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Teach Me Math, Baby

Teach Me Math, Baby

SicutCaelo

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Capítulo

La inocencia y ternura que trasmitía Marylise a través de sus hermosos orbes azules y su delicado cuerpo era demasiado tentadora y tormentosa para la mente corrompida y atormentada de Styles. Había algo en aquella pequeña que lo hacía enloquecer. Aunque sabía perfectamente que no era algo correcto, su mente le evocaba su recuerdo a cada instante, volviéndose con el pasar de los días en una especie de peligrosa e inquietante adicción La diferencia de edad entre ellos dos era demasiada, pero era mucho más grande el deseo y las ansias de tenerla. Las ganas de hacerla suya eran tan intensas que le era abrumador el solo hecho de no poder hacerlo. Hasta que se le ocurrió una magnífica idea. Ella necesitaba dinero. Él necesitaba a alguien que le enseñara matemáticas. Ella era demasiado hábil para resolver operaciones. Él era demasiado hábil para otro tipo de cosas. Ella le enseñara fórmulas matemáticas y cálculo universal, mientras que él le enseñara los exquisitos placeres del sexo. "Solo tienes que aceptar" "Bien, pero, ¿qué tendré yo a cambio?" "Tú me enseñas matemáticas, y yo te enseño otras cosas más divertidas, pequeña"

Capítulo 1 01

Marylise.

"El cuadrado de 24 es..., 576, y el cuadrado de 20 es 400..., entonces el valor de la hipotenusa sería la raíz cuadrada de la suma de éstos dos"

Hundí mi labio inferior dentro de mi boca para después mordisquearlo mientras resolvía la operación en mi cuaderno.

Comienzo a resolver la raíz cuadrada del resultado de la suma de los catetos y me da el resultado. Lo compruebo haciendo las cosas a la inversa y da lo mismo, así que el resultado está bien. Perfecto.

Levanté mi mano para llamar la atención del profesor.

— ¿Si, Marylise?— Dijo el profesor Matthews cuando vio mi mano arriba.

—Ya terminé— Le anuncié, con suficiencia en mi voz.

Unos alumnos bufaron ante mi respuesta, mientras que otros se alegraron ya que podrían copiar mi resultado y no hacer la operación por ellos mismos.

—Bien, díganos, ¿cuál es su respuesta?—. Dijo el profesor, indicándome a que pasara al frente a resolver la operación en la pizarra. Me levanté de mi pupitre y pasé al frente.

Comencé a hacer las cuentas correspondientes al lado del triángulo rectángulo que había dibujado el profesor previamente. Lo hago así porque una vez sólo puse la respuesta y él me amonestó diciéndome que siempre tenía que justificar mis respuestas, sea lo que sea.

—El valor de la hipotenusa es 31.24 centímetros— Digo mi respuesta, una vez que terminé de anotar en la pizarra. El profesor Matthews observa detalladamente lo que acabo de hacer por unos segundos y después se dirige a mí.

—Muy bien, señorita Bernand—. Aludió con una sonrisa, le devolví el gesto—. Ya puede ir a sentarse— Dijo, tomando el borrador y borrando toda la operación a lo que la mayoría de los alumnos se quejo diciendo que no la habían copiado aún, pero él hizo caso omiso a sus reclamos—. Para los que no terminaron, quiero todo eso de tarea para mañana y la página 68 de su libro— Ordena, y yo abro en libro en la página que dijo, marcándola con una nota, mientras que mis demás compañeros se quejan—. Lo quiero todo contestado, nada a medias— Exige, y toda la clase se queja aún más fuerte—. Es todo, ya pueden salir.

En cuando pronunció la última frase, todos salieron, literalmente, corriendo del salón. No sé por qué no les gustan las matemáticas, es la materia que más utilizamos en nuestra vida cotidiana, es necesario saber por lo menos los conceptos básicos por si en algún momento se nos presenta algún problema. Esa es mi clase favorita de todas las que me dan, sobre todo porque el profesor Matthews enseña muy bien y desempeña su trabajo perfectamente. No sé por qué la mayoría lo odia, supongo que porque es muy estricto, pero así debe de ser si realmente quieres aprender algo.

Tomé mis pertenencias, las metí a mi mochila y me dispuse a salir de clase haciendo ademán en salir del colegio. Matemáticas era mi última clase de hoy así que ya he terminado con esto.

