El amor en la sociedad rusa de finales del siglo XX
rsburgo para esperar a su madre, y a la primera persona que halló en la escalinata del e
señor! –gritó Oblons
s cuando encontraban a Oblonsky. Y, tras estrecha
las dos. ¿Adónde fuiste
radablemente el tiempo con ellos que no
nes enamorados por los ojos –declamó Esteban Ark
ando el hecho, pero cambió
a quién
jer muy bonita
Ho
spero a mi hermana Ana. –¡Ah,
con
.. – contestó Vronsky distraídamente, relacionando vagamen
célebre cuñado Alexis Alejandro
de vista... Sé que es mu
omprenderás que él y yo n
not in my line
r, pero es una excelente persona –comentó E
¡Ah, estás ahí! –dijo, dirigiéndose al alto
erimentaba por Oblonsky, venía sintiendo una atracción especial
ngo la cena en honor de esa «diva»
asistentes. ¿Conociste ayer a mi amigo
se fue muy pronto
mpático –continuó Oblo
ó–, hallo cierta brusquedad... Siempre están enojados, sublevados con
ad! –exclamó Oblonsk
onsky a un empleado. –Ya ha salido de
speraban a los viajeros. Entre nubes de helado vapor se distinguían las figuras de los ferroviarios, con sus toscos abrigos de piel y
gradable a veces. Pero con frecuencia resulta muy simpático. Es una naturaleza recta y honrada y tiene un corazón de oro. Mas ayer tenía motivos particulares – continuó con significativa sonrisa, ol
tuvo y pregun
ue se declaró aye
así. Pero si se fue pronto y estaba de mal humor, es q
pirar a algo mejor–dijo Vronsky. Y empe
prefieren dirigirse a las... Allí, si fracasas, sólo significa que no tienes dinero. ¡En
del frío, y moviendo lentamente el émbolo de la rueda central. El maquinista, cubierto de escarcha, arropadísimo, saludaba a un lado y
os: un oficial de la guardia, muy estirado, que miraba con altanería en torno suyo; un joven comercian
idó de su madre por completo. Lo que acaba de saber de Kitty le emocionó y a
aquel departamento ––dijo e
sus pensamientos, haciéndole recorda
on las ideas del ambiente en que se movía, no podía tratarla sino de un modo en sumo grado r
n vagón y se paró a la entrada del dep
er, con su experiencia de hombre de mundo, qu
no sólo porque era muy bella, no sólo por la elegancia y la gracia sencillas que emanaban de su figur
desviaron, mirando a la multitud, como buscando a alguien. En aquella breve mirada, Vronsky tuvo tiempo de observar la reprimida vivacidad que iluminaba el rostro y los ojos de aquella mujer y la c
frunció levemente las cejas al ver a su hijo y sonrió con sus delgados labios. Se levantó del asiento, entregó a la
grama? ¿Cómo estás? ¿B
ando involuntariamente el oído a la voz femenina que sonaba tras l
dama. –Es un punto de vista muy petersburgués, señ
ítame besar
ire a ver si anda por ahí
volvió al
a su hermano? –pr
ky recordó que aquella
ero no la había reconocido. Además, nuestro encuentro fue t
de usted su madre y yo. ¡Y mi hermano sin venir! – exclamó, dejan
ciana condesa. Vronsky, salt
onsky
ue sorprendió a Vronsky por su gracia y firmeza, le enlazó con el brazo izquierdo y, atrayéndole hacia sí, le besó. Vronsky la m
ido la instaló conmigo y me alegré, porque hemos venido hablando todo el viaje. Me
qué se refiere
e nuevo para desped
y yo a mi hermano. Me alegro, porque yo había agotado todo
ndole la mano–. Es usted una mujer tan simpática que resulta igualmente agradable hablarle
n pie, muy erguida,
ya– tiene un hijo de ocho años, del
blado mucho, cada una de nues
sta vez dirigida a Vrons
–dijo él, cogiendo al vuelo la pelo
iso continuar la conve
la anciana Co
ayer se me pasó sin darme cue
besar su lindo rostro. Le digo, con toda la franqueza de
zó e, inclinándose ligeramente, presentó el rostro a los labios de la Condesa. En seguida
como de algo muy importante del enérgi
o, lo que no dejaba de sorprende
pática –dij
sa desapareció de sus labios. Por la ventanilla vio cómo Ana se acercaba a su hermano, ponía su brazo bajo el de él y com
salud, mamá? –dijo d
ado muy amable. María se ha puesto mu
al había ido expresamente a San Petersburgo, refiriéndose a la e
ijo Vronsky, mirando po
ui
a Condesa entró anunciando que todo
ay poca gente para
brazo a su madre. Pero al ir a salir vieron que la gente corría asustada de un lado a otro. Cruzó también el jefe de esta
Por dónde se tiró
eron también hacia atrás con rostros a
sky y Esteban Arkadievich siguieron a la
iado arropado a causa del frío, no había oído retro
olvieran, las señoras conocían ya
destrozado del infeliz. Oblonsky hac
ble, Ana! ¡Si lo hub
moso rostro, aunque gra
su mujer estaba allí! ¡Era terrible! Se precipitó sobre el cadáver. Al
r ella? –preguntó la Kareni
iró y salió
mamá –dijo desd
a sosegadamente con la Condesa de la cantante de moda mientras l
ya–dijo
delante, con su madre. Ana Kar
fe de la estación
ntos rublos –dijo–. ¿Quiere hacer e
encogiéndose de hombros–. No veo
adió, apretando la mano de su hermana–: Es un b
honor de
hermana, esperando que l
tación, el coche de los
a hablando aún
e –decía un señor–. Parece
ha sido la mejor, puesto que h
no notó con asombro que le temblaban los lab
guntó, cuando hubieron r
presagio –r
Lo importante es que hayas llegado ya. ¡No sa
ho? –preguntó Ana. –Sí... ¿Ya sabe
se alejar algo que la molestara físicamente–: Ahora hablemos de ti. Ocupémon
ontestó Esteban Arkadievi
casa ayudó a bajar del coche a su hermana, susp