8 de diciembre, 2016
Hola... ¿Debería saludar?
No importa.
Reposo sobre mi pecho, el césped del patio de la casa que solía ser de la abuela está mojado y frío, y un cartel con la
leyenda En venta, pintado con rojo, es
lo único que resalta
sobre la grama verde oscuro.
Oscuridad.
Sara Tomlinson falleció el 7 de diciembre, a las 3:00 de la tarde bajo la sombra de un viejo árbol rodeado de zetas. A ella le gustaba salir, respirar
el aire fresco y observar el cielo, ya que desde su silla de ruedas no había mucho que ella pudiera hacer.
Ella era dulce.
Era tenaz.
Ella me amaba.
Era mi abuela.
Los doctores dijeron que fue por causas naturales.
Un infarto.
Que su corazón se detuvo, que dejó de latir, así, sin más.
Supongo que a sus setenta y un años, su labor en este mundo se había terminado.
El cielo aún permanece nublado y
gris. Es como si este lamentara profundamente la pérdida de un ser humano que valdría incluso más de mil vidas, arropando sus inmaculadas nubes de luto. Mi abuela era
de acero inoxidable y las nubes lloran por ello.
El cielo permanece oscuro y triste. Las gotas aterrizan sobre mi cabeza,
mojandome para mantenerme despierta. Y aunque es un hermoso paisaje, es el
ambiente perfecto para un funeral.
Te extrañaré mucho, abue. No debiste irte, no debiste dejarme.
Tú no.
Hay treinta personas en total dentro de la casa. Treinta personas de las
cuales, sólo logro identificar
a mis padres.
¿Está mal que los vea sólo como hipócritas, cuando ninguno estuvo cerca de Sara ni un minuto cuando cayó en cama?
Por eso decidí escapar un momento,
y así fue como te encontré... O recordé que te tenía.
Tú fuiste un obsequio de
la abuela en mi cumpleaños número diez. Ella me
aseguró que tú serías mi mejor amiga, que podría confiarte mis secretos y que jamás me juzgarías, en ese momento me pareció tanto...
Como desearía que ella te hubiese
dejado en mis manos otra vez.
No sé a qué quería llegar, pero ahora que ella no está, agradezco tenerte conmigo.
Es todo, supongo, me espera un largo camino de lágrimas de nunca acabar, bordado con tristeza y
soledad.
Me acostumbraré. No hay de otra.
Para siempre tuya...
Romina
****
16 de enero, 2017
Querida Moon...
Sí, así me decidí a llamarte, supongo que como mi nueva amiga necesitabas de un nombre.
Luego de la muerte de la abuela Sara mi madre decidió que lo mejor sería alejarnos de su ambiente y empezar de cero.
Por lo tanto, nos mudamos.
La casa fue vendida una semana después de que enterraran su féretro. Mamá la dejó al mejor postor y
eso nos dio los fondos suficientes para transportar nuestras pertenencias. Que
la abuela le haya heredado la casa fue algo bueno, Supongo.
Pero sólo para ella.
Así fue como llegamos a
Londres. Y prometí hacer uso de todo el
aplomo que no poseo.
La nueva casa es mucho más pequeña, es de dos pisos y
desde la sala puedes ver parte de la cocina. Es extraño, estaba acostumbrada a los largos corredores
de la antigua casa. Al menos sigo teniendo mi propia habitación.
La casa está casi vacía y un montón de cajas están esparcidas por
todas partes, proporcionando un aire lóbrego al ambiente.
Llegamos hace sólo una semana y
aunque me gustaría poder decir
"es genial", "me gusta", "será un nuevo comienzo", siento ganas de vomitar con sólo pensarlo.
Y por supuesto debido a la mudanza mis padres se vieron en la ineludible
necesidad (ineludible para mi, genial para ellos) de cambiarme de instituto.