Mi cabeza dolía al estallar. Mis ojos me pesaban y solo rezaba porque al abrirlos, siguiera viendo mi habitación intachable. Y si, abrí mis ojos y mi habitación, seguía siendo la misma. Rasqué mi cabeza y una punzada dio en ella. No recordaba nada de anoche; mis tíos hicieron una "pequeña" reunión en la casa, tanto que gente de grandes niveles tocaron a mi puerta. Era raro ver a la mano derecha del presidente, en mi mesa, fumando droga.
Me levanté de mi cama y camine hasta la puerta, temí en abrirla, tenía miedo a que una persona llegara a entrar y pudiera hacerme daño. Con agallas y sabiendo que en lo más recondito del corazón de mis tíos yo podría llegar a importarles en lo más mínimo, abrí la puerta.
Una peste a cerveza y tabaco invadió mis fosas natales, bajé a la sala y pasé al comedor; ahí estaban las personas encargadas de mi, pudriéndose en lo más asqueroso en la vida.
—Que bueno que bajaste— habló mi tio Marcus— Necesito que vayas por unas pastillas a la farmacia, esta resaca esta que duele.
—Y de pasada, un refresco.— hablo Amelie, mi tía.
—No se le puede considerar resaca si por la mañana estan bebiendo y fumando otra vez.— le respondí y no pareció agradarle.
Marcus se levantó de la silla del comedor y caminó hasta donde yo me encontraba. Estaba un poco alejada del comedor, por lo que temí aun más. Este, solo me sonrió y pasó mi cabello para atrás haciendo que se me erizara la piel. Me dejó un beso en la mejilla y susurro a mi oído:
—Tu espalda es muy linda, ¿quieres que las heridas que estaban por cicatrizar, vuelvan a sangrar?— negué—. Entonces no me contra digas estúpida.
Recibí una cachetada en mi mejilla derecha. La sobé mientras Marcus sacaba el dinero de su billetera para entregármelo, o eso supuse.
—No tengo dinero para esas estupideces, dile a Mark que te lo fie.
—Pero él...
—¿Pero él qué? Si el muchacho te quiere debe de servir para algo.
—Le deben mucho.— baje la mirada.
—Pues deberías de poner tu cuerpo a trabajar para pagarle.
—Yo le diré algo para que pueda fiarme. Solo iré a cambiarme...
—¿Estás desnuda a caso?— rió. —. Mueve tus piernas y trae lo que pedimos Kate.— mandó.
Solo vestía con un pijama que constaba de, pantalón de flores, una blusa de tirantes rosada y unas simples pantuflas. No vestía mal, pero por estos rumbos, no era adecuado que una mujer saliera por las calles sin casi nada por el torso. Tomé las llaves y salí de casa andando directo a la farmacia.
El día estaba nublado y rogaba a Dios porque no lloviera justo en el momento que yo andaba por la calle.
Llegue a la farmacia sin ninguna gota de por medio. Las primeras vistas fueron de algunos niños que miraban mi pijama. Dudo que tuviera algo de malo.
Caminé hasta el mostrador y justamente, a quien quería ver, apareció.
—Hola Kate.— me sonrió.
—Hola Mark.
Él estaba a punto de darme un beso en la mejilla, pero vio que estaba roja y decidió no preguntarme y mucho menos tocarla.