Cordelia
-¡Oye! Te ves guapísima -dijo con esa voz apática que te hacía sentir como si te estuviera lanzando un ladrillo a la cara en lugar de un cumplido.
-¿Y eso a qué viene? -le contesté, arrastrando las palabras mientras la miraba de arriba abajo, más por costumbre que por verdadero interés en su atuendo. Fernanda estaba impecable, como siempre.
Pero no tenía tiempo para analizar su estilo. Porque, en menos de un segundo, ya estaba gritando.
-¡Ya está, Cor! -me agarró de los brazos con una fuerza innecesaria, como si fuera a arrancarme del sofá por completo-. ¡Ya basta de lloriquear por ese escuincle malparido!
Me tambaleé cuando me obligó a levantarme. Logré zafarme de su agarre y me quedé parada ahí, cruzando los brazos, aunque me sentía como un trapo viejo que alguien había descolgado a la fuerza.
-¡Uy sí! -le reproché, arqueando una ceja coloqué las manos en mis caderas-. Como si fuera por ese baboso y ordinario por el que estaba llorando...
Ella no se lo creyó ni por un segundo.
-¿Entonces? -preguntó, cruzándose de brazos como una madre a punto de soltarme un sermón. Su mirada me recorrió de arriba abajo, como si fuera un proyecto de renovación en ruinas-. ¡Mírate! ¡Se ve que hace un mes no te bañas! ¡Hueles espantoso! Además de tener una cara de culo.
Levanté un brazo por puro instinto y me olí. ¡Oh, no! Pues sí, estaba apestosa.
-¡Ay ya! No sé a qué vienes, pero lo mejor es que te vayas -dije, tratando de sonar firme, aunque mi voz salió de lo más chillona-. No olvides dejar la copia de mi llave en la mesita.
Pero ella no iba a rendirse.
-¡No me voy! -chilló como una niña malcriada. Se dejó caer en el sofá con un desplante que habría sido divertido en otra situación-. ¡Es tu cumpleaños, por el amor de Dios!
"¿Mi qué?" Me quedé mirándola, parpadeando, mi cerebro trataba de procesar esa palabra como si fuera un concepto nuevo.
Cumpleaños.
"¡Ay, no!" Yo ni siquiera sabía en qué día estaba.
Fernanda exhaló con fuerza, dejando caer la cabeza contra el respaldo del sofá. Pero al segundo la retiro sintiendo asco.
-¡Esto huele a mierda! De verdad no te reconozco, Cordelia. El imbécil de Juan te volvió una pordiosera mal oliente.
Solo escuchar su nombre me revolvió el estómago. Literalmente. Tuve que tragar saliva para no vomitar ahí mismo.
Cerré los ojos y, por un momento, su cara apareció en mi mente. Esa cara que alguna vez me hacía sonreír y que ahora me daba ganas de acabar con todo.
-¡Lo encontré con otro tipo en la cama! -escupí de golpe, como si las palabras fueran veneno que necesitaba sacar de mi cuerpo-. ¡Con mi propio hermano! ¿Te lo puedes creer?
Recordar cómo los había encontrado me hacía sentir como si me hubieran llenado de estiércol la garganta. No era solo la traición de Juan. Era Diego, mi hermano gemelo, mi otra mitad. La única persona que se suponía que nunca me haría algo así.
Pero los encontré a los dos, en mi casa, en mi habitación, cogiendo como perros, ensuciando mis sabanas nuevas...
El solo hecho de pensar en cuántas veces me lo metió después o antes de metérselo a mi hermano por el trasero, me llenaba de asco. De ganas de querer arrancarle ese pedazo de carne podrida.
Fernanda ni se inmutó.
-¡Claro que sí! Te lo vengo diciendo hace una vida... -respondió con una tranquilidad irritante, mirándose las uñas esculpidas.
"¿Cuándo se hizo eso?"
-¿Qué? ¿Desde cuándo? -bufé, llevándome las manos a la cabeza.
-Desde siempre. Pero no escuchas -respondió, levantando un dedo acusador-. Te dije que Juan era demasiado... ¿cómo decirlo? Flexible.
Me quedé mirándola, sin saber si reír, llorar o aventarle un almohadón. Opté por lo último y se lo lancé directo a la cara. Ella lo esquivó como si lo hubiera esperado, riéndose como si todo esto fuera un juego.
Pero no lo era. Para mí no.
-¿Sabes qué es lo bueno de estar muerta, Cor? -dijo de pronto, con su tono casual-. Que ya no tienes que lidiar con cosas como... eso.