Hola mis queridos lectores, cachondones y conocedores del placer supremo de esa bella actividad que es el goce íntimo, sexual y pasional, del que todos queremos lo más que se pueda obtener y sin límite de goce.
Y se los digo yo que me siento muy efectiva para ello. Y que digo efectiva, soy la mejor que se puedan imaginar en la cama.
Se preguntarán ¿Quién es esta vieja que nos habla de esa manera? Bueno pues déjenme decirles que me llamo Emma Mado Duro, y en el nombre llevo la fama, pero además de apodo me dicen el “saludo”, ya que no se lo niego a nadie.
Ya en serio, soy sexoservidora, bueno prostituta, piruja o ramera, como ustedes quieran llamarme, aunque la gran mayoría me dice puta.
La neta no me importa, ya que en el “talón”, en el trabajo para que me entiendan, una aprende a soportar a todo tipo de gente, con los apodos que nos ponen, algunos cariñosos y otros ofensivos, aunque, siempre, tratando de hacerse los graciosos.
Es común que los clientes que buscan nuestros servicios, nos llamen “cariñosas” para que no se oiga tan gacho decirnos de otra manera, sólo que, las rucas que se autoproclaman “decentes”, y que nos juzgan sin conocernos, nos llaman con todo su cándido pudor, educación y decencia: "Pinches putas", mostrándonos ese abierto desprecio que sienten ante nosotras.
No pretendo disculpar la vida que llevo, ya que me vale madres lo que piensen de mí, “parcho” porque me gusta y además me sirve para ganar dinero, no que hay mujeres, que toda su pinche vida se la pasan abriendo las piernas y no gozan ni un orgasmo y lo peor de todo es que, aunque ellas crean que por estar casadas no son putas, como yo, la están regando ya que, se vendieron por un papel que no sirve ni para limpiarse las nalgas, ya que raspa cuando una lo utiliza.
Claro que, entre las pirujas, las que cobramos, hay de todo como en todas las profesiones y oficios, hay unas que saben muy bien lo que hacen y al cobrar brindan un buen trabajo a conciencia, a un hombre necesitado.
También hay otras que sólo piensan en joder al cliente y no se tientan el corazón para matarlo si es necesario, lo bueno de todo esto es que no somos la mayoría las que pensamos así, por eso es que a pesar de todo lo que nos rodea, los clientes siguen buscándonos y pagando lo que cobramos por hacerles una “talacha” completa, algo que no encuentran en sus “hogares”
Cuando me invitaron para que escribie¬ra mis vivencias para esta novela, estuve tentada a negarme, no es fácil hablar de lo que una tiene que vivir día con día, o mejor dicho, noche con noche y de colchón en colchón en donde tenemos que sudar las nalgas para ganarnos el pan nuestro de cada día.
Sólo que, me alentó el hecho de pensar que, por medio de estas páginas, ustedes cono¬cerían la mera neta del asunto. Así que aquí estoy yo para decírselas a lo mero pelón, aunque estoy segura que no a muchos les gustara que se las recuerde, y no me refiero a su sacrosanta, sino a la verdad, por qué a muchos de los que estarán leyendo esto me los he encontrado en algún cuarto de hotel.
A muchos entrando a otros saliendo, y no faltan los que me he encontrado en la calle buscando mujer para pasar la noche, regateando como si la mercancía que está a la venta fuera de tianguis, en fin, así es esto.
Bueno, dejemos las mamadas para otra ocasión, así que vamos a ponerle Jorge al chamaco y comenzaré por contarles una historia que me tocó vivir hace algunos años, cuando trabajé en uno de los muchos cabarets de barria¬da.
Cuando aún se encontraban en pleno apogeo y los clientes se peleaban por nosotras, ya fuera para sacarnos a bailar, o para invitarnos a su mesa a beber y a platicar, sin dejar a un lado los que pretendían seducirnos para que les diéramos cachuchazo o para que les hiciéramos un buen descuento.
La noche estaba floja, es decir, no había mucha clientela y el lugar estaba medio vacío, por lo que otras compañeras, al igual que yo, ocupábamos las mesas en espera de que llegara el “bueno”, así le decimos al cliente que trae lo suficiente para pagarnos unas copas, unos bailes y luego un rico y sabroso acostón.
Me encontraba en la mesa bebiendo una cuba que había pedido para hacer tiempo, cuando de pronto, una de las “nuevas”, se acercó a la mesa y se sentó, traía un vaso en la mano y se veía medio tristona.
Por algunos minutos nos estuvimos ahí, bebiendo en silencio, viendo que la clientela no llegaba, la noche prometía ser “mala”, esto es, que no sacaríamos ni para la comida del día, en fin, son cosas que pasan siempre.
—Oye… ¿tú eres Emma? —me dijo de pronto ella.
—Sí, Emma Mado Duro, para servirte —le respondí sonriendo.
—Me han dicho las muchachas que eres muy buena cuatita
—Hago lo que se puede, en este negocio si no nos cuidados nosotras ¿quién nos va a cuidad cuando necesitemos un paro?
—En eso sí, tienes razón… nunca se sabe.
—¿Y tú, qué onda? Te veo deprimida, pasa algo.
—Los recuerdos que llegan de pronto, ya sabes cómo es esto.
—Sí, no hay nada peor que estarse acordando de coas que quisiéramos olvidar para siempre, o que tal vez no las hubiéramos vivido.
—Eso sí, aunque también al recordarlas nos damos cuenta de todo lo que pudimos hacer y no lo hicimos por imbéciles.
—No te amargues con eso, después de todo, ya lo hicimos, ya lo vivimos y ya nos jodimos, o ya lo disfrutamos y a tragar camote que no hay de otra.
—Tienes razón, como dicen por ahí, “lo bailado, quién nos lo quita”, total que de una o de otra manera estamos jodidas.
—¿Y qué es lo que tanto te atraganta? —le pregunté viéndola a los ojos— bueno, si tienes granas de hablar del asunto.
—Pues sí, tengo muchas ganas de sacar esto que se me atora en la garganta y que a nadie se lo he contado antes…
—Bueno, pues suéltalo… no vaya a ser que termine por ahogarte
—De acuerdo… ahí va…
—Han pasado casi tres años, y aún recuerdo perfectamente cada detalle del día que vino a nuestra casa un buen amigo de mi ex novio Enrique, que se llamaba Marcos.
Se presentó casi de repente, pues sin haber avisado nos llamó desde el aeropuerto que ya había llegado —comenzó diciendo ella y yo le di un trago a mi bebida para escucharla con toda atención.
—Resulta que ambos habían estudiado juntos en la universidad y hacía más de 3 años que no se veían. Según me contó Quique, eran dos grandes amigos que vivieron muchas cosas juntos.
Fuimos a buscarlo al aeropuerto y cuando Quique, me señaló quien era al momento en que bajaba la escalerilla del avión, me quedé estupefacta.
Era un muchacho no muy alto, muy atractivo, moreno de piel, con barba muy corta y cuidada, pelo castaño claro, con un cuerpo bien formado y muy musculoso, unos ojos negros muy penetrantes y unos labios que pedían ser devorados.