Login to ManoBook
icon 0
icon Recargar
rightIcon
icon Historia
rightIcon
icon Salir
rightIcon
icon Instalar APP
rightIcon
Sentimiento de una Cuarentena

Sentimiento de una Cuarentena

Chico Literario

5.0
calificaciones
2.1K
Vistas
34
Capítulo

¿Que opinas? Todas las personas somos historia, somos montones de corazones rotos o simplemente somos lo que nunca quisimos ser. Quizá suene un poco crudo o muy pesimista, pero esa es la realidad que muchas veces nos negamos a ver. ¿Cuál es mi realidad? El coronavirus llegó a muchos sin que pudieran darse cuenta. ¡Así me pasó contigo! Te metiste en mí de sorpresa y me hiciste tambalear de repente. ¡Que lío! Porque resultó ser que Édgar no fue el único que se metió en mi vida, tampoco fue Regino y mucho menos fue Marisela. ¿Entonces que fue? Mi nombre es Ivin y esta es la historia de aquel sentimiento que se metió en mí una vez que descubrí que mi madre no fue la prostituta que me crió. ¿Y entonces? ¡Tuve una madre que se enamoró de un millonario! Y ahora estoy a punto de luchar contra el pasado y el presente. © Todos los derechos reservados Una historia dedicada a aquellas personas que han perdido algún ser querido en la muerte, de todo corazón, espero te guste este libro.

Capítulo 1 UNO

Pasado

Mi respiración era agitada. Su cuerpo era suave y se movía a mi ritmo. Sus manos desprendían caricias suaves por mi piel y su boca iba subiendo hasta mi cuello a una velocidad impresionante. Le mire a los ojos, había fuego en la cama y el color rojo podría describir las múltiples sensaciones que explotaron en nuestros cuerpos.

—¡Aquí viene! —exclamo él.

Sentí que me apretaba más a su deseo. Su ser estaba navegando en aguas profundas y el movimiento de mi cuerpo le hizo culminar en algo indescriptible que solo pudo experimentar por algunos segundos. Su cuerpo. Su alma. Su carne. Su deseo. Todo centímetro de su ser se sacudió en una explosión de emociones.

—¡Eres una buena chica! —susurro a mi oído.

Se dejó caer sobre mí. Su pecho desnudo se impactó contra mi pecho y yo sentía que su respiración me ahogaba de repente. Esto había vuelto a pasar.

—¡Ayúdame por favor! —le grite a mi mente.

—¡Ya casi termina esto! ¡Aguanta un poco más! —respondió mi subconsciente.

Comenzó a salir de aquella explosión. Retiró el látex de su piel, se levanto de la cama, fue a vestirse y la oscuridad de mi habitación era algo que nunca agradecí.

—¡Nos vemos mañana! —pronunció él.

Escuche que caminaba. Abrió la puerta de mi habitación y se fue. Desapareció de aquí y me dejó en la cama con la soledad de la oscuridad.

—¿Cuándo dejara de ocurrir esto? —me pregunté.

—¡El día en que la muerte les devore la vida a alguno de ustedes dos! —respondió mi mente.

¡Y entonces lo supe! Supe que no quería esto ni una vez más, que ya era tiempo de matar al enemigo. Me levanté de la cama, prendí la luz de la habitación y ahí estaba yo. ¡Sin pena! Con los senos agotados, los ojos llorosos y las caderas rojas. Mi alma estaba rota, pero sabía que dependía de mí el volver a sanar. Y eso es lo que iba a ser. ¡Pelearía por nuestra libertad! No permitiría que este hombre nos siguiera haciendo la vida miserable. ¡Estaba cansada de toda esta basura!

¿Como podría salir de esta situación?

***

Presente.

Había transcurrido un año desde que hui de la casa. Más bien, que abandone aquello que me hacía sentir miserable. ¿Qué hubiese pasado si yo no le hubiera hecho caso a lo que me pidió? Tantas cosas que me estaba perdiendo y que hasta ahora estaba descubriendo. Esta mañana me levanté con mucho ánimo. Desayuné cereal y fruta picada. Me aliste para venir a la escuela y aquí estoy. Viva y a todo color.

