1. El nuevo novio de mamá.
—No es que me moleste, pero… ¿justo hoy? —Mia se acomoda el cabello frente al espejo, arrugando la nariz mientras ajusta su blusa. Hoy es el día de la boda de su madre y no puede evitar pensar que la elección de fecha es, cuanto menos, irónica.
No ha sido una semana fácil para Mia. La boda de su madre, Raquel, ha traído consigo una avalancha de emociones que ella no sabe bien cómo manejar. Raquel, de 45 años, se casará por segunda vez. Y aunque Mia quiere que su madre sea feliz, algo en toda esta situación no termina de cuajarle. Tal vez sea el hecho de que Ernesto, el futuro esposo de Raquel, parece estar siempre en modo "director de orquesta". Da órdenes con una sonrisa falsa que pone los pelos de punta a Mia, aunque ella siempre responde con una media sonrisa educada.
—¿Qué piensas, Mia? —pregunta Raquel mientras entra al cuarto, con una sonrisa nerviosa y las manos temblorosas. Lleva un vestido que claramente está diseñado para impresionar más a la abuela de Ernesto que a ella misma.
—Que si no me apuro, llegaré tarde y te perderás la oportunidad de echarme la culpa. —Mia bromea, aunque el nudo en su estómago crece. No es que esté en contra de que su madre rehaga su vida; lo que realmente la inquieta es lo que este cambio podría significar para la suya.
—Por favor, trata de no hacer ningún comentario sarcástico durante la ceremonia, ¿sí? Ernesto ya está lo suficientemente nervioso —Raquel le dice, con un tono que deja claro que no es la primera vez que le hace esta advertencia.
—Lo intentaré, pero no prometo nada —responde Mia con una sonrisa traviesa.
A medida que el día avanza, la casa se llena de familiares, amigos y uno que otro conocido de Ernesto que Mia está casi segura que ni su madre conoce realmente. El caos reina, pero en ese tipo de caos que solo sucede en las bodas: confeti por todas partes, copas de champán vaciadas demasiado rápido, y gente corriendo de un lado a otro como si el matrimonio fuera a estallar en cualquier momento si alguien no encuentra el ramo de flores.
Rodrigo jamás imaginó que terminaría en una boda como esa. Menos aún en una boda de gente que ni conoce. Pero ahí está, vestido con una camisa que, si no fuera por la advertencia de su madre, ni siquiera habría planchado. Su mejor amigo, Leo, lo arrastró al evento con la promesa de que habría buena comida y quizás una que otra chica guapa. Rodrigo, por lo general, no se emociona por nada que tenga que ver con el amor. Para él, el amor es una especie de chiste cósmico, algo que la gente usa como excusa para complicarse la vida.
—Vamos, hermano, no seas un amargado —le dijo Leo mientras lo convencía de asistir—. Además, mi prima está relacionada con el novio. Seguro habrá alguien interesante para ti.
"Interesante", piensa Rodrigo con una ceja levantada. Hasta ahora lo más interesante ha sido cómo casi se queda dormido durante el sermón del cura. Se distrae mirando alrededor, pensando en cualquier cosa menos en el matrimonio que está a punto de sellarse, cuando de repente, la ve.
Mia, al otro lado del salón, está parada junto a la mesa de los postres, claramente intentando decidir si comer otra porción de pastel o si huir antes de que alguien la atrape en medio de su autoindulgencia. Rodrigo la observa, notando algo curioso en su expresión, como si tampoco quisiera estar allí.
Algo en su actitud le llama la atención. No es la típica invitada sonriente y emocionada por la ocasión. Su rostro tiene una mezcla de incomodidad y… ¿sarcasmo?
Y antes de que pueda pensarlo dos veces, Rodrigo se acerca a ella.
—¿Ya has probado el pastel o aún estás pensando si vale la pena? —pregunta, provocando que Mia lo mire, sorprendida por el comentario.
Ella se lo queda mirando, no sabiendo si reírse o fruncir el ceño ante la pregunta. Finalmente, opta por lo primero.
—Estoy debatiéndolo —responde Mia—. Aunque, siendo sincera, creo que este tipo de pasteles son más apariencia que sabor. ¿Tú qué opinas?