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El santuario secreto de las reminiscencias

El santuario secreto de las reminiscencias

guangyue

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Capítulo

"""En una arcaica cabaña, junto a un solitario pueblo, Anne abrió los ojos y se encontró a su peor pesadilla. Él juró vengarse por haber sido desterrado del paraíso celestial, no tendría piedad hasta exterminar aquello que provocó su destrucción. En el suelo, la muerte inalcanzable se convierte en su mayor deseo, su tormento es como el de un escorpión cuando pica al hombre. Se retuerce en su veneno, en las llamas del infierno. Una estrella cayó desde el cielo y se le dio la llave del abismo, un abismo que es custodiado por el propio Abadón, y que comienza con una puerta de madera añeja."" "

Capítulo 1 INTRODUCCIÓN

El santuario de las reminiscencias

Click.

Una llave de hierro oxidada gira dentro de una vieja cerradura que cede y se abre. Una enorme placa metálica y rectangular, tan alta como un gigante, se desliza por el suelo y emerge de la pared en la que estaba recluida. En ella hay pequeñas celdas, agujeros circulares que contienen en su interior pequeñas esferas lumínicas. Hay miles de huecos, cientos de miles tal vez; aunque no todos están ocupados.

Un hombre anciano mete de nuevo el manojo de llaves en un bolsillo de su túnica gris y raída, de otro saca una de las esferas de luz y la sujeta con la delicadeza de una madre que sostiene a su recién nacido. Con sumo cuidado la acerca a uno de los huecos que hay en la gigantesca placa metálica. La esfera reacciona ante su proximidad, brilla con más fuerza y, cuando roza con el metal, sale disparada hacia allí y queda en medio. Flota, sujeta por un campo de fuerza invisible. El anciano vuelve a empujar la placa metálica sin apenas esfuerzo y esta se esconde en la pared.

—Oh. Ya estáis aquí. —El hombre se da media vuelta. Su rostro está surcado por arrugas tan profundas como los océanos, y sus ojos, menudos y negros, están hundidos. Su larga barba, tan blanca como la nieve, le llega hasta la cintura, pero tiene la cabeza brillante y despejada—. Venid, venid conmigo.

La sala por la que empieza a caminar es enorme, titánica, y no se percibe confín alguno. Está oscura, iluminada levemente por antorchas que cuelgan de los soportes de la pared y le confieren al ambiente un color amarillento y un persistente olor a brea quemada.

—Bienvenidos al Santuario secreto de las reminiscencias, queridos amigos —dice el viejo a medida que camina, renqueante y apoyado en un viejo bastón más alto que él mismo que resuena cada vez que golpea el suelo de piedra—. Sí, sé lo que estaréis pensando. Estáis pensando que se trata de un nombre misterioso, ¿no es así? El nombre de un lugar importante. Y sentís curiosidad por lo que os aguarda en las próximas páginas… Pues bien. No andáis equivocados, no. Venid, venid y os lo diré. El viejo continúa andando por la sala. Se detiene, mira a un lado y a otro como si no estuviera seguro de hacia dónde debería ir. Finalmente, elige una dirección.

—Seguro que habréis escuchado más de una vez eso de que «la historia se repite», ¿no es así? —pregunta sin volver la vista atrás—. Sí, sí, seguro que sí. O que «las modas regresan», o que «el curso del tiempo es cíclico». Pues bien… no os podéis llegar a imaginar lo acertadas que son esas afirmaciones. Realmente no lo podéis imaginar.

»Todo lo que ha sucedido en el pasado sucederá de nuevo en el futuro, en el mismo orden y sucesión, una y otra vez durante toda la eternidad. Es la más simple y auténtica de las verdades universales, y muy pocos han llegado a entenderla y aceptarla en todo su significado. La historia es una gran rueda que gira y gira, que nunca se detiene. Y vosotros estáis dentro de ella. Todos… pero no yo. Ni tampoco este, mi santuario. Pues nos encontramos en el centro de la rueda, allí donde el giro es inexistente y el tiempo nunca pasa.

El anciano se detiene. Saca de nuevo de su bolsillo el manojo de cientos de llaves y, sin siquiera mirarlo, escoge una y la introduce en una cerradura que hay en la pared. De la misma forma en que ocurrió antes, una gigantesca placa metálica emerge y se descubren los cientos y miles de esferas luminiscentes que brillan en su interior.

—Y al igual que la historia en sí misma, también son cíclicas las historias que nos contamos los unos a los otros —explica mientras toma una de las esferas en su mano y la observa de cerca—. Desde los hombres de las cavernas que inventan historias sobre las constelaciones delante del fuego, hasta los que las escriben con complejas máquinas e intrincados aparatos tecnológicos. Historias escritas desde todos los rincones del vasto mundo, en todas las épocas pasadas, presentes y futuras. Historias para infantes, para adultos y para ancianos.

»Todos y cada uno de estos cuentos no son más que sombras y reflejos. Versiones de versiones y de reversiones. Reminiscencias de algo que ya fue escrito en algún lugar y momento del pasado y que volverá a ser escrito en el futuro. Las historias se convierten en relatos, los relatos en cuentos y estos en mitos y leyendas. Viajan entre generaciones, variando mucho o no tanto. Son olvidadas y se vuelven a descubrir siglos después. Las historias son seres atemporales e inmortales, por eso descansan aquí, en el santuario. Y yo soy su guardián: lo seré mientras el hombre tenga dedos para escribir y lengua para narrar.

El viejo alza la esfera de luz en su mano, y esta comienza a elevarse por sí sola. Su brillo se intensifica, cegador, y ocupa la sala infinita. Pronto, la luz es todo lo que hay; aunque todavía se escuchan el eco de la voz del guardián de las reminiscencias.

—Pasad las páginas, navegantes de las palabras. Pasad y descubrid estos relatos de siempre… contados como nunca.

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