Me encontraba sentaba frente a un caballete y un lienzo de color blanco con un boceto hecho por mis manos. La escuela de artes de la ciudad de Puebla era algo que siempre estuvo en mi mente desde que tengo memoria o al menos siempre pensé en ella desde que logre conseguir mi libertad. El pincel que sostenía mi mano comenzó a pintar de color azul la basta masa del océano. El profesor había puesto una playlist de música de piano en Spotify y su bocina Bluetooth nos comenzaba a relajar. ¡Me gustaba ese ambiente tan relajado! ¡No sé! Era agradable poder pintar y sentirme totalmente despreocupada.

De pronto la música dejó de sonar.

—¿Que creen? —nos preguntó de repente.

Todos alzamos la vista hacia el profesor. Pero nadie se atrevió a responder la pregunta que había formulado.

—Tengo que darles una noticia de ultima hora.

Parecía que él estaba un poco nervioso y hasta preocupado.

—¿Se suspenden las clases? —pregunté yo.

Todos se giraron a mirarme.

Al parecer nadie había escuchado las noticias matutinas y yo estaba ayudando al profesor para que no se sintiera tan nervioso.

—¡Efectivamente Ivin! Hoy es nuestro último día de clases —dijo el maestro.

Mis compañeros se quedaron muy sorprendidos. No lo podían creer. Y bueno, cómo ya sabrás el mundo está en una situación inquietante. De la noche a la mañana muchos países ya estaban comenzando a poner en cuarentena a sus habitantes por la reciente pandemia mundial del coronavirus.

—¿Por el coronavirus? —preguntó un compañero.

—Así es Juan. Las vacaciones se nos adelantaron un mes a todas las escuelas...

No pude evitar que mis pensamientos se hundieran en querer terminar mi pintura. Yo sabía que esto iba a pasar porqué los noticieros ya comenzaban a hablar sobre lo que deberíamos hacer ante esta situación. ¡Y aquí íbamos nosotros! Todo se complicaría para todo el mundo. ¿Una pandemia? ¿Por que pasaba esto?

¿Quien esta preparado para algo así?

El timbre sonó anunciando el fin del día escolar. Salí del aula y me dirigía a la salida de la escuela. Llevaba mi mochila en la espalda y el celular en la mano. Conecté los audífonos y puse a sonar mi Playlist de Indie. Baje las escaleras, pasé por la dirección, atravesé el patio del edificio y llegué a la salida. Afuera estaba soleado/nublado y podías ver a muchos estudiantes salir del instituto.

Baje las escaleras de la entrada y ahí, justo ahí ocurrió todo. Una camioneta de color negro estacionada justo en frente. Un hombre de camisa y corbata me estaba mirando. Parecía que estaba en una llamada telefónica y cuando vio que me aproximaba a la banqueta, guardo su celular. Se acercó a mí a toda velocidad y eso me saco de onda. Me quite los audífonos.

—¡Ivin! —dijo ese hombre.

—¿Quién es usted? —pregunté sorprendida.

Él me miraba también con sorpresa y algo de temor, parecía nervioso.

—¡Ivin! —pronunció una voz de mujer.

Dirigí mi atención a esa voz y ahí estaba ella. La mujer que después de tantas cosas regresaba a mi nuevamente. ¿Por que estaba aquí?

—¡No intervengas conmigo Marisela! —ordenó él con voz autoritaria.

—¡Puedo hacer lo que quiera! —respondió ella.

Parecía que ambos se conocían.

—Ivin yo... —mamá se acercó a mí y sus brazos intentaron rodearme— ¿Cómo has estado querida?

Ella se había puesto lápiz labial rojo y su ropa era muestra de lo candente que se había vuelto. ¡Pensé que nunca más la volvería a ver!

—¿Qué quieres? —pregunté molesta.

