icon 0
icon Recargar
rightIcon
icon Historia
rightIcon
icon Salir
rightIcon
icon Instalar APP
rightIcon
5.0
calificaciones
94
Vistas
13
Capítulo

«La civilización en Marte perecerá después de la Cuarta Generación»... anunciaban las letras escritas con sangre que Jeremías encontró junto al cadáver desmembrado de la doctora Esperanza... La naturaleza humana es impredecible, oscura e inestable. ¿Qué pasará en cincuenta años de encierro cuando ocurra un asesinato misterioso? Recordaba con pesar las letras grabadas en su retina... Pero, ¿qué significaba la estrella boca abajo del círculo de sangre en la pared? ¿Quién era la silueta negra al final del corredor del pasillo trece? El refugio Nirvana fue construido en uno de los tubos de lava del volcán inactivo Hadriacus Mons, los primeros cincuenta años en el planeta rojo fueron difíciles... pero la civilización prosperó, hasta que los actos de un asesino enigmático, sumergió a los habitantes del refugio bajo un velo de terror. Llevándolos hasta la demencia del encierro espacial y un baño de sangre... Los poetas dicen que el futuro está en las estrellas. Un nuevo planeta es una oportunidad para comenzar desde cero, haciendo las cosas bien... Y la humanidad fue testigo de ello... cuando la vida en la Tierra se volvió insostenible, durante el cataclismo. Antoine llegó al planeta con la tarea de investigar en secreto las ruinas de una antigua civilización marciana, oculta en la cuenca Hellas Planitia... y su repentina desaparición... pero ello lo conducirá a desentrañar un misterio más aterrador de lo que pueda imaginar...

Capítulo 1 El trastorno de la guerra

El refugio Nirvana construido hace unos cincuenta años, no era el paraíso para sus habitantes, a sólo unos metros de roca y quitosano reforzado de la radiación y las temperaturas marcianas… Pero, la humanidad prosperó en los intrincados módulos de hojalata hasta que la maldad del hombre y las fuerzas oscuras despertaron, convirtiendo el encierro en un infierno y a los moradores sus demonios…

Último mensaje del refugio enviado a la Tierra…

Cuarenta y pico de años después y aún te pienso.

Comienzo a pensar que es tiempo de olvidarme de tus besos…

Al menos no perdí el sentido del humor, pues mi sentido del amor sin ti.

Es sin sentido por supuesto…

Y mientras estés viva, y mientras no esté muerto…

Aunque no sepas, seguiré esperando el momento perfecto…

Aún conservo, las tarjetas que hiciste esa navidad… para mostrártelas por si nos une otra oportunidad.

«La civilización en Marte perecerá después de la Cuarta Generación…» como una profecía hereje se alzaban las letras escritas con sangre en la pared del módulo. Una mano abierta movió los dedos muertos en el suelo… Pero antes de abrir la compuerta de acero tuvo una visión que no supo explicar…

La sombra al final del pasillo trece se fundía con la pared de quitosano reforzado. La silueta negra desapareció rumbo al corredor en silencio…

Jeremías sintió un escalofrío. Se deslizó por el pasillo blanco olisqueando un aroma ferroso en el aire.

¿Qué era aquel olor desagradable proveniente del módulo de la doctora Esperanza?

El módulo de metal estaba cubierto de sangre, el escritorio y los cajones salpicados de rojo oscuro y los miembros de la mujer esparcidos. Se quedó boquiabierto mirando el torso desnudo de la mujer en un charco, la habían apuñalado un centenar de veces. En un rincón vio una maraña de cabellos castaños empapados de sangre

—No puede ser—susurró dejándose llevar por los retorcijones en el estómago.

No supo por qué entró, pero descubrió una estrella boca abajo, encerrada en un círculo junto a las letras profanas. Se volteó para correr asustado y se topó con una pared robusta.

—¡No te muevas! —Rugió Dreyfus, el ingeniero que había llegado de La Tierra estaba pálido. El hombre se paseaba por el consultorio con frecuencia, por sus problemas de ansiedad espacial y encierro—… ¡Por Dios! —Cogió a Jeremías del brazo y tiró de él mientras se resistía, Dreyfus creció en la Tierra, con una gravedad superior; así que era muy fuerte—… ¡Camina, no te quedes aquí!

¿Qué estaba ocurriendo? Cruzaron el final del pasillo trece ante la mirada acusadora de los otros habitantes del refugio. La sombra en el pasillo desapareció… Y entraron en el módulo de Control.

