Era una mañana hermosa y fresca de verano en el pequeño pueblo llamado Villa De Wayne. Había un cielo azul que pronosticaba mucho calor en el transcurso del día como era el clima mayormente aquí.
Novalee Jones iba caminando por las calles ya conocidas, saludando a todos sus coterráneos, niños y adultos, pues era una de las maestras que trabajaba en el colegio San Francisco de Paola, aunque hoy, no llevaba la ropa que acostumbraba usar para trabajar. Sus jeans y blusas que habían visto mejores días, pero que estaban limpísimos. Hoy, estaba usando un pantalón blanco y chaqueta blanca con una blusa crema y una hermosa pañoleta azul enrollada en el cuello con sandalias y bolso que hacían juego. Se había dejado suelta su melena rubia que le daba más debajo de los hombros y usaba poco maquillaje. Sólo lo necesario para hacer resaltar sus ojos azules y sus labios no tan delgados. Llegó a la estación de taxis y allí, el chofer subió las dos maletas que traía junto a un bolso más grande en el baúl del taxi y luego ella se subió en el asiento de atrás, donde con nostalgia miraba lo pintoresco que era el pueblo donde había vivido toda la vida y que hoy se convertiría en la página pasada de un libro, ya que se dirigía en el taxi a la ciudad portuaria que quedaba a dos horas de distancia, donde tomaría un barco que la llevaría a su destino y a su nuevo esposo.
Sus ojos se cristalizaron y unas tímidas lágrimas corrieron por sus mejillas al irse alejando del pueblo que conoció toda su vida para ir a vivir una vida totalmente desconocida. Era el pueblo donde había vivido con sus padres hasta que estos murieron cuando ella tenía 15 años en un accidente y la misma gente del pueblo se condolieron de ella y la ayudaron por haber quedado sola, especialmente, la señora Katherine Farris, quien al principio venía cada día a ver que estuviera bien y que no le faltara nada, pero luego, le dijo que comenzara a trabajar para ella en el rancho ayudándola en todos los quehaceres. Ella, le pagaría un sueldo más todas las comidas.
Recordó Novalee el primer día que ella llegó al rancho Farris, limpiándose unas lágrimas. Fue el día que conoció a Grayson Farris, el amor de su vida. Era un muchacho entonces de 18 años y su padre ejercía presión sobre él para que tomara las riendas del rancho, pero él no quería esa vida de campo tan carente de lujos y cosas. Él quería ver el mundo.
El día que Novalee llegó al rancho, el señor Farris y Grayson estaban parados en la terraza para entrar a la casa y después de las presentaciones, le pidieron a Novalee que los ayudara a arrear un ganado y como era una actividad que ella nunca había hecho, se entusiasmó rápidamente a decir que sí. Le consiguieron un sombrero y le dieron a una de las yeguas de más edad para que no tuviera problemas.
Los tres se subieron a sus caballos y se acercaron al campo donde estaba el ganado y que debía ser arreado hasta los corrales. Grayson no la miraba mucho sino que estaba concentrado en cumplir las órdenes de su padre.
-Tranquila. Sólo muévete alrededor del ganado para que caminen juntos en la dirección que queremos y déjale el resto a Brutus – Dijo Grayson acicateando su caballo para irse más adelante, mientras ella vigilaría la retaguardia –
-¿Déjale el resto a Brutus? – Se preguntó Novalee – ¿A qué se refiere? Brutus es un perro. ¿Acaso un perro sabe exactamente qué hacer con el ganado? –
Novalee pudo constatar la respuesta a esa pregunta, pues el perro verdaderamente obedecía a los silbidos de los vaqueros y se encargaba de cuidar que el ganado fuera en la dirección correcta.
-¡Vaya! Realmente sí sabe qué hacer con el ganado – Se dijo Novalee con una sonrisa observando las habilidades de Brutus. Una pequeña sonrisa se formó en su rostro y el resto de la tarde, continuaron realizando el arreo, sólo que en un momento, dos de las vacas se enredaron al caminar e hicieron que las demás perdieran el paso, por lo que al escuchar el silbido, Brutus vino a arreglar la situación, mordiendo las patas de los animales y haciendo que estas a su vez cayeran como fichas de dominó hacia atrás y una de ellas, cayó sobre el caballo de Novalee, haciendo que éste cayera de lado y luego se levantó para correr lejos de ahí, por lo que, Novalee vio con horror que el ganado comenzó a correr hacia ella, por lo que, se tapó la cara con los dos brazos orando por un milagro. De pronto, escuchó los ladridos de Brutus a los pies de ella haciendo que el ganado se desviara caminando a cada lado del terreno donde se encontraba sentada. Ya había constatado que le dolía el pie.
-¿Puedes levantarte? – Preguntó Grayson hablándole desde atrás y ella se volteó a verlo sobre su caballo –
-No. No puedo – Dijo Novalee – Me duele el tobillo –
-Está bien – Dijo parándose con su caballo al lado de ella y extendiéndole una mano – Dame tu mano. Hay que sacarte de aquí y llevarte para que te revisen –
Novalee extendió su mano para estrechar la de él y éste la ayudó a ponerse de pie y luego le ofreció el brazo y la ayudó a subirse a la grupa de su caballo. Pronto, la sacó de en medio de todo el ganado y con tranquilidad la llevó hasta la casa, donde la ayudó nuevamente a bajarse y sentarse en el muro que rodeaba al jardín.
-Espérame aquí. Voy a buscar el auto para llevarte con el doctor – Le dijo Grayson inclinándose hasta que su cara quedó frente a la de ella y fue la primera vez que pudo apreciar sus ojos grises.
-Está bien – Respondió Novalee viéndolo marcharse –
-¿Qué sucedió? – Preguntó la señora Farris saliendo de la casa con un delantal puesto –
-Brutus mordió a unas vacas. Éstas se cayeron y una de ellas cayó sobre mi yegua tumbándola y terminé con un tobillo adolorido – Dijo Novalee –
-¡Ese tobillo está muy hinchado! ¡Deben llevarte a ver al médico inmediatamente! –
-Grayson, fue a buscar el auto para llevarme – Terminó de decir Novalee justo cuando llegó Grayson en una camioneta con la parte de atrás descubierta. Se bajó rápido y abrió la puerta del pasajero y tomó a Novalee en brazos para ayudarla a sentarse dentro del auto. Cerró la puerta.
-Ese pie necesitará reposo así que la traes de vuelta para acá. Se quedará aquí hasta que mejore – Dijo la señora Farris – ¿Escuchaste lo que dije Grayson Farris? –
-Sí, mamá. La traeré aquí al salir del médico – Dijo mirándola sólo un momento y subiéndose a la camioneta para conducir hasta donde el doctor tenía su consultorio –
Novalee recordó con una sonrisa cómo Grayson discutió con la secretaria del doctor que debía ser atendida rápidamente. La mujer dijo que la dejara allí y viniera después por ella, a lo que él respondió: