El escándalo estalló como un incendio en un bosque seco. En cuestión de horas, las redes sociales, los periódicos y los canales de noticias repetían la misma imagen: Tomás Moncada y Valeria Becerra saliendo juntos de un hotel de lujo en el centro de la ciudad. No importaban las circunstancias, ni si había una explicación. En el mundo de los negocios y la alta sociedad, la percepción lo era todo, y aquella fotografía sugería demasiado.
La noticia se convirtió en un problema de magnitudes catastróficas. Los accionistas de ambas familias exigían respuestas, los competidores aprovechaban la oportunidad para sembrar dudas sobre la estabilidad de sus imperios y, lo más peligroso de todo, la confianza en sus negocios se tambaleaba.
Por primera vez en décadas, los líderes de los Becerra y los Moncada se sentaron en la misma sala. Un gesto impensable en otras circunstancias. Pero esto no era una reunión, sino un juicio.
El silencio en el despacho era denso, cargado de tensión. Guillermo Moncada, con su porte imponente y expresión pétrea, repasaba la fotografía sobre la mesa con el ceño fruncido. Frente a él, Héctor Becerra hacía lo mismo, su mirada fría como el acero. A su lado, sus hijos, los protagonistas del escándalo, esperaban el veredicto.
-¿Tienen algo que decir? -preguntó Héctor, rompiendo el silencio.
Valeria cruzó los brazos y alzó el mentón.
-Lo que tengo que decir es que esto es un absurdo. Esa foto no significa nada.
-No importa lo que signifique para ti -respondió Guillermo Moncada-. Importa lo que los demás creen que significa.
Tomás, apoyado despreocupadamente contra el respaldo de la silla, dejó escapar un suspiro, pero no dijo nada.
-Esto nos pone en una posición vulnerable -continuó su padre-. La prensa está especulando, los inversionistas están inquietos y nuestros enemigos están listos para aprovechar cualquier error.
-El daño ya está hecho -afirmó Héctor, con voz grave-. Ahora debemos contenerlo.
-¿Y cómo planean hacerlo? -preguntó Valeria con sarcasmo.
-De la única forma en que podemos controlar la narrativa -respondió su padre-. Se van a casar.
Las palabras cayeron como un golpe seco.
Tomás levantó la vista, pero su rostro no mostró ninguna emoción. Valeria, en cambio, soltó una risa incrédula.
-¿Perdón?