Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
No me dejes, mi pareja
Extraño, cásate con mi mamá
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
Destinada a mi gran cuñado
El réquiem de un corazón roto
La vida duele, nos brinda una bomba de sensaciones placenteras y negativas que nos hacen abrir los ojos ante la realidad. Pero al final de todo... duele. La crueldad y la belleza de existir en un mundo que intenta destruirte a cada paso sin que te des cuenta de ello.
Eso fue lo que aprendí desde mi primer aliento de existencia, desde mi llegada a este extraño submundo que parece esconderse avergonzado de la mirada despectiva y llena de superioridad de una sociedad supuestamente aceptable. Moralmente autosuficiente. Nada más que una coraza que adorna un vacío penumbroso.
Vivir duele... pero sobrevivir duele aún más.
Sobreviviendo te quemas, rompes, te haces pedazos y destruyes... la vida es aterradora y cruel, pero al mismo tiempo es hermosa, pues se ha de renacer de las cenizas como un ser nuevo con aprendizajes renovados listos para brindar soporte en una nueva pelea por sobrevivir en la que se repetirá el mismo proceso una y otra vez hasta convertirte en una versión de ti mismo a la que él tú del pasado le tendría absoluto terror...
Voy a sumergirme una vez más en mi pasado, pues estoy segura de que eso me ayudará a encontrar el camino que estoy buscando actualmente...
Recuerdo cálidamente cómo aquél había sido un día cansado pero productivo, el restaurante de mi padre, en el cual trabajaba como mesera, se había llenado por primera vez en años. Estábamos contentos, pero definitivamente la carga laboral nos sobrepasó y abrumó en ciertos momentos. La falta de costumbre de una buena racha se sintió asfixiante. Mi padre siempre me contaba historias de cuando "eran tiempos mejores" de cómo había filas enormes para entrar al restaurante, el cual era también visitado de vez en cuando por una que otra celebridad. Y yo también lo recuerdo, aunque a mi modo, casi todos los días llegaba mi padre con un juguete nuevo para mí y algún regalo para mi madre, pero ahora las cosas se habían tornado diferentes. Fue así desde el día que mi madre nos dejó para formar una nueva familia.
El lugar no era el mejor de la ciudad, tampoco el más moderno o distinguido de entre las innumerables opciones. Sin embargo, para mí que había crecido ahí, entre el sonido de los cubiertos, el vaivén de los tacones bajos de las meseras, el olor de la comida y el trato amable de los comensales más fieles, tenía un gran encanto. Siempre fue un lugar especial pues mi perspectiva de niña me permitía ver aquello como un intercambio mágico de servicio por un momento de felicidad o distracción.
Ver los rostros de las diferentes personas que iban y venían, imaginar las historias que se desarrollaban cuando estaban dentro y cómo continuarían una vez que se fueran resultó ser una de mis actividades favoritas. A excepción de cuando veía gente triste, nunca fue de mi agrado notar aquel sentimiento en las personas.
Me convertí en mesera para ayudar a mi padre desde que tenía 14 años, un trabajo duro pero agradable. Siempre intentando ser amable y brindarle un momento agradable con quienes tenía oportunidad de conversar.
Ya para el final del día, cuando estábamos limpiando y preparando todo para cerrar, un grupo de hombres entraron y se sentaron en una de las mesas cercanas a la entrada, yo amablemente me acerqué para decirles que ya habíamos cerrado, pero justo cuando estaba por pronunciar la primera palabra, sentí que alguien me jalo del brazo, era mi padre, el cual se veía sumamente nervioso y solo me ordenó ir a la cocina de inmediato.
Yo lo obedecí, pero, aun así, me quedé con la oreja pegada a la puerta para intentar escuchar lo que decían.
-Te vas a meter en problemas si tu padre te encuentra haciendo eso -Dijo Otto, el cocinero del restaurante. Un carismático hombre robusto de edad avanzada y piel morena con quien solía llevarme muy bien.
Solo le hice una seña de silencio y cuando me disponía a volver a escuchar, mi padre abrió la puerta atrapándome en el acto, se veía temeroso y sudaba de nerviosismo, algo muy característico cuando intentaba ocultar algo era que hacía lo posible por no mirarme a los ojos.
-Necesito que todos se retiren menos tú hija- Dijo señalándome a mí -Y tú Otto, van a pedir algunos platillos, unos cuantos tragos y después se irán, todos los demás salgan por la puerta de atrás.
Ya antes habían pasado situaciones similares, venían personas justo cuando estábamos cerrando y se quedaban hasta el amanecer, pero nunca había visto a mi padre tan nervioso. No sabía lo que estaban haciendo ahí, ni tampoco cuáles eran sus intenciones, pero no quería pensar demasiado en ello. Como ya era costumbre, salí de la cocina para tomar la orden, pero desde el momento en que llegué, me sentí sumamente incómoda debido a que uno de los hombres me miraba muy fijamente, tanto que el hecho de que nuestras miradas se encontraran me causaba escalofríos, razón por la cual decidí simplemente ignorarlo y hacer mi trabajo.
Entré a la cocina ya con los platillos anotados y mientras Otto preparaba la comida, yo no me podía sacar de la cabeza al hombre que estaba a solo unos metros de mí y me miraba tan extraño, realmente me sentí perturbada y algo intimidada pues sentía que aquellos ojos me perseguían sin importar a donde fuera.