En una noche lluviosa, fue cuando tuve mi primer encuentro con él. Su insistente llamado a mi puerta despertó el miedo que yacía dentro de mí, pues vivía en medio de la nada, en un bosque que conocía al dedillo por haber crecido allí. Sin embargo, rara vez recibía visitantes, salvo las personas que conocía de la ciudad cuando salía a vender frutas para ganarme la vida.
Al abrir la puerta, me encontré con unos ojos dorados tan siniestros como devoradores. Sentí que consumían mi alma con el reflejo de su iris. Temblé, me estremecí, y ni siquiera pude articular palabra al verlo por primera vez. Su cabello era tan negro como el vacío de su ser, empapado por la lluvia, su piel tan pálida, labios delgados pero carnosos, y pese al frío, se veían rojos. Nunca había visto a un hombre tan hermoso en mi vida; una belleza completamente letal. Puedo afirmar que fue amor a primera vista para mí, aunque dudo mucho que él sintiera lo mismo.
-Hola- lo saludé después de escudriñarlo de arriba abajo. -¿Quién eres?.
-Soy Benjamín-respondió con una voz áspera y ronca que erizó los vellos de mi nuca-¿Puedo pasar? Me perdí en el bosque y la lluvia me tomó por sorpresa cuando intentaba regresar.
-¿Qué hacías en este bosque?-pregunté con desconfianza, ya que, como mencioné antes, rara vez recibíamos visitantes en estos senderos. Mis vecinos estaban bastante lejos de aquí.
-Solo estaba explorando, buscaba aire fresco-dijo con una sonrisa torcida que debería haberme hecho desconfiar, pero por alguna razón, me dejó enrojecida, como si estuviera bajo un hechizo. Cuando miraba sus ojos, sentía que penetraba en mi alma y la escudriñaba a su antojo. -¿Me permites pasar? Te aseguro que no tengo malas intenciones, solo necesito refugiarme hasta que pase la lluvia.
«Debí haberle dicho que no, debí haber optado por no creerle»
-Está bien- cedí, y le abrí las puertas de mi acogedora cabaña.
Por su vestimenta, supe que era alguien importante y adinerado. Llevaba una larga gabardina y un traje de dos piezas, exactamente como los hombres que había visto en las revistas de la ciudad.
Lo hice sentarse en una de mis sillas de madera, le ofrecí una toalla y un poco de chocolate caliente. Era una locura; no debería haber confiado en un extraño, en alguien que jamás había visto en mi vida, mucho menos después de una excusa tan pobre. Sentía como si estuviera siendo controlada, porque al final, me encontré sentada a su lado, sirviéndole un poco de sopa que había preparado, y Benjamín parecía complacido con mi compañía.