Hoy Dalila no había venido al colegio, ya que estaba un poco enferma cuando la llamé ayer por la tarde. Quizá ahora amaneció igual y por eso no asistió. Le mandé un texto a mi mamá diciéndole que iría a casa de Dali cuando saliera del colegio, ella no me ha contestado aún pero supongo que no se enojará.

Mi colegio se encuentra relativamente cerca a la casa de Dalila, así que no creo que tuviese que pedir un taxi o esperar a mi hermano que saliera de la universidad para pedirle que me llevara. No pensé que fuese necesario, así que solo caminé.

No sé cuánto tiempo me tomó llegar a su casa. Quizá unos diez o quince minutos a lo mucho, pero el tiempo se fue rápido. Disfruto mucho de ésta avenida llena de vegetación y sin tanto tráfico, es un lugar bastante tranquilo para vivir y tomar mis clases.

Llamé a la puerta un par de veces hasta que una Dalila despeinada y con un pañuelo sucio en sus manos me recibió.

—Hola, Mary— Saludó gangosa por la gripe, con una sonrisa al verme. Se veía derrotada.

—Hey, Dali— La saludé de vuelta de la misma forma.

—¿Qué haces aquí?— Preguntó, limpiando con su pañuelo su nariz. Hice una mueca de fingido asco al verle a lo que ella rió.

—Solo vine a ver como estabas.

—Oh, pues mírame. Estoy hecha un asco— Dijo bufando y mirándose a sí misma de arriba abajo.

—Si que lo estas— Le di la razón, en son de broma, pero ella lo tomó enserio.

—Lo sé— Hizo una mueca—Bueno, pasa— Dijo, apartándose de la puerta dejándome entrar. Dejé mi chaqueta del colegio en el perchero y me dirigí a uno de los sillones de la sala de estar.

—¿Estás sola?— Le pregunté cuando ella se sentó en el sillón individual.

—Sí. Mi papá está en el trabajo y mi mamá fue a comprar algunas cosas— Sorbió su nariz y dibujó una mueca en su boca.

—Pues ahora me tienes a mi— Le sonreí y ella imitó mi gesto. Miró hacia arriba unos segundos, como si estuviese rezándole a Dios o algo parecido. Su acto me hace reír.

—Qué bueno que viniste, estaba a punto de tirarme por la ventada porque no hay nada bueno en televisión— Dijo, claramente dramatizando las cosas. Rodé los ojos ante su broma, ya que su casa es de una sola planta—. ¿Y bien? ¿Quieres quedarte aquí o vienes?— Preguntó levantándose del sillón. Me limité a asentir con la cabeza y la seguí hasta su habitación.

~*~

—Bueno, creo que ya tengo que irme— Dije con resueno al ver la hora en mi teléfono.

Mi mamá llegaría a casa en poco más de media hora y me dijo que quería que estuviese ahí cuando ella llegase. Así que es mejor que me vaya de una vez. No quiero que mi mamá se enoje conmigo.

—¿Ya?— Asentí con la cabeza. Ella forma una mueca de pesar—. Bien, te acompaño a la puerta— Dijo levantándose de la cama en la que estaba sentada. Le imité y salimos de su habitación para ir directamente a la puerta de entrada, no sin antes tomar mi chaqueta, ya que en varias ocasiones se me había olvidado aquí. No quiero que vuelva a pasar, ha hecho bastante frio en estos días tan nublados.

Siempre la paso muy bien en casa de Dalila. Hablamos de miles de cosas. Ella me cuenta sobre los chicos que trae babeando a sus pies mientras yo solo la escucho ya que yo no tengo su suerte con los chicos. Para lo único que me hablan es para que les pase la tarea de matemáticas o que les ayude con alguna operación que ellos no entienden. Esa es mi vida en el colegio. Pero no me quejo, ya que creo que aún no es mi tiempo para interesarme en los chicos de esa manera. Por ahora eso no me importa.

—Nos vemos mañana— Dijo Dali cuando yo estaba fuera a punto de irme.

—¿Mañana si vas?— Pregunto, por enésima vez.

—Sí, Marylise, sí— Contesta, rodando los ojos y negando con la cabeza. Me limito a asentir como lo hice antes, cuando me contestó de la misma forma cuando le pregunté lo mismo. Es sólo que no quiero estar sola otra vez, Dalila es mi única amiga y compañera en mi grupo de clases, cuando no asiste el tiempo entre clases es bastante aburrido.

