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INOCENTES

Capítulo 4 .

Palabras:2747    |    Actualizado en: 26/09/2023

bre su pecho para ocultar el vestido rasgado, protegiéndose del viento fresco que acariciaba el jardín. -Es un maravilloso día de sol -le había comentado a su acompañante mientras pa

imbuido de historia y secretos antiguos. Y no podía evitar preguntarse cómo serían sus aposentos. Había soñado con este momento durante tanto tiempo que ahora, finalmente en l

l pareció un poco incómodo cuando ella le regaló una de sus sonrisas coquetas, con el tiempo se relajó por completo. En realidad, no era que él estuviera incómodo, sino que el aroma a jazmín que llevaba, sumado a su rostro angelical y su melodiosa voz, provocaban que su pene estuviera mas duro que un huevo de dragón. Literalmente, el pensó que no podría soportarlo mucho tiempo mas. Así que se limitó a caminar en silencio mientras guiaba a la princesita Velaryon. -Los días de sol son mis favoritos. Estoy segura de que me acostumbraré fácilmente al calor de Desembarco del Rey -com

pero le sonreía con la gracia de una princesa de la más alta cuna. Era exquisita. Comenzaba a entender por qué la llamaban la dulce tentación. El principe bajó la mirada, suspiró con un gesto divertido y le respondió con una sonrisa afable. -Lo tomaré como un cumplido, princesa. -Ciertamente lo es -respondió ella con complicidad mientras continuaban caminand

n no la quería, y por lo que conocía a su hermano, podía afirmar que eso no cambiaría. Ninguno de los miembros de su familia tenía la intención de aceptarla. Incluso se suponía que el tampoco debía mirarla del modo en el que lo estaba haciendo. De una forma que iba mas alla de la apropiada, mas allá de lo que a su madre le gustaría. Pero Daeron no era él ni tampoco era Aegon, que aunque fuera un sujeto desagradable tenia sus propias limitaciones. El comportamiento de su hermano menor era perverso en extremo, incluso más allá de su propio limite moral. Daeron era veneno puro. Podría haber simplemente ignorado a su sobrina, pero no, había decidido atormentarla. Y sería todo un reto detenerlo. -Eres muy inocente -le advirtió en un tono cauteloso. -Demasiado amable con él, princesa. Joffrine suspiró y se ajustó un mechón de cabello detrás de la oreja mientras lo miraba. Su expresión carecía de su típica sonrisa, lo que hacía que su rostro pareciera especialmente frágil. Dejaba ver aquella belleza delicada. -¿Y qué otra cosa puedo hacer, Aemond? —su voz, suave y dulce, acarició su nombre como un cántico sensual, enviando un escalofrío por la espalda del príncipe. —Nadie me ha dado la oportunidad de elegir, ni lo harán jamás -continuó, suspirando con evidente decepción. -No puedo hacer más que esperar que mi matrimonio sea exitoso, esforzarme por ser una buena prometida y una buena esposa. Intentar que, quizás, en algún momento Daeron me tolere o simplemente... me respete. Maldición. El ya no podía soportar escuchar una sola palabra más. La veía allí, con sus ojos cristalinos, a punto de llorar pero tratando de ocultar su tristeza. Y no parecía la niña que realmente era. Todo rastro de la jovencita inocente que había estado arrancando flores por el jardín hacia menos de cinco minutos había desaparecido en una sola oración. Su rostro, que antes irra

ue se desenvolvía. -Mi color favorito es el ros... es el rojo -se corrigió rápidamente. Aemond la observó de reojo, compartiendo una complicidad silenciosa aunque ella no lo notara. -Los vestidos rojos me parecen aburridos - confesó él. Creo que prefiero los que son de color... rosa. [...] Joffrine no había tenido la oportunidad de pasar tiempo en sus aposentos an

n le costaba un poco llamar hogar. Pero después de todo, ¿Qué podía esperar? apenas había pasado unas horas allí. Antes de salir de sus aposentos, se miró en el espejo para asegurarse de que seguía luciendo radiante y de que cada mechón de cabello estaba en su lugar. Así era, una vez más en el día, se sintió preciosa. Sonrió para sí misma y dejó que su imaginación fluyera, buscando un poco má

? -preguntó en voz alta, desabotonando otro ojal. Luego, en un tono lo más sensual que pudo lograr, se acarició el pecho con una mano y preguntó: -¿O tal vez así? Se mordió nuevamente el labio y su mano se deslizó hacia su vientre, mientras seguía observándose en el espejo. -Tengo un regalo para usted, príncipe. Algo que sé que le gustará mucho -e

s zapatos y se roció con agua de rosas, arregló su cabello y abrió la puerta para encontrarse sola en el pasillo. -¿Ser Aelinor? —preguntó al no verlo detrás de la puerta. Pero nadie respondió. Llena de intriga, comenzó a caminar, observando los pasillos y sus rincones en busca de él. Su madre había sido clara y específica: debía ser escoltada, pero no había mencionado n

figura encapuchada, una silueta que no tardó en reconocer: el menor de los hijos del rey, Daeron. Su prometido. -Príncipe -titubeó ella, su mandíbula temblaba de miedo. Presentía que eso no auguraba nada bueno y estaba segura de que no se equivocaba. Él suspiró y retiró la capucha que cubría su cabeza. -¿Estás tratando de humillarme aún más? -se a

seas mi prometida. Ahórrame tener que reprenderte por intentar seducir a mi hermano-gruñó, la soltó de manera brusca y Joffrine se tambaleó. —Pero tendrás que reflexionar sobre tus acciones, así que he decidido que te quedes aquí hasta que venga por ti. Y espero que cuando eso ocurra hayas ideado una fo

ó antes de desvanecerse tras la puerta. Joff reaccionó con rapidez, pero no lo

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