—Hija, estoy preocupada por ti, yo solo...

—¡Apártate Marisela! —ordenó él.

El hombre se acercó a mí esta vez.

—Ivin necesito hablarte de algo...

—¡Cállate Regino! —exclamó mamá.

Y entonces no pude más.

—¡Cállense los dos! —exclamé autoritaria—. La verdad no puedo creer que este aquí, pero eso no importa. No te quiero ver mamá y a usted señor yo ni lo conozco y no quiero saber que rayos necesita decirme. Así que largo de aquí o llamaré a la policía. ¡Adiós a los dos!

Me puse los audífonos rápidamente. Comencé a caminar, ellos me miraban sorprendidos, quizá hasta confundidos. Avance hasta la parada del autobús y viaje hasta la cafetería, ahí es donde trabajo. ¿Y por qué trabajo? Trabajo por qué estoy sola y no pienso morir de hambre.

—¡Hola Ivin! —saludó don Pedro—. ¿Cómo te fue hoy?

Él estaba detrás de la barra de pedidos. Don Pedro tiene el cabello gris, es de estatura promedio y tiene un carácter muy agradable.

—¡Buenas tardes don Pedro! —caminé hasta él. Besé su mejilla— Todo estuvo bien. Aunque, hoy fue mi último día en el instituto.

—¿Por lo del coronavirus?

—Si. Nos adelantaron las vacaciones.

Me quede callada unos segundos.

—Y bueno, también…

—¿Paso algo más?

—Mi madre fue esta tarde afuera de la escuela y un hombre también estaba esperándome, parecía un hombre adinerado.

—¿Un hombre? —don Pedro se sorprendió—. ¿Fue a verte?

—Si. Fue a verme. Pero mi madre y él empezaron a discutir, as í que los deje allá que se hicieran bolas entre ellos.

Me puse mi mandil, trencé mi cabello y comencé a trabajar. Hoy era el día libre de Luis, mi compañero de trabajo, así que solo éramos don Pedro y yo atendiendo la cafetería. ¿Yo trabajaba en una cafetería? ¡Pues si! A eso me dedico y esto es lo que paso aquella vez:

Había llegado a la cafetería luego de huir de casa. Aún lo recuerdo perfectamente. El día estaba soleado, el autobús donde yo viajaba se detuvo a causa de un semáforo, eso nos obligó a bajar a todos los pasajeros y mientras todos bajaban, pude ver a través de la ventanilla que había un zócalo amplio, lleno de vida y la curiosidad me abrazo justo ahí. Baje del autobús, caminé hasta el quiosco y aunque la cabeza me daba muchas vueltas y no tenía a dónde ir, la preocupación de estar lejos del peligro me hizo sentir tranquila. Me senté unos instantes en una banca del parque, la gente iba y venía, después de unos minutos comencé a caminar y por ahí de casualidad encontré la cafetería a la que…

—¡Buenas tardes! —saludaron.

—¿Que le servimos? —preguntó don Pedro.

Yo estaba acomodando unos vasos en el mueble de la barra.

—Estoy buscando a la señorita Ivin —dijo el cliente—. Supe que trabaja aquí.

Eso me sorprendió.

—¿Para qué la busca? —preguntó don Pedro.

Imaginé al tipo con un semblante de detective privado o en su caso, el de un mayordomo fiel.

—¡Necesito comunicarle algo importante! —respondió él.

Y entonces me incorporé. El hombre se me quedó mirando unos segundos. Parecía sorprendido, confundido y algo tranquilo.

—¿Qué necesita informarme? —pregunté—. ¿Usted viene de parte del señor Regino?

El hombre iba vestido con una camisa blanca, una corbata roja y un pantalón de vestir azul. Por eso me acordé de Regino.

—¡Si! —dijo él—. ¿Puedo hablar en privado con usted?

Don Pedro se me quedó mirando unos segundos y con mucha ligereza asintió.

—¡Puede hablar! —respondí.

