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No Volveré a Amarme Tan Poco

No Volveré a Amarme Tan Poco

Gavin

5.0
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26
Capítulo

Mateo Sánchez amaba locamente a su esposa Isabela. Pero su amor estaba asediado por la obsesión de ella con Javier, su primer amor. Javier regresó y le propuso a Mateo un pacto cruel: ganar a Isabela en nueve pruebas. Si ella lo elegía a él, Mateo aceptaría el divorcio. La primera humillación llegó en su aniversario: Isabela lo abandonó por Javier tras un 'pequeño accidente'. Mateo descubrió cómo Isabela había desechado un llavero sentimental suyo, usando su coche para Javier. En una cena de amigos, Javier lo humilló públicamente, alardeando de 'haber orquestado' su matrimonio. Incluso tras un accidente grave, donde Isabela salvó a Javier ignorando a Mateo, ella siguió cegada por él. Todo culminó cuando Isabela, engañada por Javier, firmó sin saber los papeles de su propio divorcio. Mateo sintió cómo su amor por Isabela era una farsa cruel. ¿Cómo pudo caer tan bajo, sacrificando años por quien nunca lo eligió? Con el corazón destrozado, pero una fría determinación, Mateo decidió no volver a amarse tan poco. Era hora de vivir para sí mismo. ¿Podrá Mateo liberarse de las sombras del pasado y encontrar su propia luz?

Introducción

Mateo Sánchez amaba locamente a su esposa Isabela.

Pero su amor estaba asediado por la obsesión de ella con Javier, su primer amor.

Javier regresó y le propuso a Mateo un pacto cruel: ganar a Isabela en nueve pruebas.

Si ella lo elegía a él, Mateo aceptaría el divorcio.

La primera humillación llegó en su aniversario: Isabela lo abandonó por Javier tras un 'pequeño accidente'.

Mateo descubrió cómo Isabela había desechado un llavero sentimental suyo, usando su coche para Javier.

En una cena de amigos, Javier lo humilló públicamente, alardeando de 'haber orquestado' su matrimonio.

Incluso tras un accidente grave, donde Isabela salvó a Javier ignorando a Mateo, ella siguió cegada por él.

Todo culminó cuando Isabela, engañada por Javier, firmó sin saber los papeles de su propio divorcio.

Mateo sintió cómo su amor por Isabela era una farsa cruel.

¿Cómo pudo caer tan bajo, sacrificando años por quien nunca lo eligió?

Con el corazón destrozado, pero una fría determinación, Mateo decidió no volver a amarse tan poco.

Era hora de vivir para sí mismo.

¿Podrá Mateo liberarse de las sombras del pasado y encontrar su propia luz?

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El olor a guiso casero y a tortillas llenaba nuestra pequeña cocina, un aroma que solía amar, pero que ahora se sentía sofocante por una culpa que me carcomía. Durante dos años, había vivido convencido de que era estéril, una noticia devastadora que me hacía sentir que le había fallado a Luciana, mi hermosa esposa. Una noche, buscando su bolso, un pequeño frasco blanco rodó por el suelo: píldoras anticonceptivas. El corazón se me detuvo, y un frío helado me recorrió cuando Luciana, al ver el frasco y el pánico en sus ojos, me confesó entre sollozos que el informe de esterilidad era falso, que ella era la infértil. La perdoné esa misma noche, sintiéndome el peor hombre del mundo por haber dudado de ella; la culpa se había trocado en compasión, cegándome a la red de mentiras que apenas comenzaba a tejerse a mi alrededor. Seis meses después, mi esposa Luciana, cuya distancia ya era un abismo, me anunció que se iba de viaje de trabajo; pero una cámara oculta que instalé, revelaría mucho más que un simple viaje de negocios. En la pantalla, mi "mejor amigo" Iván entraba a nuestra habitación, sonriendo, y se metía en la cama con mi esposa, riendo y besándose. El shock inicial se transformó en una helada claridad: el falso embarazo, el aborto "espontáneo", mis padres llegando al hotel para encontrarme con una mujer desconocida, el acuerdo de separación de bienes; todo había sido una orquestación diabólica. ¿Cómo había sido tan ciego? Me habían traicionado, humillado y despojado de todo, pero sentía que eso no era lo peor. Mi dolor se convirtió en una fría sed de justicia, y esa noche, mi propósito se volvió letalmente claro: harían añicos la vida que tanto amaba, pero yo reconstruiría la mía sobre las ruinas de su traición.

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Volví al taller en Gamarra después de mi licencia de maternidad, sintiendo el aroma a tela nueva y el alivido de volver a trabajar. Pero mi primer día se convirtió en una pesadilla cuando Yolanda Trebor, una costurera mayor, me hizo una extraña y grotesca petición: quería mi leche, pero no para un bebé. La exigía para su hijo de diecinueve años, Máximo, creyendo que lo "curaría" y solo si se la daba directamente. Cuando la rechacé, su amabilidad forzada se transformó en pura furia. Me atacó en público, intentó rasgar mi blusa y luego, al día siguiente, me acorraló en un almacén oscuro con Máximo. Él intentó asaltarme mientras ella grababa con su teléfono, prometiendo humillarme si hablaba. Logré defenderme temporalmente, pero el horror y la humillación me invadieron. Acudimos a la policía, pero el oficial desestimó todo como una "disputa vecinal", alegando que Yolanda era una "pobre viuda con un hijo discapacitado". Ella se salió con la suya, intocable, burlándose de mí en la calle y prometiendo que conseguiría lo que quería. La injusticia me carcomió: el sistema me había fallado, dejándome a merced de su locura, sin protección. En ese momento, entendí que si la ley no me defendería, yo misma lo haría, y si la debilidad era su escudo, usaría la mía. Fue entonces cuando recordé a mi abuela, Doña Inés, una vendedora ambulante ruda, y a mi sobrino adolescente, Patrick, un boxeador en ciernes. Ambos, a los ojos de la sociedad, también eran "débiles" e intocables. Decidí que haríamos que Yolanda probara su propia medicina, usando sus mismas reglas. Mi guerra acababa de empezar.

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