Forks, 1969
Las zapatillas rojas y desgastadas tenían hoyos en la suela, por lo que el agua entraba en cada pisada que daba. Intentaba evitar los charcos, pero la preocupación constante no le permitía concentrarse. Chocó contra la parada del autobús y murmuró unas palabrotas.
-Bella, no puedes irte -insistió él, apoyándose en el tronco más cercano.
La lluvia los tenía a ambos empapados, pero no les importó, el agua que caía del cielo era lo menos importante en ese momento. Bella solo atinó a dejar la deplorable maleta en el suelo y cruzarse de brazos, levantando la barbilla para darle el discurso que había estado preparando con tanta antelación.
-¡Bella! Respóndeme -le suplicó Edward-. Dime qué sucedió, por qué te vas, quién te hizo daño…
-¡Ya para Edward! -le gritó Bella con la temperatura interna subiendo de a poco. Se sentía desesperada, no quería hacerle daño-. Me voy de este maldito pueblo, no quiero que me busques, solo que me olvides, nada más. ¿Cómo es que no logras entenderlo
El rostro de Edward se crispó, lo que a Bella le provocó una larga punzada en el corazón. Inspiró aire, llevando la tranquilidad necesaria a sus pulmones. No podía flaquear ahora, no ahora que no era bienvenida ni en su propia casa.
-No logro entenderlo, porque no has sido capaz de decirme qué es lo que sucede contigo. -Ésta vez Edward utilizó un tono de voz bastante más duro.
Bella evitó mirarlo, le cohibía.
-¿Qué quieres que te diga? -inquirió.
-¿Por qué te vas? -preguntó rápidamente.
Isabella tragó y se obligó a mirarlo, pues ésta sería la última vez. Intentaba ser fuerte, pero era un esfuerzo agotador.
-Mírate -escupió-, eres solo un pintor, ¿crees que llegarás lejos? Lo dudo mucho. Yo soy una artista, no puedo quedarme en este pueblo, no a tu lado. ¡Necesito crecer! Nací para ser actriz, para ser reconocida en este maldito mundo de mierda. Nací para que me veneren, no para ayudarte a limpiar la habitación cada vez que chorrea el tarro de pintura.
Cada palabra salía con tanta veracidad, que hasta a ella le costó perdonárselo. No había querido decirlo en realidad, pero debía, era la única forma.
Edward sintió el odio hacia sí mismo por ser un bueno para nada, un chico incapaz de hacer feliz a una mujer tan delicada y completa como lo era ella. Pero no lograba entenderlo, hace solo unos días habían hecho el amor por primera vez en su vida, creía… creía que por alguna razón ese sería el camino correcto para ser al fin lo que tanto había deseado.