Mi padre crió a siete huérfanos brillantes para que fueran mis posibles esposos. Durante años, solo tuve ojos para uno de ellos, el frío y distante Damián Ferrer, creyendo que su lejanía era solo un muro que yo tenía que derribar.
Esa creencia se hizo añicos anoche cuando lo encontré en el jardín, besando a su hermanastra, Eva Cárdenas, la frágil chica que mi familia acogió a petición suya, a la que yo había tratado como a mi propia hermana.
Pero el verdadero horror llegó cuando escuché a los otros seis Becarios hablando en la biblioteca.
No estaban compitiendo por mí. Estaban trabajando juntos, orquestando "accidentes" y burlándose de mi devoción "estúpida y ciega" para mantenerme alejada de Damián.
Su lealtad no era para mí, la heredera que tenía sus futuros en sus manos. Era para Eva.
Yo no era una mujer a la que había que conquistar. Era una carga tonta que había que manejar. Los siete hombres con los que crecí, los hombres que le debían todo a mi familia, eran una secta, y ella era su reina.
Esta mañana, entré al despacho de mi padre para tomar una decisión que reduciría su mundo a cenizas. Él sonrió, preguntándome si por fin había conquistado a Damián.
—No, papá —dije, con voz firme—. Me voy a casar con Héctor Bernal.
Capítulo 1
Mi nombre es Elena Garza y soy la única heredera de un imperio logístico global. Desde que tengo memoria, mi mundo ha girado en torno a siete jóvenes que mi padre acogió. Son los Becarios Garza, prodigios de origen humilde que mi padre está preparando. Uno de ellos está destinado a ser mi esposo y su sucesor.
Durante años, mi corazón solo latió por uno de ellos: Damián Ferrer.
Era el más brillante, el más talentoso y el más distante. Pasé mi juventud persiguiéndolo, una sombra aferrada a su luz. Le horneaba galletas que nunca comía. Lo esperaba después de sus clases, pero siempre pasaba de largo sin decir una palabra. Me decía a mí misma que su frialdad era solo su naturaleza, un muro que construyó debido a un pasado oscuro.
Creía que si me esforzaba lo suficiente, podría derribarlo.
Anoche, esa creencia se hizo añicos.
No podía dormir, así que salí a caminar por el jardín iluminado por la luna. Fue entonces cuando los vi, escondidos en las sombras del viejo roble. Damián tenía a Eva Cárdenas, su hermanastra, presionada contra el tronco. La besaba como si su vida dependiera de ello, con una pasión que yo solo había soñado recibir.
Eva, la chica que mi familia también había acogido a petición de Damián. La chica que todos veían como dulce y frágil. La chica que yo había tratado como a mi propia hermana.
Ese único momento lo destruyó todo.
Esta mañana, entré al despacho de mi padre y tomé una decisión que cambiaría el curso de mi vida.
—Papá, ya decidí con quién me voy a casar.
Mi padre, el señor Garza, levantó la vista de sus papeles, con una cálida sonrisa en el rostro.
—¿Por fin conquistaste a Damián? Sabía que podías hacerlo, cariño.
Negué con la cabeza, mi voz firme.
—No. Quiero casarme con Héctor Bernal.
La sonrisa de mi padre se desvaneció. Dejó la pluma y me miró, con el ceño fruncido por la confusión.
—¿Héctor? ¿El magnate de la tecnología de Silicon Valley? Elena, él no es uno de los Becarios. ¿De qué se trata esto?
—Él me ama, papá. De verdad.
—Los Becarios son brillantes. Han crecido a tu lado. Javier es un maestro estratega, Kenji tiene una pasión ardiente que podría mover montañas. Cualquiera de ellos sería un compañero digno.
Sentí un sabor amargo en la boca.
—¿Digno? Papá, no tienes ni idea.
Mi mente retrocedió a una semana atrás. Estaba buscando mi libro favorito en la biblioteca y escuché voces desde el estudio contiguo. Eran los Becarios. Todos menos Damián.