El ceniciento
s dedos. ¿Qué voy a hacer ahora? Miro hacia ambos lados de la calle sin saber hacia dónde ir ahora. Pedi
siendo tan extremis
enso pedirles ayuda, voy a demostrarles que puedo hacerlo solo, sin embargo, necesito saber cu
os, marco su número y pulso la llamada.
ij
a al mismo tiempo en qu
un nudo atravesado en mi garganta―. ¿No les
itar trepidante de los latidos de mi corazón. Co
sentado que, por el hecho de tener nuestro apellido, vamos a perdonarte todas las estupideces y los errores que has venido c
r el aire que he estado c
nariz―. Denme al menos la posibilidad de encontrar un trabajo decen
nico qu
enérgico―. ¿Aún no lo
o he tenido tiempo de pensar en cualquier otra cosa
en lo único que pienso es en enco
lado durante al
te quedan solo cuarenta y ocho horas de las setenta y dos que te ofrecimos. Si decides someterte a nuestras exigencias, te prometo que tendrás e
nderme. Pero, ¿qué más puedo decir cuando acaba de
no está ni cerca de terminar. Giro mi cara de un lado al otro, tratando de decidir hacia qué dirección caminar. Es increíble lo diferente que se ven las calles cuando
detengo en un pequeño café abarrotado de estudiantes que a esta hora acostumbrar reuni
señor, aquí ti
bolsillo no puedo aspirar a ir a uno de mis acostumbrados restaurantes. Trago grueso. Opt
e me atendió y le
para
tales y opto por
gua, po
tranquilos, quizás sin tantas preocupaciones como las que me embargan en este momento. De repente, escucho
piensa
de pelo ensortijado
a la que no puedo verle la cara―. Necesito buscar a alguien que
a tiempo completo ―sugiere la rubia al bañar sus papas con una asquerosa
ón. Se oye interesante y me sirve de distracció
de todas las ocupaciones de la casa ―la chica deja el móvil en la mesa y se pone de pie―. Tengo que irme, alguien respondió a la solicitud de servicios y debo encontrarme con ella en veinte minutos ―abre su cartera y le tiende a su compañera la nota que saca
su amiga y ab
artar la mirada de la rubia para centrar mi atenci
n. La rubia se ha levantado de la silla y camina hacia una de las esquinas del local. La observo inquisitivamente. Quita un par de pi
cercan a curiosear, cuchichean durante un rato y luego deciden perderse en el corredor que se dirige hacia el baño. Vuelvo a retomar m
que, por supuesto, no se parece en nada a la que acostumbraba a dejar en los restaurantes lujosos que solía frecuentar. Esto me hace sentir miserable. Me doy la vuelta p
que estuvieron aquí pocos minutos a
ue voy
eleva su brazo para cogerla, pero antes de q
chicas, pe
nfusa de las dos chicas y una sonr