Caminamos hasta una mesa desocupada cerca de la ventana. El hombre llevaba un portafolio y parecía de esos tipos ejecutivos que salen y laboran en empresas de alta alcurnia. Acostó el portafolio sobre la mesa y se me quedó mirando.

—¿Y? —pregunté—. ¿Va a hablar o solo quiere hacerme perder el tiempo?

—No quiero hacerte perder tú tiempo.

—¡No me hables de tú! —ordene.

—¡Disculpé señorita! —su mirada bajo hacia el portafolios. Sus manos abrieron el artefacto, la cubierta le tapo media cara y luego volvió a acomodar el portafolio como al principio—. El señor Regino me pidió que la localizará, él quiere hablar con usted ya que está tarde no le fue posible… bueno, mi jefe quiere hablar con usted justo ahora.

Entonces encendió el móvil. Era un iPhone de tres cámaras y tecleó algunos dígitos. Extendió el móvil hacia mí. Yo lo tomé casi insegura, pero al final lo apreté con mi mano hacia mí oído.

Contesté la llamada.

—¿Hola? —pregunté.

—¡Hola Ivin!

Reconocí su voz.

—¿Que quiere? ¿Por qué mando a buscarme? Y sobre todo ¿quién rayos es usted?

No hubo respuestas por algunos segundos.

—¡Necesito conocerte!

—¿Conocerme?

—¡Si! Han pasado tantos años y...

—A ver señor, no sé a qué años se refiera, solo lo escuchare si va directo al grano ¿de acuerdo?

El hombre frente a mí se sorprendió. Vi sus cejas arquearse. ¡Mi carácter se había vuelto fuerte!

—¡Ivin yo soy tu padre!

Y por alguna extraña razón me dio mucha risa. Eso que él me dijo me hizo reír por completo. ¿Mi padre? ¡Si cómo no! Este señor estaba demasiado chiflado.

—¡No me venga con bromas señor! —dije entre risas—. ¡Mi padre está muerto! Así que no ande jugando conmigo.

Hubo silencio de parte de él mientras yo me trataba de controlar. ¡Estaba diciendo puras tonterías! Mis risas eran inevitables, o sea, más que nada porque él aseguraba ser mi padre y yo me crie toda la vida sin un papá. Tuve que obligarme a controlarme.

—¿Ya terminaste?

Todo esto me parecía un chiste.

—La verdad es que no. Su broma es bastante buena. ¡Mi padre! —y solté una risa aun más fuerte.

—¡Soy tu papá!

—¡En sus sueños viejo rico!

Y termine la llamada. Apreté con toda la fuerza de mi dedo índice y colgué. El hombre frente a mí quedó sin expresión alguna en el rostro.

—¡Tomé! —le dije, con mi mano devolviéndole el celular—. ¡Un gusto recibir sus bromas! Adiós.

Me levanté del asiento y caminé hacia la barra con esa estúpida risa insuperable.

—Ivin, el celular es para usted —me dijo el hombre tras haberme alcanzado a la barra.

—¿Mío? No señor, no necesito un celular nuevo.

—Es para usted. El señor Regino me dio esa orden.

Lo extendió hacía mí pero yo me negué. ¿Por que me estaba pasando algo así?

—Tengo que trabajar, un gusto hablar con usted —volví al cuarto del café y los insumos.

Parecía que lo ocurrido era algo estúpidamente mal planeado. Don Pedro estaba viendo el televisor, eran las noticias.

—¿Que fue del hombre? —preguntó él.

Agarré un paquete de servilletas. Aún tenía la risa dentro de mí. Agradecí que la tarde en la cafetería estuviese tranquila, no había clientes a esta hora.

—Ya se fue. Pero quería que yo hablara con el señor que fue a mi escuela, hablé con él y dice que es mi padre. ¿Cómo ve eso? ¿Usted lo creería?

Don Pedro conocía a la perfección mi historia. Se la conté tan pronto me ofreció ayuda. ¡Así que tenía demasiada confianza en él, después de todo se había convertido en mi abuelito!

