Los dioses olvidados.
vocó a nuestros ancestros. Que el silencio inunde las dunas cuando ella
s, Mengala –con aquel rostro escalofriante, la desgreñada cabellera y el largo cuello del que cuelgan extraños collares de semillas, huesos y dientes pequeños-, parecía una sombra. La túnica de piel y telas oscuras –cocidas grotescamente-
crecer y arrasar ciudades, a los descendientes de Jakar transitar por senderos nunca antes recorridos, guiando a la poderosa raza de los morkanes, n
orosa como revi
espíritus indomables y poderes inimaginables, he presenciado tormentas sobre los morkanes; y sus
toriosos en incontables combates abrigaban en sus pechos comandar las huestes d
s de Jakar ni de las hembras de su raza y muchos guerreros la encuentran más bella que el resto; sin embargo, no se atreven a reconocerlo, porque temen esa mirada aterradora, a esa mujer de pocas palabras, de fuerte carácter, que no presume, desgreñada, sucia y que apesta a lobo. En las batallas la falta de misericordia para con sus enemigos es bien notable; muchos saben que creció dentro de una jaula en el foso de los sacrificios. Jaula que únicamente subían una vez al día para proporcionarle comida y agua en una mísera vasija. Tal crianza y cerca de los salvajes
a las que desde hacía seis jornadas despedían deliciosos olores a g
értiles d
sos. Los siguen más de una decena de carromatos atestados de cajas y cestas de las que sobresalen gran variedad de verduras, colas de pescados ahumados y carnes secas cubiertas
n que resultó más difícil de lo habitual porque se vieron obligados a rodear el
a regresa con un poco más de la mitad de los que abandonaron la ciudad casi un año atrás. Desd
as alas desplegadas, deja escapar de su pico un constante hilo de agua en diferentes direcciones. Por entre las incontables formas verdes e inmóviles, aparecen dos jóvenes enfrascados en un competitivo duelo a espadas y escudos, son perseguidos por un grupo que se desplaza alrededor. Atentos a lo que está sucediendo y enalteciéndolos a gritos: unos partidarios del joven Castar y otros de Ki
ado -se escucha la voz de uno
incita otro- tú
ra que eres el verdader
arte de la espada -vocifera Kinar-
n está cerca y ya no cuentas con fuerzas para cont
. De pronto se escuchan las trompetas de los vigías de la muralla anunciando la llegada de algún visitante. Mas el aviso no detiene el ataque de los jóvenes. Mientras, a más de sesenta metros de distancia y desde una de las seis torres del palacio, una esbelta figura los observa sonriendo: es una joven de l
licadamente bordado la figura de una exótica ave de negro plumaje, pico amarillo y corto, de doradas alas y cola, esta última casi transparente y fraccionada en tres partes, sus patas se cierran sobre una espada de doble f
a delante de los contrincantes que se paralizan observándolo y se dan media vuelta para mir
cómo ha podido hacer es
co es tan diestra como los i
rmana son dirigidas por la mismísima mano de la diosa
igüemos quié