7 de junio de 2008
Cayó del cuarto piso de un edificio en una borrachera. Yo lo vi caer, yo lo vi morir y casi muero con él.
Sara
Lo acompañé en la ambulancia. No tenía opción. Sus amigos estaban ebrios, ni con el accidente se les bajó la borrachera.
Era mi último semestre de la universidad, nos habíamos dedicado a andar de fiesta en fiesta. Pensábamos que al graduarme debíamos madurar y ya no podríamos divertirnos con desenfreno. La vida nos cobró muy caro nuestro comportamiento.
Desde la ambulancia llamé a mi padre. Él es médico neurocirujano, director general del Hospital Privado de Neurología.
— ¡Tráiganlo ahora y cálmate por favor Sara! — Me dijo con firmeza, mientras yo trataba de conectar aquella pesadilla con mi realidad. Una impotencia que no le deseo a nadie.
Carlos, mi Carl, estuvo en terapia intensiva por varios días, no mejoró, aunque jamás perdió la conciencia. Estuve con él en todo momento, por mí no me hubiera separado de él ni un segundo, pero mis padres insistieron. Mi mamá pasaba a recogerme y me llevaba a casa a descansar un rato todos los días y luego de vuelta al hospital.
La madre de Carlos se encontraba en la India, resguardada en un retiro espiritual budista, fue bastante complicado localizarla, y al final dijo que volvería al terminar su retiro, seguro la mala pasada de su hijo no era tan grave. No tenía idea.
Su padre, un político de las altas esferas, pagó mucho dinero para que la noticia no saliera en los medios de comunicación. Al verme tan comprometida en su cuidado, se desentendió totalmente de su hijo. No me cabía en la cabeza como era posible que no le importara, no volvió al hospital. Ese día comprendí que Carlos sólo nos tenía a nosotros, mis padres, mi hermano, su amigo Franco y yo:
—Sara, perdóname. Debí escucharte…— Me dijo con mil aparatos conectados por todo el cuerpo.
—No digas nada. No gastes energía—. Pero él insistía en hablar, tenía poco tiempo y quizá tanto que decir.
—Tengo que hacerlo— respiraba con dificultad—. Se me acaba el tiempo Sara.
—No Carlos, para…— Y yo angustiada, temiendo el final, negándome a la idea de perderlo—. Eres joven y fuerte, saldremos de esta Carl... ¡No puedes dejarme!
—Sara, voy a morir, no nos engañemos, estoy muy mal, y me duele mucho verte triste. Necesito saber que me iré y estarás bien sin mí, Sara, por favor, sé fuerte, tú eres valiente, por eso me enamoré de ti.
En el fondo, yo sabía que Carlos no mentía, además sentí su tristeza por la ausencia de su familia y la idea de dejarme así, destrozada. Él sólo tenía a sus padres, no tenía hermanos, ni abuelos, algunos parientes lejanos.