—Bueno. Solo Dios y tú mamá saben si él es tu padre —respondió don Pedro.

Me sorprendió un poco el hecho de que él no estuviera tan divertido como yo, lo cual me puso a pensar de repente. ¿Será cierto lo que dijo ese sujeto? ¿Será que la vida me va a presentar a mi padre después de tantos momentos en qué necesitaba de un padre? La risa se me fue, me quedé pensando. ¿Y si ese señor estaba diciendo la verdad? ¡¿Pero cómo?!

Era momento de cambiar de tema.

— ¡Tiene razón! ¿Qué dicen las noticias?

—Desde mañana estaremos en fase dos.

— ¿Eso es malo para nosotros?

—Pues no. El gobierno ya ha comenzado a tomar precauciones. Aún no están cerrando comercios aquí, pero muchas personas ya están dejando de salir de sus casas. Varias personas están tomando enserio está situación y también hay quien no quiere creer en lo que está pasando.

—¿Creé que las cosas mejoren pronto?

—Todo mejorará cuando el hombre deje de pensar en sus propios deseos.

Asentí.

Salí a la barra y ahí estaba la caja del celular. ¿De verdad era para mí? Tome el paquete, una caja blanca con la marca del celular y el logo de la manzanita mordida. ¡Era bonito! Nunca había tenido un celular como este.

De pronto la puerta se abrió y eso me obligó a volver a mi realidad. Era un cliente.

***

Ya era de noche, estábamos a punto de cerrar cuándo ella volvió. Llevaba el mismo vestido de la tarde, había bebido y se veía mal. ¿Qué pasaba con ella? ¿Cómo era su sentir en este momento?

—¡Ivin! —pronunció mi nombré.

Yo estaba acomodando las sillas sobre las mesas, solo me faltaba poco para terminar.

—¿Que estás haciendo aquí?

—¡Lo siento!

Comenzó a llorar. ¿De verdad estaba siendo sincera? Bueno, creo que no tenía razón para dudar de ella; solo es que me sorprendió verla nuevamente.

—¿Qué sientes? —sentí un poco de curiosidad.

Sus ojos verdes parecían seguir siendo tan idénticos al pasado, solo por el único detalle de esas ojeras oscuras.

—Lamento no haber estado cuándo más me necesitabas. Lamento ser una cobarde —hizo una pausa, el rímel se le había llorado también— y lamento ser una mala madre, yo...

—¡Basta! —le ordené—. ¡No es necesario que digas más!

Di un suspiro largo, me acerque a ella y la mire. Sentí que en verdad estaba mal. ¿Cómo podría ayudarla si ella misma nos había obligado a estar en esta situación?

—Es verdad Ivin, yo...

—¿Qué es lo que quieres realmente? —se me quedó mirando. Su teatro comenzó a deteriorarse. Sería fría, tal como ella lo pidió— Nunca viniste a buscarme en todo este tiempo y ahora ¿vienes con tu vestido de gala nocturna, justamente el día en que un hombre me habla por teléfono y me dice que es mi padre? Si no estás del todo borracha puedo decirte que eres una cínica. ¡Tienes cuarentena años, reacciona!

Supe que su alma entonces no le perteneció nunca. Su vida siempre fue esclava de sus propios deseos egoístas y la tristeza era la inundación de un cuerpo sin autocontrol. ¿Eran así las cosas?

—¡Esta bien! Me iré. Solo antes, dime, ¿qué te dijo él?

—Dime primero quien es él. ¡Explícame!

Ella dio un trago de saliva, sus ojos parecían disgustados y su cara estaba con el ceño fruncido.

—¡Es tú papá!

¡Y el maldito coronavirus venía con papá integrado! ¡Pero qué cosas!

—¿Estás hablando en serio?

Asintió.

—¿Me vas a explicar?

—Me gustaría explicarte, pero a su momento.

¿Y cuál sería ese momento?

Seguir leyendo

Quizás también le guste

Otros libros de Chico Literario

Ver más
Capítulo
Leer ahora
Descargar libro