Esperaba encontrar al almirante Torralba supervisando las cámaras, pero no encontró a nadie en la habitación de hojalata. El aire frío le llenó los pulmones… Buscó una silla y se sentó junto a una mesa colmada de instrumentos. Dreyfus lo miró hostigador, tenía el cabello grisáceo y dos gruesas cejas sobre los ojos oscuros.

—¿Quién eres? —Preguntó el hombre—. ¿Y qué hacías en el módulo de la doctora Esperanza?

Jeremías no supo que responder, la frente se le cubrió de humedad y contuvo el aliento. No podía mirar aquellos agujeros negros en los ojos del hombre robusto sin sentirse intimidado. Tenía el uniforme blanco cubierto de huellas sangrientas.

—Soy Jeremías Kafka, del cubículo sesenta y seis—soltó con la voz chillona mirando los instrumentos de metal en la mesa—. Iba a terapia con la doctora cuando… —recordó el módulo ensangrentado y los miembros esparcidos—… No sé qué pasó… ¿Qué ocurrió con la doctora?

—Murió—el hombre se agitó ligeramente—… La mataron en su despacho… hace unas horas.

Jeremías miró al suelo. Dreyfus le abdicó un tenso interrogatorio que no llegó a ningún lado. Preguntas incómodas, preguntas obvias y preguntas que no supo responder… Finalmente el hombre lo miró cansado, había partido de su tierra natal hace poco y estaba abrumado.

—¿Por qué ibas terapia?

—Me siento encerrado.

Dreyfus lo miró largo rato, dubitativo.

—Naciste en este mundo—musitó con los labios apretados—... Todo lo que conoces es el refugio Nirvana, construido en este tubo de lava. Tú… no conoces cómo es allí afuera.

—Si me hubieran dado a escoger un planeta para nacer, hubiera elegido la Tierra sin pensar—dijo—. Quiero saber que hay más allá del refugio en este planeta de desiertos rojos. Quiero ser explorador para recorrer Marte… Pero… ¿Qué pasó con su planeta, señor? He leído sobre la madera, los pájaros, la brisa y el mar… Son cosas que a mi generación nos arrancaron, y a los suyos. Todo lo que conozco es acero, quitosano y oxígeno artificial.

—El mundo es hermoso, sólo tienes que dejar de mirar hacia abajo—replicó Dreyfus tomando asiento frente a él—… Pero lastimosamente… los humanos aprendemos eso, cuando termina la cuenta regresiva y despega la nave… Cuando despegamos, miré, durante seis largos meses aquella burbuja azul… alejarse hasta convertirse en un punto diminuto.

»No sabes por qué, pero extrañas las cosas más insignificantes como el aroma del pasto o el sonido de la lluvia… Provengo de Venezuela, un país absorbido por el desastre y azotado por las tormentas radioactivas.

»Allí en la Tierra, destruimos el paraíso fértil que Dios creó para nosotros… Vine huyendo de la maldad pero, no se puede erradicar.

»Todas las cuestiones, que condujeron a los hombres hasta matanzas y guerras sangrientas, parecen insignificantes… Cuando miras el cielo de este planeta desértico y encuentras al mundo del que provienes, deambulando en aquellas estrellas… tan pequeño y efímero. Las religiones, las leyes y la historia; carecen de significado aquí… En otro mundo…

»Hubo un asesinato aquí, en este planeta… Ocurrió lo impensable y manchamos el planeta con el peor pecado… Sólo Dios sabe quién fue y por qué razón…

—¿Señor?

—¿Sí?

—¿Qué es Dios?

Dreyfus lo miró largo rato, su rostro duro parecía una máscara arrugada. Los nacidos en la Tierra tenían cierto aire de oscuridad, como hierbas malas en un valle en tinieblas.

Hace un instante, había terminado sus labores de robótica e iba a terapia por el encierro y… ya conocía que eran los asesinatos y la maldad. Dreyfus sacó de su bolsillo un pequeño trozo de papel que olía a dulce.

—Esto es un cigarrillo—aclaró el hombre llevándose la colilla a los labios—. Tranquilo, está prohibido fumar en este planeta... Es sólo un hábito para… la ansiedad… Cuando estaba en la Tierra, era lo único que me desprendía aquel remordimiento de la piel. No te preocupes. Voy a responder a la pregunta más importante de tu vida… Yo la descubrí en la selva espesa, años antes del cataclismo.

»Dios… es el creador del universo y todo lo que hay en él—explicó el hombre succionando el cigarrillo con los labios—. Pero los hombres olvidaron eso hace muchos años. Vagan sin rumbo… Lo que viste fue una atrocidad, el peor acto que es castigado por Dios.