Me doy media vuelta para salir de su casa y emprender camino hacia la mía, pero algo capta mi atención al observar la casa de enfrente.

—¿Nuevo vecino?— Pregunté apuntando con mi pulgar hacia la casa de enfrente al lado, en donde había cajas de mudanza y un chico afuera de esta.

—Ah, sí— Contestó —Los vecinos dicen que es un universitario, eso es lo único que sé de él— Dijo mirándolo.

—Oh— Me limité a contestar.

Mi casa no quedaba del todo cerca de aquí a pie, quizá a unos veinte o veinticinco minutos aproximadamente si tomo un ritmo de caminata sin detenerme. Así que tendría que apurarme para llegar antes que mi mamá.

Crucé la calle y me dediqué a caminar a paso rápido por la acera. Mientras lo hacía, mi vista se enfocó en el nuevo vecino de Dalila. Parecía un tipo joven, se me hacía raro que tuviese una casa completamente para él, ya que las casas de este vecindario suelen ser amplias con varias habitaciones, no creo que sea necesario rentar o comprar una casa tan grande para una sola persona.

El chico estaba terminando de meter las cajas de mudanza a su casa mientras yo lo miraba expectante. Llevaba una camisa interior sin mangas y unos vaqueros negros ajustados mientras su cabello caía libremente a los lados de su cabeza. Su cabello era algo largo, pero aun así le quedaba bien. Era de un tono chocolate claro con unas ondas naturales en los medios y puntas.

Seguía viendo con atención cada uno de sus movimientos mientras caminaba, y al parecer, él no lograba percatarse de ello. Al pasar frente a su casa, no me di cuenta de que había algunos objetos, que de seguro cayeron de alguna de las cajas, en la acera. Todo por estar viendo a ese chico que me pareció tan atractivo. Pisé uno de esos objetos el cual me hizo caer al piso haciéndome soltar un grito ahogado.

¡Idiota, idiota, idiota!

Me repetía en mi mente por no haberme dado cuenta de lo que estaba a punto de pisar previamente.

Intenté levantarme para no pasar más vergüenzas, pero un dolor en mi rodilla ocasionó que no pudiese hacerlo. Me quejé en el frío concreto de la acera.

— ¿Estás bien?— Preguntó una voz varonil y ronca llegando a mí.

—Eh, s-si— Contesté en un hilo de voz mientras buscaba a tientas mis gafas en el concreto.

—¿Buscas esto?— Dijo esa voz mostrándome algo que parecían mis gafas las cuales no podía ver bien debido a mi problema visual que tengo desde pequeña.

Hoy tuve que ponerme gafas ya que no encontré mis lentes de contacto en la mañana y tenía prisa, ya que anoche me desvelé haciendo mi tarea de geometría porque la dejé a lo ultimo, grave error.

No me gusta llevar gafas, siento que luzco extraña, no me acostumbro a ellas ni creo que me acostumbre nunca, prefiero mil veces las lentillas, aunque me digan que son incómodas.

Con mi vista nublada pude notar apenas como acercó las gafas a mi rostro y me las puso. Parpadeé un par de veces para acostumbrarme a mi nueva vista y fue entonces cuando lo observé de cerca. Muy de cerca. ¡¿Por qué se acercó tanto?!

— ¿Estás bien?— Insistió. Asentí—. ¿Segura? Porque tu rodilla no se ve muy bien— Dijo alzando ambas cejas observándola. Me levanté un poco apoyándome de mis codos para poder ver mi rodilla, la cual estaba cubierta de sangre. Hice una mueca de dolor y asco a la vez. No me gustaba ver sangre, y mucho menos si esta es mía.

— ¿Te duele?— Preguntó, se le notaba preocupado al ver la herida que me he hecho.

Lo miré y... Nunca antes había visto unos ojos tan bonitos como los suyos. Era una mezcla de tonalidades verde profundo y dorado intenso. Realmente hipnotizantes.

Escaneé todo su rostro sin perderme ningún detalle. Al verlo más de cerca, noté que era mucho más atractivo. Era realmente guapo. Lástima que es mucho mayor que yo y así no puedo...

