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— Anne, ¿quieres escuchar una historia?
Cuando el mundo era joven y las manadas estaban aún en su estado más primitivo, un lobo solitario se dedicaba a cantar a la Diosa Luna de forma apasionada. El lobo, cuyo pelaje resplandecía bajo la luz plateada de la luna, cantaba con pasión y devoción que resonaban en los rincones más profundos de la noche. Sus aullidos eran una oda a la belleza y el misterio de la noche, una expresión de amor y admiración por la Diosa que iluminaba el firmamento nocturno.
Noche tras noche, el solitario lobo alzaba su voz hacia el cielo estrellado, y su canto se volvía más conmovedor con cada luna llena que pasaba. La Diosa Luna, que observaba el mundo desde lo alto del firmamento, se sintió profundamente conmovida por la devoción de este lobo. Se preguntaba por qué aquel lobo, una solitaria criatura de la noche, le dedicaba tales elogios y admiración.
Un día, la Diosa Luna decidió descender a la tierra para encontrarse con el lobo solitario. Descendió en forma de una mujer hermosa, con cabellos plateados que brillaban como la luna misma. Se acercó al lobo, cuyos ojos reflejaban la misma luz plateada que la de ella. El lobo, al ver a esta misteriosa mujer, se sintió aún más cautivado por su belleza y nobleza.
En esa noche única, la Diosa Luna le habló al lobo solitario: "Tu devoción y canto me han conmovido profundamente. Nunca antes criatura alguna sobre la tierra había demostrado adorarme de esta manera. Como muestra de mi gratitud, te concedo un don especial".
La Diosa Luna extendió sus manos hacia el lobo, y en ese momento, el lobo sintió una extraña transformación. Su cuerpo se estiró y cambió, adoptando una forma distinta. Se convirtió en un hombre con cabellos negros como la noche y ojos ámbar que brillaban como la luna llena. El lobo se había convertido en un ser humano, pero aún en su interior habitaba aquel ser salvaje que seguía mostrando su profundo amor por la noche y la Diosa.
Y cuando las primeras palabras intentaron salir de su boca, el suave toque de la Diosa sobre sus labios se lo impidió. En su interior, su propio deseo era que, así como hasta ahora, solo ella pudiera entender los deseos más profundos del lobo, sin que nadie más pudiera escucharlos.
— Entonces ¿ el lobo nunca habló? — pregunta la pequela de cuatro años mientras se acomoda en su cama viendo fijamente a su madre.
— Si lo hizo, aprendió a hablar como los humanos, pero guardo su forma más personal de expresar su amor a la Diosa en un idioma que solo ella pudiera entender.
***
— Estamos perdidas — es la queja de su hermana por millonésima vez — te dije que no era una buena idea regresar solas; debimos esperar a los demás.
— Y yo te dije que podías quedarte y esperarlos — responde con cansancio — nunca te dije que volvieras conmigo. Es más, fuiste tú quien se negó a que Wen viniese con nosotras.
— Claro, y cuando lleguemos a casa tú vas a explicar por qué Wen está con nosotras. — es la réplica de su hermana.
— Ya deberías decirle a Papá que son novios — comenta con tono casual — es absurdo que sigan escondiéndose, no siempre podré usarme de coartada para salir… — sus palabras son silenciadas por el aullido cercano de un lobo. Sin perder un segundo, gira su mirada hacia su hermana y nota cómo el rostro de esta pierde la tranquilidad y adopta una expresión de miedo. — ¡hey! – le llama tomando su mano — vamos, estaremos bien. — dice en un intento de calmarla mientras comienza a caminar a paso más rápido, esto sin soltar la mano de la menor. — Si nos damos prisa, llegaremos pronto.
Los aullidos llenaron de nuevo el bosque, por lo que no pudo, sino afianzar aún más su agarre en la mano de su hermana y casi sin darse cuenta, ambas comenzaron a correr. Anne podía jurar que escuchaba las pisadas presurosas del lobo detrás de ellas, pero al volver su rostro, no pudo ver nada. Apenas si habían avanzado unos cien metros cuando el peso de sus pasos se volvió cada vez mayor; los nervios y la fatiga de la carrera no eran buenos para su corazón.
— Anne. — es el bajo llamado de su hermana.
Al voltear, pudo ver a Aisling, su respiración acelerada y su rostro pálido le hicieron saber que la menor no estaba bien.
— Aisling, Aisling mírame — deteniendo sus pasos, toma a su hermana por los hombros. Los aullidos estaban cada vez más cerca.
— Ya no puedo. — es la respuesta entrecortada de la menor.
— Sé que tienes miedo, pero no podemos quedarnos, tenemos que irnos. — Aun cuando su propio miedo está a flor de piel, necesita calmar a su hermana. — Debes intentarlo.