hacia un pequeño poblado de agricultores a los que saqueaban salvajemente en algunas de sus excursiones por esos parajes. Eran la avanzada de los hombres de Quonkor y e
uas, al suroes