Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
No me dejes, mi pareja
Destinada a mi gran cuñado
Regreso de la heredera mafiosa: Es más de lo que crees
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
Extraño, cásate con mi mamá
Dos meses antes
Estaba despertando, sintió el poder emanar de lo más profundo de su ser. Fue primero una sacudida, un pálpito, un rayo de consciencia. Así supo que iba recobrando fuerzas.
En algún momento años atrás hibernó. Fue derrotado por alguna fuerza maligna y osada que fue cegado por la avaricia y lo mandó a dormir sin importarle lo que ocurriera durante su ausencia. Supuso que había pasado mucho tiempo porque no recordaba lo sucedido, todo era borroso y trozos de recuerdos mal estructurados. Puras imágenes sueltas.
Pero respiraba cada vez más rápido, sus párpados antaño pesados como el plomo se volvían más ligeros con cada segundo que pasaba. Sus extremidades se movieron, primero solo fueron contracciones involuntarias, apenas un reencuentro con la consciencia. Posteriormente empezó a moverse voluntariamente, ordenándole a cada dedo que se extendiera y a cada miembro que se sacudiera.
Lo estaba logrando.
Abrió la boca y aspiró una gran bocanada… De agua salada. Sintió como la vida se abría paso en su interior y llenaba cada parte de sí. Estaba despierto, consciente, sabía en dónde estaba y sabía a dónde iría. Solo necesitaba recobrar fuerzas, eso no le llevaría mucho tiempo, pues el agua era su vitalidad, aquel sabor salado era lo que lo mantendría despierto y el poder del mar el que lo llevaría al éxito.
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Se puso en pie, bajo sus pies desnudos, la arena cosquilleo juguetona; lo reconocía. Algunas corrientes se arremolinaron a su alrededor celebrando su despertar. Lo habían extrañado. Se dio un momento para agudizar sus sentidos, para activarlos totalmente. Olía la sal, sentía las caricias, veía con claridad lo que había a su alrededor, saboreó toda mezcla que viajaba por ahí y escuchó con claridad. A lo lejos, muchos metros por arriba, criaturas emitían sonidos de alerta, sabían que estaba despertando y que estaba reclamando lo suyo.
Decidió regresarles sus ecos, deshacer su incertidumbre y hacerles ver que estaba listo. Tomó toda el agua que pudo y emitió un grito feroz. El agua vibró con fuerza llevando su mensaje a cada rincón del mar. Algunas criaturas le respondieron, otras guardaron silencio. Algunos, aunque pocos, lo veneraron, reconocieron a su amo, se pusieron a su merced.
Con el mejor humor, dobló las rodillas y se impulsó con toda la fuerza que tenía hacia arriba.
Atravesó cientos de metros a velocidad inimaginable, vio cada ser vivo que habitaba cada una de las capas, el agua lo besaba dándole la bienvenida y entonces rompió la superficie. Aspirar aire nunca fue su actividad favorita, pero en ese momento era lo que necesitaba para cerciorarse de que no era un sueño y estaba vivo.
Y lo estaba.
Rugió potente, de júbilo, de alegría. Lo habían intentado matar, destruir, exprimir, pero no lo lograron. Cualquiera que hubiese sido el enemigo fracasó en su cometido y él había vuelto tan fuerte y decidido como nunca. Bajo él, las olas se volvieron salvajes, agresivas, intentaban alcanzarlo, subió un poco más al cielo y estas se elevaron. Tanto poder era embriagante, ensordecedor, era adictivo.
Rio como un infante y voló por los aires, la brisa de las olas refrescando su piel mientras intentaba elevarse con él. Sus alas, dos pares azules como el zafiro y brillantes como una piedra preciosa resplandecían bajo la luz del sol. Eran tan duras como una escama de dragón, capaces de resistir armas hechas para destruir, pero tan sensibles como una fibra nerviosa. El aire lo rozaba y sentía tanto placer como cuando estaba por llegar al clímax.
Se dejó caer de tanta altura como se le permitía hasta colisionar con el mar. Este lo aceptó de buena gana y a pesar de que la caída debió ser dolorosa como impactar contra suelo firme, fue como caer en un colchón de plumas. Los músculos de su poderoso torso absorbiendo el impacto, acostumbrándose de nuevo al movimiento.
Estaba flotando mirando directamente al sol, permitiendo al mar acariciarlo ferviente en sus puntos más sensible, lo sintió arremolinarse alrededor de su miembro, palpando con suavidad, besando con devoción. Su respiración se aceleró, su miembro se erigió y dejó embargarse de tal sensación de placer.
Lo echaba en falta, no tanto como sentirse libre nadando sin rumbo, pero era una sensación que disfrutaba. Las caricias se volvieron consistentes y firmes, aumentaron de velocidad, sintió a su cabeza dar vueltas y después un bombeo que nació en su miembro. El clímax fue liberador y dichoso, su semilla disolviéndose en las aguas, cayendo a la profundidad.
No pudo disfrutar como quiso, pues de pronto oyó un retumbo que llamó su atención. A cientos de kilómetros, no sabría decir con exactitud cuántos, alguien también despertaba. Su hermana, la diosa de la tierra: Creadora de montañas y fosas, ira que provoca terremotos y derrumbes.
Se alzó sobre el mar y miró hacia dónde ella debiera estar. Por supuesto que no vio nada, pero la sentiría en cuanto estuviera totalmente despierta. Justo entonces sintió un hormigueo familiar y doloroso recorrer su cuerpo entero, era la señal de peligro, de extrañeza, de rareza, de muerte.
No hubo gritos, ni retumbes, ni vibraciones, si no el simple presentimiento de oscuridad, de dolor y sufrimiento, un eco sordo en lo más profundo de su mente. Era un pesimismo profundo, pero pasajero y era el terror que solo duraba un segundo.
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La respuesta de sus hermanas no se hizo esperar. Todos pensaron sus nombres con fuerza una y otra vez, sus llamados mezclándose entre ellos haciéndose cada vez más poderosos. <
Y hasta ese momento Asaf no se había dado cuenta, pero era verdad. Las olas lo buscaban, la marea subía, se sentía fuerte y vivo, pero no era como antes. Algo fallaba, no sabía exactamente qué. Se concentró lo más que pudo y entonces se dio cuenta: No lo veneraban, no sentía la devoción de los suyos.
Lo habían olvidado. O tal vez solo era que de aquella época ya no quedaba nada.
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Asaf voló lejos de ahí, dejó a las olas enloquecidas y tristes por su partida y fue a reunirse a máxima velocidad con sus hermanas. No le llevó mucho tiempo encontrarlas.
Betsabé, radiante, su cabello rubio adornado con su distinguida corona de laureles blanca y dos cuernos de marfil sobresaliendo de su cabeza, con esos ojos amarillos resplandecientes y esa sonrisa de labios carnosos se veía tan alerta como antes de una pelea. Ziva, de tez negra cuyo brillo aperlado le daba apariencia de una doncella, se veía tan tranquila como solo ella podía. Su mirada violeta examinaba a ambos, los estudiaba, su cabello plateado como luz de luna caía sobre su cara enmarcando su rostro; era hermosa.
Los tres se miraron, reconociéndose, analizándose, mostrando su respeto.
El mundo les era desconocido, apenas una sombra de lo que fue cuando reinaban, pero eso lo debían cambiar.