— ¿Tengo algo en la cara?— Preguntó divertido sacándome de mis cavilaciones mientras que de su boca brotaba una sonrisa torcida.

—Ah... ehm...— Balbuceé. Cerré los ojos con fuerza y aparté mi rostro. Lo escuché reír.

¡Demonios! Qué vergüenza.

— ¿Te ayudo a levantarte o tú puedes sola?— Preguntó, pero yo no lo miré. No lo miraré para pasar otra vergüenza con él.

—Y-yo puedo, gracias— Sentí ganas de golpearme por sonar tan nerviosa. Intenté levantarme, pero sentí a mi rodilla entumecerse. Hice una mueca de dolor al sentirlo y mejor me quedé en la misma posición que antes.

—Bien, no lo creo. Déjame ayudarte— Dijo dándome su mano. Dude un poco, pero al final la tomé. Al levantarme, no pude estirar mi pierna, así que la tuve que mantener flexionada hacia arriba sosteniéndome de un solo pie. Él al notarlo, me tomó del brazo para que no perdiera el equilibrio y cayera de nuevo. Mi cuerpo se estremeció al sentir su contacto.

—Acompáñame— Dijo empujándome para caminar junto a él. Paré en seco.

— ¿A-a dónde?— Me escuché más asustada de lo que esperaba.

—Te curaré eso— Contestó con un tono amable.

—Ahm, no, no gracias. E-estoy bien— Dije tratando de sonar determinante, pero me salió terrible.

—No, claro que no lo estás. Estás sangrando— Dijo mirándome a los ojos.

—Pero, e-es que mi mamá me está esperando en casa— Mentí. Aun el nerviosismo se apoderaba de mí evitando que pronunciara las palabras correctamente.

—Sólo voy a curarte— Me sonrió. Tragué duro y él se mofó al notarlo. Abrí mi boca para hablar pero de esta no salió nada. Era como si él tuviese un poder para hacerme actuar de esta manera. Aparté mí vista de él porque me estaba afectando más de lo que me gustaría aceptar.

—Creo que será mejor que me vaya.

—No te dejaré irte así— Me tomó por los hombros. Alcé mi rostro para mirarlo. Dios. ¿Por qué me pasa esto?—. Y aparte, ni siquiera puedes caminar, ¿Cómo piensas irte?— Dijo alzando ambas cejas con elocuencia.

—P-puedo brincar— Le digo, mientras hago una pequeña demostración. Él rio haciéndome sonreír. Su risa es hermosa.

—Oh, pues cuando llegues a tu casa me avisas— Dijo, en un tono que se me antoja sarcástico.

—Lo haré— Dije de la misma forma.

—Anda, vamos— Insistió—. Si esa herida se te infecta no me lo perdonaré porque fue mi culpa que tropezaras— Hice una mueca nerviosa y negué con la cabeza su aclaración—. Vamos, allá dentro tengo un botiquín de emergencias, no soy doctor ni mucho menos, pero puedo hacer algo con eso— Me dice mientras señala mi herida en la rodilla.

Mis padres siempre, de pequeña hasta hoy en día, me han dicho que no confíe en los extraños, que nunca son de fiar. Quizá él sea esa clase de chico que aparenta ser bueno en las películas y resulta ser un abusador o algo mucho peor, o quizá solo sea producto de mi paranoica mentalidad que me hace pensar diez mil veces algo antes de hacerlo.

Tengo que pensar en las posibilidades, quizá este chico frente a mí tiene las mejores intenciones del mundo y solo quiere ayudarme, algo en él me genera la suficiente confianza como para aceptar su proposición de entrar a su casa, pero otra parte de mi me dice que no debo hacerlo, que debo confiar en lo que me han inculcado mis padres y no confiar en personas extrañas, pero ¿acaso tengo otra opción? No lo sé, no estoy pensando con claridad, no cuando unos ojos verdes intensos me miran fijamente.

—Está bien— Dije rápidamente, aceptando su propuesta y arrepintiéndome al instante.

Él me regaló una sonrisa de lado e hizo ademán en colocarse a mi lado. Me sorprendió el cómo me tomó por la cintura ayudándome a levantarme, ya que yo no tenía la suficiente fuerza en mi pierna como para hacerlo.

¡Contrólate, Marylise! ¡Contrólate!

