El invierno se hace presente en Copenhague, reluciendo un cielo gris con un aire frío y húmedo. La ciudad se encuentra envuelta en una densa neblina y el horizonte ni siquiera se puede apreciar. Los faroles de las calles emiten una débil luz amarillenta, parecida a las que tienen las casas. Las personas caminan a pasos rápidos, tratando de esquivar el inminente frío y los copos de nieve que danzan en el aire. El agua del canal se ha convertido en una pista de patinaje, porque a la orilla se puede apreciar las huellas enmarcadas de los patines.
Los cafés tienen una atmósfera acogedora y el aroma a café recién hecho invade las fosas nasales de quienes pasan a su alrededor.
Sin embargo, para Annika estas cosas dejaron de importarles hace bastante tiempo, puesto que algunos días le ha provocado cambiar la rutina por diversión; pero por más que lo ha intentado le resulta imposible. Y sus esperanzas se resumen a cero de que algún día pueda lograrlo, a no ser que ocurra un milagro navideño.
Ella suspira, echando la cabeza hacia atrás, mientras se arropa de forma cómoda en su sábana, no le apetece levantarse de su cálida cama.
Freya: ¡Feliz cumpleaños amiga! Lamento haberme perdido un evento importante en tu vida, pero te mando muchas felicitaciones y espero que todo salga bien. Ha sido un largo viaje a Brasil, y estoy exhausta, pero lo importante es que ya llegué. Supongo que mi trasero se ha quedado en el avión…
PD: Espero que invites a Erik a tu fiesta, y no sabes cuanto he rezado porque al fin dejes claro tus sentimientos hacia él…
Erik ha sido su enamorado desde que empezó la secundaria, pero por temor a ser rechazada, no ha podido ni siquiera hablarle.
Annika: Haré lo que pueda, pero no te aseguro absolutamente nada, sabes que los temas amorosos no son mi fuerte…
Freya ni siquiera se molesta en leer el mensaje, porque tal indica que se ha quedado dormida por el exhaustivo viaje, generando que Annika guarde su teléfono en el bolsillo de su abrigo.
Sus ojos cafés se enfocan en una silueta que está frente a ella.
—¿Cómo amaneció la cumpleañera más hermosa de la ciudad? —corea Henrik, su hermano mayor—. La persona que más admiro en todo el mundo.
Sus mejillas se sonrojan, al mismo tiempo que suelta una carcajada.
Ella lo observa con suspicacia detallando con suma delicadeza cada nimiedades de él, desde su cabello claro, piel de porcelana, ojos azul hielo y sus rasgos faciales finos y atractivos. Henrik se caracteriza por ser amable, relajado y amigable. Lo contrario a ella.
Muchas veces en su ensimismamiento ha sido invadido por miles de incógnitas, por tener diferentes rasgos físicos y un fuerte carácter, pareciera que no perteneciera a esa familia. No obstante, ella no se atreve a preguntarle a sus padres si realmente es adoptada, porque teme a recibir un sermón o una mala respuesta.
—¡Annika! ¿Estás allí? —El rubio chasquea los dedos frente a ella.
Ella sacude la cabeza, retornando a la realidad.
—Oh… ah… uhm… —balbucea, buscando las palabras adecuadas—. Muchas gracias hermano, pero recuerda que eso es nuestro pequeño secreto. —bromeo, dedicándole una cálida sonrisa—. No quiero que Kristine sienta celos de nosotros.
Frunce los labios, al mismo tiempo que pasa una manos por su cabello para despeinarlo.
—Me importa un comino la opinión de Kris —expresa, encogiéndose de hombros—. Peroz quizás tengas razón. Ella cuando se enoja es un completo fastidio.
Ann le propicia un codazo en las costillas. Él se queja, para luego abalanzarse a hacerle cosquillas.
De repente, estrepitosamente se abre la puerta de su habitación, siendo sorprendidos por Kristine, que lleva puesto un abrigo enorme que la hace verse de forma extraña, sus mejillas lucen coloradas. Los observa con el ceño fruncido. Ambos se separan rápidamente.
—¡Feliz cumpleaños número dieciocho! —homenajea, apretando las mejillas de Ann—. Ya te estás envejeciendo. —Finge limpiarse una lágrima, y luego se carcajea.
Su hermano sacude la cabeza, mordiéndose el interior de su mejilla, intentando ocultar la risa.
—¡Qué graciosa, Kris! —Rueda los ojos, soltando un resoplido—. Supongo que tú vivirás la eterna juventud.
La pelinegra recuesta la cabeza en el hombro de Ann, frotándose las manos para calentarse.
—Al parecer alguien se ha levantado con el pie izquierdo —ironiza ella, mirando al techo—. Ni siquiera en su cumpleaños muestra una pizca de felicidad. Annie es pariente lejana del Grinch. —Hace una mueca—. Deberías consumir más azúcar.
Le dedica una mirada fulminante.
—No quiero sufrir de diabetes a temprana edad, tampoco quisiera convertirme en una empalagosa —comenta, enroscando un mechón de cabello en su dedo—. Además, esto es temporal, cuando deguste algún delicioso bocado desaparecerá como por arte de magia.
—Rezaré para que el chófer llegue pronto, no quiero seguir aguantando tu humor de perros —exhorta, rascándose la nuca—. Y debería hablar con nuestros padres para que te compren una medicina para tus cambios de humor.