Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
No me dejes, mi pareja
Destinada a mi gran cuñado
Regreso de la heredera mafiosa: Es más de lo que crees
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
Extraño, cásate con mi mamá
—¡Oriana Jones, te necesito en mi oficina ya mismo! —exclamó el señor Richard del otro lado de la línea.
Sostuve mi celular entre mi oreja y mi hombro porque mis manos estaban ocupadas con unas carpetas que debía entregar lo más pronto posible en la recepción, pero no me esperaba que mi jefe me solicitara después de haber rechazado tener intimidad con él el día anterior.
Jamás iba a caer tan bajo como para acostarme con un hombre casado, lo rechacé por el bien de ambos, y de su mujer, que era una esposa amable, cariñosa y fiel. Varias veces me topé con ella, su voz angelical siempre lograba envolverme, no iba a traicionarla de esa forma, le tenía mucho respeto porque gracias a ella conseguí el trabajo, si su mujer no hubiese estado presente en aquella entrevista, no habría logrado convencer a Richard de contratarme.
—Entregaré super rápido unos documentos en la recepción y subo de inmediato —respondí, caminando hacia mi destino.
—Apúrate, no tengo todo el día —Su voz salió impaciente.
Se notaba que estaba molesto por lo grave de su tono. Sin esperar alguna respuesta por mi parte me colgó. Suspiré, guardando el celular en mi escote porque las reglas de la empresa dictaban que las secretarias no podían utilizar jeans, lo único que estaba permitido eran las faldas de tubo, esas que son pegadas a la piel, resaltando los glúteos.
Encima llevaba puesta una camisa formal y con escote, me permitía guardar mi celular gracias al brasier. Caminé a pasos rápidos, mis tacones resonaban en la pulcra y fina cerámica del edificio. No tardé en llegar a la recepción, en donde una mujer de unos treinta años me esperaba, no sabía que habían cambiado a Martha, la recepcionista que veía a diario.
—Buenos días, ¿en qué puedo servirle? —habló en cuanto notó mi presencia.
—Oriana Jones, veo que eres nueva —Le extendí mi mano en un saludo que aceptó—. Traigo unos documentos importantes sobre la economía de la empresa, me gustaría que los revisara antes de mandárselo al hermano de Richard Collins —acaté, colocando las carpetas en el mesón.
La chica era una mujer castaña, de ojos verdosos y tenía su cabello atado en una cebolla, la hacía ver profesional, sobre todo el uniforme azul marino que llevaba cada recepcionista que contrataban. Tecleó unas cuantas letras en el computador antes de responderme.
—Recibido, muchas gracias —proclamó, regalándome una sonrisa forzada.
—¿No va a decirme su nombre? Si vamos a vernos a diario, me gustaría conocerla —dije.
—No creo que haga falta. El señor Richard tiene que decirle algo importante, ¿por qué no va a su oficina? —replicó, haciendo un ademán con la mano para que me fuera.
—Claro...
La miré con el ceño fruncido, asentí e hice una ligera reverencia antes de marcharme. Me preguntaba qué quería decirme Richard, tal vez me iba a regañar o algo por el estilo, mi piel estaba un poco erizada por los nervios, pero el problema es que hasta la recepcionista sabía sobre mí.
¿Acaso le molestó mi rechazo?
¿Iba a despedirme? Por algo la mujer no quiso presentarse.
Inhalé hondo en cuanto llegué al ascensor y presioné el botón que lo llamaba. Esperé, absorta en mis pensamientos, con una mano en la cintura. Saqué mi celular para verificar que no tuviera algún mensaje de él, apurándome. El pitido de la puerta del ascensor me hizo levantar el mentón y caminar hasta quedar dentro de la cabina.
No me di cuenta que alguien estaba saliendo y chocó conmigo, hombro con hombro, casi me tumbó el celular de las manos, por suerte fui más rápida y logré sostenerlo.
—¿Qué le pasa? —protesté, pero el hombre me ignoró y siguió su camino.
Iba con un suéter negro, no logré verle el rostro porque la capucha que tenía le ocultaba hasta el color de cabello. Se alejó sin pedir alguna disculpa, lo último que vi de él fue su ancha espalda y que llevaba las manos en los bolsillos. Las puertas metálicas se cerraron frente a mí. Gruñí antes de guardar de nuevo mi celular.
Me crucé de brazos, impaciente.
Cuando pude salir, caminé a pasos rápidos, ya se estaba haciendo costumbre, era un poco incómodo por los tacones, sentía que se me iban a salir los dedos. Toqué la puerta de madera que se encontraba en la oficina de Richard, encima había un letrero que decía su nombre.
—¡Pasa! —gritó desde adentro.
Abrí la puerta, el rechinido que hizo me alertó. Mis extremidades se movieron con cautela mientras me adentraba en el lugar, noté que el hombre escribía sobre su escritorio, en donde tenía una pila de papeles.
Carraspeé en cuanto llegué a su ubicación, mantuve una postura firme y sostuve ambas manos delante de mi vientre. El rubio levantó el mentón, con una ceja arqueada y dejó el lapicero de lado. Colocó ambas manos encima de su escritorio y las entrelazó en forma de puño.
—Siéntate —ordenó. Le hice caso sin protestar—. Dime, ¿sigues viviendo en el departamento que te conseguí?