»Cometimos un error creyendo que el diablo vivía en la Tierra, cuando en realidad habita en el corazón humano.

»Ensuciamos el planeta azul, con toda clase de atrocidades… hasta que lo destruimos. Y ahora estás nos persiguen… Ya no hay salvación, no hay camino.

Por un momento, Jeremías pensó en contarle sobre la silueta negra al final del pasillo trece, pero ni siquiera él creía que fue real... ¿De verdad lo había visto? Las manos comenzaron a temblarle… Aquél hombre lo miraba acusador, pero también resentido y lastimero.

—¿Usted piensa que yo hice eso? —Preguntó con los ojos afligidos.

—La Tierra está tan podrida, que he visto a niños como tú… matar a sus prójimos.

El almirante Torrealba entró con el semblante horrorizado. Dreyfus se levantó de un salto derribando la silla.

—Señor…

—La doctora Esperanza está muerta, no se puede sanar a un cuerpo desmembrado—aclaró el hombre de cabello inexistente y hombros anchos—. Nunca creí que diría esto pero hubo un asesinato en este planeta… ¿Por qué está Jeremías aquí?

—Encontró a la doctora Esperanza.

—¡Alvárez! —Gregorio Torrealba apretó los dientes—… ¡Te dije que vigilaras el pasillo trece! La mayoría de los habitantes son adultos de la Segunda y Tercera Generación nacida en este planeta... ¡Sabes cómo son de sensibles! Hubo un asesinato en el refugio y habrá pánico si no se controla.

Era cierto, Jeremías estaba asustado. El refugio era un lugar estrecho y pequeño con sólo treinta y tres secciones. Un ser maligno se paseaba en el intrincado laberinto como un devorador. Las piernas le temblaron…

—No puedo explicar lo qué pasó—se excusó Dreyfus—… Estaba en el pasillo trece vigilando que los moradores no se acercarán al consultorio de la psicóloga, pero… No puedo decirle.

Gregorio se acercó refunfuñando, ambos eran los únicos terrestres cuya estadía era permanente en el refugio. Torrealba era colombiano y Dreyfus venezolano, y ambas naciones llevaron una sangrienta guerra prolongada por veinte años; no eran sólo dos personas de distintas partes… No, eran una representación mucho más allá de sus descripciones. Ambos habían sobrevivido al reclutamiento a temprana edad, peleado y matado en bandos contrarios. Y luego sufrido por el Cataclismo…

Gregorio le hincó un dedo en el pecho a Dreyfus, ambos tenían el uniforme blanco manchado de sangre.

—¿Has escuchado sobre el trastorno de la guerra?—Gregorio se inclinó frente a Dreyfus con los labios apretados y los ojos saltones—. El ruido es tan ensordecedor que pierdes los estribos, el fusil cargado sólo dispara y dispara en tus manos… Mata, mata, mata sin detenerse… No escuchas los gritos de terror ni los explosivos.

»Lo único que te mantiene cuerdo es la vibración del arma en tus manos. Mata, mata, mata a todos… Líquidas niños, mujeres, hombres… Es como una fiebre en tu interior. Ese apetito insaciable que se despierta cuando la vida de otra persona termina en tus manos.

»Aquel momento queda grabado en tu cerebro y regresa y regresa… Pidiéndote sólo una cosa para terminar... ¡Mata, mata, mata!

Dreyfus se irguió todo lo que podía, era bastante alto.

—¡¿Estás argumentando que yo maté a la doctora?!

—¡Sobreviviste! —Gritó el almirante—. ¡Todos los que se negaron a disparar el fusil en el batallón esparcieron sus sesos en la selva! Ustedes se vuelven animales cuando aquella locura enfermiza nace en su interior… ¡Todos los que vivimos lo suficiente para salir de aquel infierno tuvimos que matar!

»Estamos parados sobre una montaña de cuerpos. Y esa montaña te persigue, porque la única manera que tuvimos de volver a casa fue abandonar nuestra humanidad. Te persigue, te sigue, te caza y te devora… cuando intentas apartar esos pensamientos. Te pide lo mismo una y otra vez, en lo profundo de tu mente: ¡Mata, mata, mata! Es una ansiedad que nada puede saciar, es malvado y forma parte del ser humano.