Me decía a mí misma mientras hacia el intento de caminar hacia la casa del chico con su ayuda. Mientras caminábamos a mi paso, miré re reojo hacia atrás, encontrándome con Dalila en la ventana haciendo una expresión de total emoción, su boca abierta, sus ojos como platos y sus manos en su rostro lo decían todo.

En ese momento pensé, ¿por qué no solo me regresé a su casa? ¿Por qué estoy entrando a la casa de un desconocido? ¿Por qué acepté? Tengo miedo.

Cuando entramos, él me ayudó a sentarme en uno de los sillones, el cual aún estaba cubierto por una manta que lo protegía del polvo.

—Disculpa por el desorden. Es solo que acabo de mudarme y...

—No, no. No te preocupes— Interrumpí—. Está bien— Fingí una sonrisa haciendo que me sonriera de vuelta.

—Ahora vengo— Avisó—. Iré por el botiquín— Asentí con la cabeza y él se fue.

Mientras él iba por el botiquín médico, me dediqué a observar el lugar. Toda la sala de estar y comedor estaba cubierto de cajas y más cajas. Los muebles tenían una manta percudida encima y, puedo jurar, que había telarañas en las esquinas del techo. Pero no lo culpo a él por eso, ya que como acaba de mudarse, no creo que haya tenido mucho tiempo para limpiar y ordenar un poco el lugar. Si mal no recuerdo, esta casa estuvo sola por más de 3 meses, es entendible su estado.

—He vuelto— Anunció, al llegar a la sala de estar.

Puso el botiquín en la pequeña mesa de café al frente y lo abrió. Sacó de él una gasa, algodón y algo que parecía una solución para desinfectar heridas. Mojó el algodón con la solución y se puso de cuclillas frente a mí.

—Me dices si te duele ¿de acuerdo?— Asentí. Tomó el algodón empapado, pero al llegar a mi rodilla se detuvo. Le miré confundida—. ¿Puedes levantar un poco la falda?— Pidió mirándome a los ojos.

¿Qué? ¿Me acaba de pedir que...?

— ¿Uh?— Inquirí frunciendo mi ceño en confusión. Puedo jurar que mi cara era de completo terror en ese momento.

—Sí, es que tu falda está muy larga y no me deja limpiar la herida— Explicó. Solté un suspiro de alivio. Pensé que... ¡Dios! Tengo que sacar esas ideas de mi mente, tengo que confiar en él, no me hará nada malo... espero.

—¿Todo bien?— Pregunta, curioso supongo, por el gesto de terror y pánico que invade mi rostro.

Trago duro.

—Te noto muy nerviosa, ¿te pasa algo? ¿quieres que llame a un doctor? ¿te sientes bien?— Me pregunta, intranquilo, buscando mis ojos con los suyos, pero no me atrevo a mirarle.

Escucho como suelta una exhalación profunda y se retira, deja el algodón con desinfectante en la mesa y se vuelve hacia mí de nuevo.

—Me llamo Harry, tengo 24 años, me acabo de mudar... —Hace una pequeña pausa y es hasta entonces cuando me atrevo a mirarle—, me gusta tocar la guitarra, allá está guardada— Señala el estuche de color negro que se encuentra recargado en la mesa de comedor—, a veces canto— sonríe y hace otra pausa, frunce su entrecejo pensando y suspira—. Es difícil hablar de mí mismo ya no sé qué decir, supongo que con eso es suficiente, ya no soy un desconocido del todo, ¿no?

Retiro mi mirada.

¿Cómo es que se dio cuenta que precisamente por ser un extraño le temo con solo verme? No entiendo.

—No estás obligada a decirme tu nombre ni nada, solo lo hice yo para que conocieras el nombre de tu secuestrador.

Mis ojos se abren como platos y una aspiración apresurada me hace ahogarme un poco. Escucho una carcajada de su parte mientras yo comienzo a hiperventilarme. ¿Qué demonios hago aquí? Tengo que irme, ¡pero ya!

—Espera, no no, era broma, lo siento— Se apresura a aclarar al ver que intento escapar por mis propios medios, mientras me detiene de mis brazos con sus grandes manos—. Lo siento, fue un mal chiste— se disculpa—, solo quería aligerar la situación, pero no funcionó— Suelta un suspiro y me mira directo a los ojos—, si quieres irte está bien, solo quiero ayudarte— me suelta—, no te haré daño— se gira para tomar un nuevo algodón con producto y me lo muestra—, si quieres hazlo tú.

