La oficina de Ricardo Pérez era un santuario del éxito. Las paredes de cristal permitían que la luz natural inundara el espacio, mientras que el mobiliario minimalista y moderno reflejaba su personalidad meticulosa. En un rincón, su computadora de última generación se encontraba apagada, pero los documentos perfectamente ordenados sobre su escritorio dejaban claro que todo estaba bajo control. No había lugar para distracciones, ni para la emoción.
Ricardo no se molestó en mirar el reloj cuando entró la secretaria. Sabía que eran las 9:00 a.m., la hora exacta en que comenzaba su jornada laboral, pero para él, el tiempo era solo una unidad de medida para cumplir con los plazos. Nada más.
"Buenos días, señor Pérez", saludó Carmen, su asistente de confianza, mientras dejaba una pila de informes sobre su mesa. "Aquí están los datos de la última reunión con los inversionistas. También tengo una actualización sobre el proyecto en Tokio."
Ricardo asintió con la cabeza, levantando una mano en señal de agradecimiento. Su mirada permaneció fija en la pantalla de su computadora, completamente absorto en la tarea que tenía frente a él. Los números, los resultados, las proyecciones de crecimiento... todo era lo que necesitaba para mantener a la empresa en la cima.
"Gracias, Carmen. Dile a José que suba a mi oficina en 20 minutos", dijo sin apartar la vista de la pantalla.
"Lo haré, señor." Carmen se retiró sin hacer ruido, acostumbrada a la rutina inquebrantable de su jefe.
Ricardo seguía mirando la pantalla, sus dedos bailando sobre el teclado con la rapidez de alguien que lleva años en el negocio. Sin embargo, algo estaba fuera de lugar esa mañana. Un correo de la pasada noche, enviado desde una cuenta desconocida, le llamó la atención. No era como los correos habituales de proveedores o inversionistas. Este tenía algo diferente. Algo personal.
Lo abrió rápidamente y lo leyó en silencio:
"Ricardo, espero que estés bien. He estado pensando mucho en todo lo que sucedió entre nosotros. Ojalá algún día podamos hablar. Quizá aún haya algo que podamos hacer para arreglar las cosas."
Beatriz.
Un golpe de calor le recorrió la espalda. Cerró el correo de inmediato, como si fuera una molestia indeseada. No quería pensar en eso ahora. No había espacio para el pasado en su vida. No después de todo lo que había logrado. No después de la empresa que había levantado desde cero.
"Todo está bajo control", se repitió mentalmente.
Pero, por un breve instante, la sombra de su exesposa se asomó en su mente. Beatriz. La mujer que había sido su compañera de vida antes de que las prioridades cambiaron. Antes de que el trabajo se convirtiera en su único propósito.