—Yo también he escuchado de los locos como tú—se defendió Dreyfus apretando el cigarrillo con los dientes—. Los guerrilleros de la selva colombiana capturaban a los nuestros y los desollaban vivos, dejaban tiras de piel atadas a granadas para matarnos... Esa era la táctica. Eran unos cobardes desquiciados… Cada vez que anochecía me preguntaba: ¿Seré yo el próximo que capturen y le arranquen la piel? Un día capturamos a un batallón de guerrilleros y sé cómo son… Reconozco esa mirada asesina, esa mirada despiadada y burlona que disfruta el sufrimiento… Esa mirada que tiene usted…

Gregorio explotó y derribó la mesa de metal con una patada, los instrumentos volaron y Jeremías se levantó asustado.

—Usted no me conoce, señor Álvarez.

El módulo de comando se llenó de personas en un corro desenfrenado, el doctor Azdrubal con los labios apretados, el profesor Antoine de Cortone confuso, la agricultora Susana Mendoza y la química Victoria Carvajal que entró con los ojos enrojecidos y los brazos extendidos en dirección al almirante, pero Gregorio ceñudo la evitó. Todos miraron a los hombres y a Jeremías.

El ingeniero encargado del segundo reactor nuclear de fisión, Eduardo Meléndez entró con los brazos colmados de un montón de instrumentos. La Tercera Generación de nacidos en Marte los miró acusadores, pero los dejaron afuera cuando se cerró la compuerta. Dreyfus Alvárez tomó del hombro a Jeremías.

—Vámonos, chamo.

Mientras desfilaban por el pasillo quince dando pisadas ligeras sobre la placa de metal, ninguno habló. Permanecieron en un aterrador silencio hasta que bordearon el pasillo catorce al doce. El joven estiró el cuello esperando ver la silueta de tinta negra deslizarse por el fondo del pasillo trece… pero no estaba allí.

—Este lugar me da grima—confesó Dreyfus casi suspirando, el pasillo trece quedó desierto y las luces blancas lo iluminaban débilmente dejando a relucir huellas rojas—… Desde que llegué aquí, escapando de la Tierra… no dejan de pasar cosas malas. El Cataclismo fue un caos de muerte y destrucción en el planeta, pero aquí estamos encerrados en treinta y tres pasillos de desesperación.

«Cosas extrañas pasan desde que retomamos las conexiones con la Tierra, hace dos años—pensó Jeremías respirando débilmente, cada vez que cerraba los ojos veía la estrella roja y la profecía macabra—. La Tercera Generación creyó que eran los últimos humanos… Treinta años de silencio fueron una tortura».

Dreyfus giró al pasillo doce escuchando el ruido de las turbinas de los reactores en los últimos pasillos… Jeremías abrió la compuerta del cubículo sesenta y seis y lo encontró vacío, su madre estaba trabajando en el laboratorio de carnes cultivadas y su padre reparando los lechos de zeolita en la superficie con los robots. El hombre se inclinó severo.

—Te diré un secreto.

—¿Un secreto?

Por un momento Jeremías imaginó a aquel hombre transformándose en un monstruo negro de ojos rojos, lanzándose sobre la doctora y arrancando sus extremidades. Por un momento…

—Anita me explicó algo sobre los Experimentos Generacionales en el refugio desde hace cincuenta años—admitió el hombre—... La Segunda Generación fue del Descubrimiento, la Tercera Generación fueron las Luces y ustedes son la Generación de la Inocencia… Cada generación es un experimento de crianza diferente en los individuos para… aprender sobre ciertos comportamientos adquiridos bajo el aislamiento…

»Por favor, Jeremías; no le cuentes a ningún habitante de la Tercera o Cuarta Generación lo que viste en el módulo de la doctora en el pasillo trece. Esa sería la única forma de que esto no se convierta en un manicomio... El miedo es el peor veneno, sobretodo para ellos…

»No me importa lo que signifiquen las palabras escritas con sangre y aquel símbolo satánico. Podemos cambiar eso… porque no volveremos a cometer los mismos errores otra vez. Debes guardar silencio para salvar a tus compañeros de ellos mismos.

»Los marcianos tienen mentes frágiles. Existe una delgada línea entre la cordura y la demencia… Lo vi en la guerra, lo que le hizo a mis compañeros… La muerte trastorna a las personas, los vuelve psicóticos y retorcidos. Sobre todo encerrados sin escape, con un asesino escondido... Pero debes actuar como si no pasará nada. Sigue con tu vida, con tu sueño; sólo de esa forma… No morirá la esperanza para el último bastión de la humanidad…

Seguir leyendo

Quizás también le guste

Otros libros de Gerardo Steinfeld

Ver más
Capítulo
Leer ahora
Descargar libro