Inhalo y exhalo un par de veces antes de tomar una decisión.

Tomé el borde de la falda y la levanté un poco dejando ver la herida en mi rodilla. Él me mira por un momento, con sus cejas levantadas, expectante a una respuesta. Retiro mi mirada. Escucho que murmulla un "Okay" antes de disponerse a limpiar mi herida. Colocó el algodón sobre mi piel viva y comenzó a limpiarla. Al instante sentí un ardor en la zona haciéndome pegar un brinco y hacer una mueca de dolor. Paró.

— ¿Dolió?— Preguntó mirándome con preocupación. Asentí—. Lo siento, solo será un poco— se disculpa, pero yo asiento en respuesta, dándole permiso para continuar.

Dejó el algodón sobre la mesa de café y tomó un analgésico local en spray antes de aplicarlo en la zona. Al principio ardió muy poco pero después la sensación fue refrescante. Dejó el spray y se volteó hacia mí.

—Ahora hay que esperar un momento a que haga efecto la anestesia— Asentí. Él se sentó por completo en el piso para una posición más cómoda. Coloca una de sus manos en su barbilla y su codo en su muslo a modo de soporte mientras observa mi herida detenidamente.

Observándolo bien no se ve como si fuese alguien malo con intenciones de hacerme daño, quizá solo lo estuve juzgando por el miedo que me inculcaron mis padres desde chica, que todas las personas que se acerquen a mi que yo no conozca son malos, quizá solo lo decían para protegerme y que no confiara en las personas tan a la ligera, porque no se sabe quién pueda tener buenas intenciones y quién no; en este caso dudo que él sea una persona mala, si lo fuera ya me habría hecho algo o dado indicios claros, hasta el momento sólo se ha comportado bien conmigo, es risueño, carismático y tiene un sentido del humor un tanto extraño pero es lindo en cierta forma, solo me ha ayudado y no debo ser ruda con él, no se lo merece por cómo me ha tratado hasta ahora. Quizá, solo quizá, deba comportarme de la misma forma con él para no ser grosera.

—Me llamo Marylise— Me presento, en una voz tan baja y débil que dudo que me haya escuchado del todo bien.

El muchacho frente a mí me observa, puedo jurar que hasta un poco asombrado por mis repentinas palabras. Noto como esboza una sonrisa de lado, dejando ver uno solo de sus hoyuelos.

—Un gusto.

Sonreí tímidamente.

—Bien, Marylise. Creo que ya está— Toma un algodón nuevo y me mira, enarcando sus cejas, pidiendo permiso para continuar, yo asiento a modo de consentimiento y se dispone a seguir limpiando la herida—. Está vez ya no duele tanto, ¿cierto?— Preguntó sonriendo de lado. Negué con la cabeza.

Después de varios algodones más y una sesión de limpieza para mi rodilla ensangrentada, puso una gasa para tapar la herida.

—Listo— Dijo al terminar.

—Gracias— Dije con una sonrisa tímida en mis labios.

—No agradezcas— Me sonrió—. Fui yo quien dejé todas esas cosas regadas por allí. Es lo menos que podía hacer— Se encogió de hombros.

Bueno, en parte tiene razón. Me caí gracias a que pise una de sus cosas regadas por la acera, y también por estarlo viendo como boba sin fijarme por donde camino. Le sonreí en respuesta.

Él se levantó, tomó todas las cosas que utilizó para limpiarme y emprendió su camino, supongo que a tirar lo que no sirve y a guardar el botiquín, pero logro detenerlo.

—Oye... — Le llamo.

—¿Si?

—Lo siento— Me disculpo, un tanto apenada, recibiendo un gesto de confusión de su parte.

—¿Por qué lo sientes?

—No suelo confiar mucho en las personas, mucho menos si no las conozco y perdón si te juzgué sin conocerte, aunque no te conozco aún, pero... — suelto un suspiro para tranquilizarme, ya que estaba hablando muy rápido. Desvío mi mirada hacia el piso antes de continuar —. Solo eso

—No, no te preocupes, entiendo perfectamente, no es fácil confiar hoy en día, no te preocupes— me regala una sonrisa sincera—. Es más, lo siento yo si te hice sentir incomoda o algo parecido.

