“Dejaron de sentirse niños cuando, mirándose a los ojos comprendieron, que ese amor que les unía no tenía grabada la palabra eternidad en las pupilas.”
Martha Salas
¡Nunca podré olvidarte Emma! Aunque pasen los años, siempre serás mi único y gran amor. Desde que te conocí, descubrí que nuestra historia de amor sólo existiría si tú y yo deseábamos escribirla. Sobre tu cuerpo dejé marcadas mis huellas y tú en cambio, me diste de regalo a Fred y Felipe, nuestros dos hijos. El primero, Frederick, fue fruto de nuestra entrega absoluta. Un amor juvenil, desbocado, lleno de pasión y ganas de comernos el mundo, yo tenía veinte años y tú apenas diecisiete. Luego, siete años más tarde nació Felipe; a él lo hicimos con menos premura, pero con el mismo amor, su nacimiento era necesario para que sintieras que te amaba y que nunca había dejado de hacerlo.
Aún recuerdo tu mirada de desprecio cuando encontraste a Flavia entre mis brazos, preferiste creer que te estaba engañando y no me creiste. Aún me aturde ese recuerdo. Pero ahora que no estás, no puedo soportar tu ausencia. ¡Me dueles! ¡como me dueles, mi amada Emma!
Arthur corre la cortina de la ventana, se oculta nuevamente en la oscuridad de su habitación y de su alma. Desde que Emma, murió, Arthur se sumió en la tristeza, no podía dejar de sentirse culpable por su muerte. Ella era su primer amor, la mujer a quien amó desde el primer momento en que sus ojos grisáceos lo miraron esa tarde que nunca olvidará.
13 de Abril, Frankfourt 2002
—Mira que grandes y azules son sus ojos, son exactamente iguales a los tuyos Arthur —dice Emma, mostrando al recién nacido que lleva en brazos.
—Sí, es realmente un niño despierto. —responde él, mientras le hace muecas al bebé para que sonría, lo logra y se siente satisfecho como padre primerizo.
Fred, es el producto del amor de Arthur y Emma, dos jóvenes que acaban de decidir tener una familia juntos. Emma Muller es hija única, de padres divorciados. Su padre, Marcus se había vuelto a casar y vivía en un pueblo. Su madre Ada había preferido quedarse en la ciudad, vivir sola y trabajar para mantener a su hija. Largas horas de ausencia y algunas travesuras juveniles, hicieron que ella descubriera por sí sola lo que era ser mujer. Arthur Venzon, hijo de padres judíos, criado con rígidas normas, lo cual lo convirtió en un chico un tanto rebelde, acaba de salir del servicio militar. Sus ganas de comerse el mundo son propias de su edad.
***Flash Back
Un encuentro fortuito del destino los hace coincidir aquella tarde de verano, ella está discutiendo con Braun su novio de la secundaria.
—Suéltame Braun, te dije que no quiero volver a verte
—Eso lo dices porque estás ardida al verme con Alicia.
—No estoy ardida, estoy harta de tus mentiras —le responde y cuando intenta irse, Braun la hala por el brazo con brusquedad e intenta besarla, ella se defiende como gata patas pa’rriba pero él es mucho más robusto y fuerte.
Al ver la escena violenta, Arthur se acerca, toma del brazo al joven aplicándole una llave armlock para inmovilizarlo, presionando con fuerza.
Braun comienza a gritar, hasta que Arthur lo suelta, amaga a golpearlo, y el joven sale corriendo.
—¿Estás bien? —le pregunta Arthur.
—Sí, gracias. —responde ella sonriendo.
—Soy Arthur ¿y tú? —se limpia la mano del pantalón y la extiende para saludarla, ella estrecha su mano y le responde:
—Emma, me llamo Emma.