—Está bien, no pasa nada— Le respondo el gesto.

—Muy bien, ya vengo, voy a guardar esto— Anuncia y yo le respondo con un asentimiento de cabeza, es entonces cuando se va.

Mientras él no estaba, me levanté del sillón y noté que ya podía apoyar un poco la pierna, aún dolía, pero ya no tanto como antes.

Él al entrar a la sala de estar y verme de pie frunció su ceño. No necesitaba conocerlo de toda la vida o ser un genio para saber que estaba molesto.

— ¿Qué estás haciendo?— Preguntó al verme. Al ver su expresión y escuchar el tono de su voz sentí que la sangre abandonaba mi cuerpo y me sentía desvanecer.

—Yo..., y-ya tengo que irme— Digo a tropezones, a como mi cuerpo me permitió hablar.

—No, tú no vas a ningún lado— Habló con determinación.

— ¿Qué?— Pregunté, al dudar de lo que había escuchado.

¿Acaba de decir lo que creo?

Tragué duro cuanto comenzó a acercarse lentamente a mí. Por un doloroso momento temí que me hiciera algo malo, de nuevo, entre en pánico.

Cuando estuvimos como a un metro de distancia se detuvo antes de hablar con voz tranquila y apacible—: Aun no puedes caminar bien, espera un poco y luego te vas.

Respiré.

—P-pero...

—Pero nada— Me cortó de tajo—. Bueno, si no quieres quedarte, entonces déjame llevarte a tu casa así estaré más tranquilo de que no te pasara nada malo— Me sugirió, pero yo no estaba segura de ello.

Abrí mi boca para hablar, pero solté un suspiro al no poder hacerlo. La abrí de nuevo y esta vez dije—: E-está bien.

Yo solo quiero irme de aquí, sea como sea, no me siento bien, todo es muy confuso, no entiendo nada, solo quiero irme.

— ¿Quieres que te lleve?— Inquirió al no comprender mi respuesta. Asentí. —Bien, vamos entonces— Dijo tomando mi antebrazo ayudándome a caminar.

¡Demonios! De nuevo esa sensación.

— ¿No prefieres que te cargue?— Habló inquirente.

—Ehm, no. Puedo caminar— Sonreí tímidamente para convencerlo. Asintió sin más que decir y me ayudó a caminar hacia su auto que se encontraba aparcado en la acera fuera de su casa.

Me ayudó a entrar al auto para posteriormente colocarme el cinturón de seguridad como si yo no tuviese la capacidad de hacerlo, como si yo fuese una niña pequeña que necesita de sus cuidados.

Sentí un estremecimiento cuando abrochó el mismo y sus manos tocaron mi vientre.

No sé si fue mi imaginación o si en verdad tardó un tiempo con sus manos en esta zona.

Finalmente, cerró la puerta del copiloto para encaminarse a la del piloto y entrar al auto. Encendió el motor y lo hizo rugir antes de ponerlo en marcha para salir del fraccionamiento.

— ¿Cuál es tu dirección?— Preguntó.

—Ehm, te iré diciendo por el camino— Le sonreí tímidamente a lo que él asintió.

Le dije eso porque, sinceramente, no sabía mi dirección. Sí, sé cómo llegar a mi casa más no sé cuál es el nombre de la calle.

Durante el camino a mi casa Harry estuvo hablando de cosas triviales, hablaba desde el clima hasta de sus gustos personales, supongo que hizo todo esto para que yo entrase más en confianza con su persona y dejase de verlo como un extraño, y debo admitir que si lo logró, hasta tal punto de que comencé a responder sus preguntas sobre mi vida personal con bastante naturalidad, aunque al mismo tiempo me sentía en peligro por divulgar información.

Pude notar en estos minutos que es una persona bastante agradable, es amable, respetuoso y lindo, siempre estuvo atento a lo que respondía y en ningún momento fue grosero, tampoco me hizo sentir incomoda de nuevo, supongo que comprendió que sus chistes de secuestros no son graciosos.

—Ese uniforme me parece conocido, ¿a qué colegio asistes?— Me pregunta, escuchándose curioso, sacándome de mis pensamientos.

—A Seven Kings— Contesté mientras el nerviosismo hacía estragos en mi voz por haber mencionado sin pensarlo dos veces y tan a la ligera el nombre del colegio al que asisto, pero él no pareció notarlo. O quizá sí y solo lo estaba ignorando.

— ¿Enserio?— Me dedicó una mirada rápida. Asentí con la cabeza—, yo fui allí— Declaró con entusiasmo.

— ¿En verdad?— Inquirí.

— Sí, antes vivía cerca así que mis padres decidieron que entrara allí— Sonrió—. Era un desastre, sobre todo en matemáticas— Recordó con una expresión divertida.

— ¿Se te dificultaban las matemáticas?— Inquirí con asombro. Son realmente muy fáciles, no entiendo porque las ven complicadas—. Oh, aquí dobla a la derecha— Me apresuré a decir.

— ¿Aquí?— Inquirió apuntando hacia la calle. Asentí a lo que él dobló hacia la derecha.

Suspiró antes de volver a la conversación—: Y sí, ahora que estoy en la universidad se me complican más— Hizo una mueca de tedio. Reí y noté como me miró con una sonrisa ante mi acción.

—En realidad son muy fáciles, sólo es cuestión de poner atención y practicar— Digo, porque es cierto.

— ¿Tú les entiendes?— Pregunta, mirándome de reojo. No sé qué contestar ante eso, no sé si decirle la verdad, tampoco quiero parecer presumida o que crea que soy una matadita.

Pero... ¿a mí por qué tiene que importarme lo que piense?

Después de pensarlo por unos segundos, termino asintiendo. Él se limita a asentir con la cabeza y después todo es silencio.

Cuando pensé que todo había quedado atrás y la conversación ya no volvería, dijo lo siguiente—: ¿Podrías ayudarme con eso?

— ¿Con qué cosa?— Pregunté, algo curiosa y con un ligero titubeo en mi voz.

— ¿Me darías clases de matemáticas?

— ¿Yo?— Inquirí, por no creerle a mis oídos lo que escucharon. Él asintió a lo que yo tragué duro—. Ehm..., no lo creo.

No creo que mis conocimientos puedan ayudarle en algo. Sí, sé matemáticas, entiendo conceptos, teorías, sé manejar y resolver perfectamente un problema matemático, pero lo que yo sé y lo que me enseñan en el colegio no es lo mismo que le enseñan a un universitario. Lo que él ve debe ser más avanzado, no creo que pueda ayudarle con eso.

— ¿Por qué?— Preguntó, algo confundido y curioso.

—No creo que te sirva lo que yo sé— Le expliqué, porque en realidad lo creo.

— ¿Por qué no? Necesito asesorías, y tú me dijiste que sabías matemáticas, ¿no?— Asiento con la cabeza, aunque no creo que lo haya notado su vista está enfocada en el camino—. Bien, entonces sólo eso es necesario, que le entiendas, porque yo sinceramente no entiendo nada.

—N-no lo sé— Hice una mueca mientras movía nerviosamente mis manos sobre mi regazo—. No creo que esté bien— Digo lo que pienso.

Yo apenas tengo quince años, no creo que sea normal que le dé asesorías a un universitario, es algo muy poco visto para no decir imposible. Aparte de eso, él es un hombre de 24 años, ya es un adulto, está mal visto que vaya una chica de casi dieciséis años a la casa de un hombre soltero y solo a darle asesorías de matemáticas, quizá piensen cosas que no son y no me gustaría involucrarme en eso, no quiero problemas. No puedo estar a solas con él, ni siquiera sé por qué acepté su oferta de llevarme a casa o su ofrecimiento de curar mi herida. No debí de haber aceptado, ni siquiera lo conozco.

— ¿Por qué no ha de estar bien? Sólo me enseñarás matemáticas, no hay nada de malo en eso— Dice, pero aun así no me convence de que esto no está bien—. Solo tienes que aceptar, no perderás nada..., al contrario, ganarás mucho— Dijo parando el auto en un semáforo en rojo.

¿Qué acaba de decir? ¿A qué se refiere con que "ganaré mucho"? No lo entiendo.

—Bien pero, ¿qué tendré yo a cambio?— Le pregunté mirándole. Necesito saber a qué se refiere.

Él me miró de vuelta, pude observar la diversión y el jugueteó en sus ojos, algo que no me gustaba del todo para ser sincera. Había algo en él que no me daba mucha confianza.

—Tú me enseñas matemáticas..., y yo te enseño otras cosas más divertidas, pequeña.

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